23/11/2019
Transitamos por esos días del año en que la falta de luz y el frío nos hacen estar apáticos, desganados, sólo pensando en estar recogidos, y ponernos al calor de la lumbre.
Pero salvo algunos privilegiados, la mayoría de nosotros la lumbre la vemos de tarde en tarde, y no podemos gozar de su envolvente calor y el crepitar de la madera bajo las llamas. Hace mucho que en nuestro mundo hipercivilizado e hipertecnológico se ha perdido la sana costumbre de tener fuego de verdad en las casas. Ahora nos calientan calefacciones a las que apenas vemos, y que encima nos secan la garganta; y preparamos nuestras comidas sobre placas caloríficas donde el fuego de antaño se ha sustituido por una luz roja incandescente.
Afortunados aquéllos que pueden llegar a casa, cansados de un día de trabajo, y sentarse junto a la chimenea a calentar sus ateridos huesos. Creo que es una necesidad humana que viene desde el principio de los tiempos, y nada calma más, ni nos prepara mejor para un buen sueño, que pasar tiempo junto a la lumbre.
Y es que el fuego siempre ha fascinado a los seres humanos, desde que tenemos constancia. Los que llamamos “hombres primitivos” se reunían al calor de una fogata en el interior de las cuevas y abrigos boscosos, donde además de calentarse, hacían vida social, cantaban, tocaban música, relataban historias, se aseaban los unos a los otros.
Esta unión del fuego y la vida social se ha mantenido en el día a día de los pueblos hasta hace bien poco. Recuerdo muchas tardes de invierno junto al fuego, en casa de mis abuelos, oyendo los chismes del día, o mejor aún, las historias de fantasmas y aparecidos que tanto me gustan; o simplemente, viendo arder en silencio, disfrutando de la sensación de paz y comunión con la lumbre.
¿Y qué decir de la comida cocinada directamente sobre las llamas? Unas castañas, unos chorizos, un trozo de carne… Son experiencias que no se deberían perder. En mi tierra gallega, las fogatas de las casas se llaman “lareiras”, y sobre ellas suelen ahumarse embutidos, que muchas veces se envuelven en papel de plata, se introduce el paquetito entre las llamas, y se degustan allí mismo, sin tener que cambiar de estancia.
Hoy no deseaba hablaros de ningún personaje histórico. Hoy el protagonismo se lo dejo al fuego, que nos ha acompañado a lo largo de toda la Historia de la Humanidad, haciéndonos la vida más fácil y más placentera. Sinceramente, creo que no habría habido Historia para nosotros, de no habernos entregado el fuego el bondadoso Prometeo. Bien cara que pagó su hazaña, ya que Zeus lo hizo encadenar a una roca, donde todos los días un águila le devoraba el hígado, que volvía a crecer por la noche.
Para honrar tan hermoso regalo, os conmino a buscar una fogata en la que calentaros el cuerpo y el alma, y dejaros divagar, lejos de las preocupaciones y del ruido de la ciudad. Porque a veces, son las cosas más sencillas, las que más paz nos dan.
¡Nos leemos!
Foto: eldiario.es
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