27/10/2014
Lola Romero En la puerta de mi casa un espantapájaros recibe a las visitas, y unas cuantas calabazas con ojos y boca esperan pacientes que una vela ilumine sus entrañas. Al final, he cedido. Parece tan importante la fiesta de Halloween aquí, que no quiero que nos tachen de “raros”. Y, por supuesto, ya tengo una lista de chuches y chocolatinas que comprar para cuando el viernes por la tarde lleguen los niños pidiendo “truco o trato”.
Me han dicho que prepare muchos caramelos, que ese día es un goteo incesante de pequeños disfrazados, cargados con grandes bolsas o cestas para recolectar su “trato”. El “truco”, me dice Farrah que se refiere a que si no les das (o no quieres darles) caramelos, maldecirán tu casa con huevos o espuma de afeitar. Menuda gracia, oye…
En fin, creo que no descubro nada nuevo, porque hemos visto la imagen miles de veces en la televisión o el cine. Incluso, gracias a las películas y las series, se puede ver la evolución de la celebración a lo largo del tiempo. Por ejemplo, hasta unos veinte años, la fiesta era más “casera”, o eso me ha contado Farrah. Los disfraces se hacían con trapos y ropa vieja que había por casa, y los dulces que se ofrecían a los niños eran elaborados en casa, como las manzanas asadas recubiertas de caramelo, típicas de esta fecha. Ahora todo se compra envasado: desde los disfraces a esas manzanas, y, por supuesto, la decoración.
He leído que este año, según la National Retail Federation (algo así como la Federación del pequeño y mediano comercio), los americanos van a gastarse alrededor de siete mil millones de dólares en la celebración de Halloween… No sé qué añadir a estos puntos suspensivos, porque me parece una auténtica barbaridad.
Desde luego, viendo casas y jardines decorados como el de la foto que os traigo hoy, una se lo empieza a explicar. Así luce desde hace una par de semanas esa casa cercana a la mía. Y por la noche, durante un rato, tiene incluso niebla y sonidos misteriosos. Creo que si el objetivo de las calabazas iluminadas, las brujas y los esqueletos es alejar a los espíritus que, se supone, transitan por las calles esa noche, esta decoración más bien los va a atraer, porque se sentirían como en casa…
Eso me lleva a la “fiesta” en sí. En España no se celebra Halloween (no tradicionalmente, quiero decir), pero como en muchos países, nosotros también conmemoramos el Día de todos los Santos y el de Difuntos. En realidad, eso es lo que quiere decir la traducción de “All Hallows’ Eve”, la expresión de la que viene “Halloween”. Y, al menos en mi pueblo, mi madre siempre recuerda lo que se decía cuando eran pequeños: La noche de los “finaos”, andan los muertos por los “tejaos”. Así que también pensaban que era una noche con cierta magia.
Y es que, en el fondo, el origen es el mismo, la fiesta céltica adoptada o reconvertida por la Iglesia Católica, que a América trajeron las sucesivas oleadas de emigrantes irlandeses. Aquí se mezcla con creencias indias y acaba dando lugar a tradiciones como la de contar historias de fantasmas, la realización de travesuras y bromas o los disfraces.
Lo de gastar miles de dólares en poner un cementerio de plástico o cartón piedra en el jardín de casa, vino después, me explica Farrah, muy probablemente influenciado por el cine. Y, sin yo decir nada, apunta: “y ya sabes, el consumismo… american way of life”.
Ella me ha recomendado un plan para este Halloween (que le va a encantar a mi amigo Vázquez). Dice que cuando apaguemos las luces del porche una vez acaben las visitas de los niños, y hayamos acostado a Jorge, disfrutemos de la película "Halloween", de John Carpenter, la original de 1978. Aparte de los sustos que tan bien van con esa noche, Farrah dice que refleja de una manera bastante aproximada cómo era Halloween “antes”, para ella, “el de verdad”.
Y como no he visto la película, me parece que le voy a hacer caso. Eso sí, espero tener fuerzas después de hacer tantos tratos con los niños disfrazados. Ya os contaré…
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