Barricada Cultural

 

21/05/2015

Sobre el silencio (II, y final)

por Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

Hoy me he acordado que tenía que completar mi saga sobre el silencio. No me hizo falta alarma, suelo hablar alto, pero soy un ser bastante silencioso y pacífico. Nos quedamos en Wittgenstein, y en que ética y estética eran lo mismo. Hay que empezar fuerte los artículos, con una bomba o un terremoto, si es necesario, como a propósito de las películas dijera Cecil B. De Mile

También hablamos de la era tecnológica, de los teléfonos móviles, agresores confesos del silencio interior. Creo recordar que un protagonista de la deliciosa película de Michael Gondry “Olvídate de mi”, sentenciaba: “hablar no significa comunicar”. ¡Qué gran verdad! Podría aplicarse a las hordas de tertulianos baratos y maleducados, políticos, periodistas, pseudoperiodistas y demás “Indas” de turno, que destrozan diariamente el armonioso silencio. En fin, creo que más que comunicar, se insulta, se descalifica, y se practica la dinámica del “y tú más”.

Descendamos (o ascendamos, según prefieran) a la sociedad civil. Nos queda el tema de la comodidad del silencio. Esa comunicación que no es comunicación, esa obsesión por llenar supuestos vacíos, existe en nuestras conversaciones, en nuestros instantes en el ascensor. Los hindúes creían que el Nirvana era la nada, yo aspiro a ese silencio consciente y precioso, que me llene de una nada con ínfulas de deidad. En otra ocasión traté del tema de los cenizos, fue con ocasión de la visita de la parca, ¿se acuerdan? Me refería a aquéllos que te recuerdan lo malo que es tomar esto o lo otro. Creo que existe una nueva clase de cenizos que denominaré los cenizos del “Carpe diem” (“Atrapa el presente”, según Horacio, máxima de la filosofía epicúrea). Me refiero a esos sujetos que están hostigándote todo el tiempo para que hagas viajes, o te entregues a una vida disoluta, amparándose en los clásicos, “hazlo tú que puedes”, o “vamos, que parece que estás amargao”,…, ellos suelen ser unos terroristas confesos del silencio, lo suelen profanar con estúpidos chistes o con conversaciones no menos estúpidas, “para animar el ambiente”. Digo, yo, por qué tanta preocupación por la felicidad ajena, ¿quizás por frustraciones propias? Estos cenizos son los típicos que después de una opípara cena, justo cuando tengamos el chupito de orujo en la mano, destruirán soltarán ese dicho tan odioso: “De grandes cenas están las tumbas llenas”.

Tenía cierta amiga, que en tiempos en que no estaba popularizado el dichoso “selfie” (espantosa etiqueta anglosajona que se derrite de tristeza ante la preciosa palabra castellana “Autorretrato”), no paraba de hacerlos, mientras nos tomábamos “tranquilamente” una cerveza. Sí, lo adivinaron, dejé de tomar cerveza con ella.

Ahora, la estrella es el teléfono móvil, ya hablamos de él en la primera parte. Cada vez es más odioso el encuentro en el bar con cualquier persona, eso es evidente, pero es que a ello se suma el riesgo añadido de emborrracharse ante el declive del diálogo. Perdón, ya me voy por las ramas. Reivindico con ardor el silencio en esta época de ruido estéril, de sobrecomunicación, de circo, de consumo rápido. Aún hay salida, corran a los museos, a las bibliotecas, a las alamedas, a los templos, y encuéntrense con sus silencios interiores, aprendan de ellos, como paso previo para entablar diálogos provechosos.

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