Haciendo las américas

 

04/04/2016

Washington o una lección de historia y tiempo

No se si soy sabia, pero nunca me ha dado miedo rectificar. Así que, apenas dos meses después, tengo que corregir una percepción que tenía sobre Estados Unidos y su “breve historia monumental”, entendido esto como la “ausencia de historia reflejada en las calles de la inmensa mayoría de ciudades y pueblos norteamericanos”, tal y como escribí en el artículo publicado el 15 de febrero. Entonces, traté de explicar mi sensación de que todo era nuevo aquí en Estados Unidos, que no había iglesias de cientos de años o hitos monumentales con siglos de historia.

Pues bien, aunque no es mentira eso, y la sensación la sigo teniendo, tengo que confesar que nuestro reciente viaje a Washington ha cambiado un poco mis ideas. Al margen de que la ciudad me haya gustado mucho (que me ha encantado), me ha impresionado el profundo cariz monumental de su trazado y su concepción original ya como lugar de culto de los valores de la recién inaugurada Federación. Las piedras de los memoriales de los presidentes, los inmensos e interminables museos de la institución Smithsonian, la “pequeña” (y lejana) Casa Blanca o el Capitolio (su congreso) y la Biblioteca “cuentan” mucha historia, por seguir con la metáfora a la que aludí hace dos meses.

Sí, está claro que no estamos hablando de muchos siglos, pero… ¡hey!, hasta la Alhambra de Granada o el Monasterio del Escorial fueron “nuevos” en algún momento.

Dicho esto, y rectificada mi apreciación, ahora llega el momento de la admiración. Y no sólo por la pretendida grandiosidad del National Mall, sin ir más lejos, esa inmensa explanada de algunos kilómetros que separa el Capitolio del mayestático Lincoln (y que me perdonen los americanos, pero siempre tendré asociado este monumento con el guiño del Planeta de los Simios), sino por la muestra de respeto y cuidado a los “símbolos nacionales”. Por ejemplo, se puede hablar de casi reverencia hacia George Washington, el primer Presidente, y por el que, evidentemente, se puso nombre a la ciudad. Se repite hasta la saciedad su enorme influencia en la construcción de Estados Unidos tal y como lo conocemos hoy, al margen de alguna broma sobre la elección del obelisco para representarlo (dicen en las guías de viajes que fue bastante popular el comentario jocoso sobre la parte del cuerpo del presidente que se había utilizado para el molde del monolito…). Pero, sin embargo, no se cae en la idealización o en la “idolización”, sino que se trata más bien de resaltar su visión y su trabajo por la Federación sin perder de vista que ésta es lo realmente importante, y que intervino más gente en ello.

También, en la misma línea de engrandecimiento, todo lo referente a la Guerra de Independencia contra los británicos está enfocado a cómo se consiguió la libertad y el triunfo de la democracia. Se habla de batallas, por supuesto, pero hay poco rastro de “demonización” del enemigo (las tropas inglesas en este caso).

Y me sorprendió que entre la colección de esculturas del Capitolio (a razón de dos por estado, se supone que de los personajes más importantes de sus respectivas tierras e historias), había una buena representación de “nativos americanos”, lo que nosotros hemos conocido toda la vida como “indios” (de los de tocados de plumas, pipas de la paz y lucha continua contra vaqueros). Aunque existen todavía opiniones muy críticas contra la “ocupación y el genocidio” que se cometió con los nativos cuando los europeos (los ingleses, más bien) llegaron a esta parte del continente, en los últimos años resalta la labor de restauración y reconocimiento de esas culturas nativas, e incluso se ha pedido perdón. No arregla mucho ya, pero al menos en Washington se puede ver también que no se ha anulado o escondido esa parte no tan brillante de la historia. Y hasta ayuda a entender mejor este país el comprobar que la senda de su historia no ha sido perfecta, pero que sí ha sabido aprender de muchos de sus errores.

Paso de puntillas por el hecho de que impresiona también entender y “sentir” que estas en uno de los centros de poder del mundo, con la Casa Blanca, el Pentágono… pero sin embargo, no es lo que más llama la atención. Es como si deliberadamente se tratara de no “presumir” de ello.

Y he dejado para el final una cosa que también me pareció clave, porque no se me ocurre manera mejor de mostrar esa valoración, pasión si queréis, por los símbolos: todo era gratuito. En los 3 kilómetros que tiene el National Mall, con el Capitolio, los memoriales, los 18 museos del Smithsonian, los Archivos Nacionales (donde se puede ver la auténtica primera Constitución), no hay que “soltar” ni un solo dólar.

Y así es como entendí que toda historia tiene un comienzo y que la estabilidad de las piedras monumentales no necesariamente depende del tiempo. O del paso del tiempo.

 

Foto: en www.pbs.org

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