23/05/2017
A raíz de que hace unos días tuvo lugar una nueva edición de FENAVIN, se me ocurrió que podía dedicar una serie de películas al vino, ese líquido elemento que acompaña al ser humano desde tiempo inmemorial. Y es que las primeras vides cultivadas, allá en Próximo Oriente, datan de hace unos 6000 años. Y podría decirse que la primera gran potencia en producción y exportación fue el Egipto faraónico, país en el que abundan las representaciones pictóricas alusivas a todas las labores necesarias, desde la vendimia hasta el etiquetado (sí, tenían etiquetas, sí), para obtener las diversas variedades de que disponían.
Y vamos a comenzar con una película que, en español, no encontraría título más oportuno: “Entre copas”, dirigida en 2004 por Alexander Payne y que llegaría a obtener el Oscar a mejor guión adaptado de la novela homónima de Rex Pickett.
Narra la historia de dos amigos, tan opuestos en su forma de ser como pueda imaginarse, que deciden pasar una semana por los viñedos del condado de Santa Bárbara, en California, como despedida de soltero de uno de ellos.
Paul Giamatti (Miles) interpreta a un profesor de literatura que pretende ser escritor y que disfruta con su enorme afición al mundo de la enología; divorciado hace ya un tiempo, no ha conseguido superar su ruptura y arrastra una melancolía que intenta ahogar en su afición. Thomas Haden Church (Jack) es el novio. Su idea de esa semana está bastante alejada de la de su amigo. Actor, seductor, desea despedirse de su soltería con una aventura “amorosa”. Y digamos que él, más que aficionado al vino por cuestiones enológicas, lo es simplemente por bebérselo. Y en busca cada uno de sus objetivos, se encontrarán con Maya (Virginia Madsen), una camarera también muy entendida en vinos, y con Sandra Oh (Stephanie), que trabaja en una bodega.
Es, por tanto, un cruce de caminos propiciado por la pasión por el zumo de uva o, tal vez, es una especie de oda al mundo del vino, que acompaña momentos tanto sublimes como míseros del ser humano. Todo ello narrado con un humor amargo, con muy buenos diálogos, hablando sobre los temas nuestros de cada día: la soledad, la frustración, la alegría de vivir, el miedo, el amor, la inseguridad, la amistad...
Toda la película está imbuida, de una forma u otra, del universo vitivinícola (viñedos, bodegas, copas que se llenan, botellas que se vacían), pero a mí hay dos escenas que me gustaría destacar:
Una ocurre al principio del viaje, en la primera parada en una bodega. Allí, Miles le explica a su amigo cómo hacer una cata, ese acto tan fundamental en este mundillo, el eslabón entre productores y consumidores. De forma muy somera, podemos describirla como una sucesión de fases: una primera visual en la que se comienza por mirar el vino para apreciar el color, la intensidad (en un tinto, si “acostamos” la copa, la intensidad será más alta cuanto menos veamos a través de él), la limpidez (no confundir los sedimentos debidos a la edad con los de un vino enturbiado), vivacidad (el brillo nos dará idea de su juventud).
La siguiente es la fase olfativa (una vez que se ha parado tras agitar la copa): la calidad de los aromas define la personalidad del vino. Y podemos distinguir aromas primarios (a frutas, flores, vegetales, especias... los que han acompañado a la uva), secundarios (según la fermentación, a levadura, queso...) y terciarios (adquiridos durante la crianza en barrica y la maduración en botella, por ejemplo, roble).
Y la fase gustativa, momento de apreciar el dulzor, la acidez, la aspereza, la densidad y los aromas en la boca y al tragar.
La otra escena que también me gusta mucho es la conversación entre Miles y Maya en que hablan de marcas, variedades de uva y sentimientos sobre el vino. Imposible abarcarlo todo. Destacaré que comentan el interés de Miles por la pinot noir, una uva tinta procedente de Borgoña que origina vinos con aromas de frambuesas, fresas, grosellas, cerezas... y con un color claro.
Y me encanta todo el discurso de Maya explicando la razón por la que le gustan los vinos, “porque un vino embotellado, en realidad, está vivo”.
Verdaderamente es una película que invita a amar este producto, que lo convierte en algo al alcance de cualquier persona, demostrando que se puede disfrutar de él como lo hace un profesional. Así que, si usted aún no lo ha intentado, le animo a ese primer paso probando con una cata sencilla de un buen pinot.
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