12/09/2017
Es habitual incluir en las bandas sonoras fragmentos de obras de música clásica. Y es lógico, porque la música viene formando parte de la vida de los seres humanos desde que lo son. Se han encontrado diversos instrumentos ya en el Paleolítico, paralelos al arte simbólico y figurativo de las cuevas y abrigos. Así que desde que tenemos el cerebro que nos define hemos necesitado expresar nuestros sentimientos y los sonidos nos han ayudado a ello.
Lo que quiero decir con esto es que llevamos muchos años desarrollando esta capacidad, con lo cual ya tenemos una inmensidad producción de música que nos provoca determinadas emociones y a las que el cine ha sabido sacarle rendimiento.
De hecho, en aquellas primeras proyecciones de películas mudas se adoptó la costumbre de acompañarlas con piezas clásicas, en principio más que nada por disimular el ruido de las bobinas, pero luego se recurrió a ellas para reforzar lo que se estaba relatando en la pantalla. Según la capacidad económica de la sala, la interpretaba una banda en directo o se recurría al gramófono.
Por otro lado, se considera la primera banda sonora de la historia la que compusiera Camille Saent-Saëns para la película francesa “El asesinato del duque de Guisa”, en 1908. Se trata de una serie de piezas específicas para este film con la idea que comentábamos de reforzar su expresividad. Después vendría “El nacimiento de una nación”, en 1915, primera banda sonora orquestal. El tipo de composición, el concepto... han ido evolucionando, pero la música clásica nunca ha dejado de tener presencia cinematográfica; de hecho, muchas bandas sonoras son auténticas obras sinfónicas, como las de John Williams, por ejemplo.
En esta serie vamos a descubrir cuatro piezas de música que se cuelan en la banda sonora de cuatro películas. Comenzaremos por “El velo pintado”, la versión de 2006 que dirigiera John Curran y protagonizaran Naomi Watts y Edward Norton, adaptación de la novela de William Somerset Maugham. Es una preciosa y preciosista película, con unos paisajes espectaculares, un maravilloso vestuario debido a Ruth Myers y una estupenda música compuesta por el prolífico compositor de bandas sonoras Alexandre Desplat. Sin embargo, también se recurre a una de las composiciones de Erik Satie, “Gnossians nº 1”.
De este compositor y pianista francés, que vivió entre 1866 y 1925, lo primero que conocí fue una de sus obras más famosas, “Gymnopédies”, formada por tres piezas para piano de las que mi favorita es la número 1. Es una música lenta y evocadora, íntima y llena de misterio. Por eso no me sorprendió que para una película que también tiene ese ritmo, el del río que bordean en su viaje hacia el pueblo chino con una epidemia de cólera que marcará la vida de los protagonistas, rodeado por un entorno que, a pesar de la situación, transmite una cierta ensoñación, eligieran a este compositor. Pero fue “Gnossiennes” su obra seleccionada.
Satie fue un innovador, un creador de vanguardia, burlón, irónico, sencillo, original, impresionista. Un compositor de pequeñas piezas, sobre todo para piano, como éstas de las que hablamos. Y es que “Gnossiennes” es una continuación del lenguaje musical de “Gymnopédies”, nunca mejor dicho lo de lenguaje, porque el compositor inventó la palabra, que podría derivar de “gnosis” o de “Knossos”. En cualquier caso, seis piezas para piano, aunque se publicaron por separado, salieron primero la 1 y la 3, después la 2. Las tres siguientes no se conocerían hasta 1968.
La 1 es la que suena en la película. La oímos prácticamente desde el principio porque es la música que ambienta los momentos en que se conocen Kitty y Walter Fane. Y digo bien, en plural, porque se conocen por primera vez en Londres, en una fiesta que se da en casa de ella. En ese momento suena la interpretación de Lang Lang, a día de hoy un afamado pianista de nacionalidad china, lo cual no creo que sea una casualidad dada la localización de la historia.
La escena se diluye fundiéndose mediante la música con la siguiente, en la que Kitty está tocando la misma pieza al piano, en su salón, rodeada de su familia. Un sonido mucho menos profesional, claro, con un instrumento más rudimentario.
La segunda vez en que se conocen Kitty toca el piano para los niños en el orfanato de la aldea en la que acaban viviendo. Un piano desafinado, con un cierto sonido a lata. Interpreta la misma melodía mientras Walter también la escucha desde la puerta y recuerda la primera ocasión en que la vio y lo que sintió entonces.
En resumen, una bella melodía, tanto que se ha utilizado en muchas ocasiones para películas, anuncios o incluso videojuegos. Tampoco resulta extraño considerando que Satie fue el creador de la “música de ambiente” o que compuso para los ballets rusos de Diaghilev la obra “Promenade”, con escenografía de Picasso y argumento de Jean Cocteau, cineasta entre otras cosas. Así que ya ven, siempre estuvieron unidos de alguna forma ambos caminos.
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