16/05/2017
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Este interrogante lanzado por Jesús a sus discípulos, según señala el evangelista Mateo, ha sido uno de los que más ríos de tinta ha hecho correr a lo largo de la Historia. Y continúa, a día de hoy, llenando páginas de libros de investigación, horas de documentales o metros de celuloide.
¿Qué hay de cierto en los acontecimientos narrados en los Evangelios? ¿Qué personaje histórico fue la base del Jesucristo que ha llegado hasta nosotros? Si las cosas sucedieron así realmente ¿qué sintió? Ha habido acercamientos históricos, médicos, arqueológicos, antropológicos, teológicos, filosóficos, literarios... Y, después de todo, ¿tenemos algo claro? ¿Podemos discernir la verdad de la leyenda? Diría que lo único claro es que no podemos tener ninguna certeza de nada.
Por supuesto, esto dependerá de la fe y deseo de creer de cada uno, ámbito absolutamente íntimo en el cual no pretendo entrar. Simplemente, lo que vengo a señalar es ese afán eterno de conocimiento sobre lo que ocurrió en el reino de Judá durante aquella época en que los años no se medían antes o después de Cristo, si no que eran los años de Jesús.
Después de cuatro películas, lo que sí que he observado es que hay un afán inagotable por presentar la vertiente más humana: miedos, dudas, sufrimiento, emociones... Y, sin duda, la que nos va a servir de cierre es uno de los mejores ejemplos en este sentido: “La última tentación de Cristo”, dirigida por Martin Scorsese en 1988.
La versión cinematográfica de la novela de Nikos Kazantzakis es una de las más desgarradoras que he visto sobre el personaje de Jesús. No pude evitar una sensación de angustia por lo terrible de su padecimiento físico, mental, espiritual...
Como les comentaba antes, se centra en la visión más humana y eso provoca una proximidad casi dolorosa. La escena de la crucifixión me resultó una de las más agobiantes, precisamente por la sensación de autenticidad. Las voces de los asistentes, los insultos, los gritos de los crucificados, sus gestos torturados se clavan en la memoria.
Willem Dafoe, en el personaje principal, consigue presentar a un Jesús lleno de contradicciones, que pasa de la negación de su destino a su aceptación plena, de un mensaje lleno de amor a una actitud más belicosa. Y, al final, como cualquier ser humano que se precie, se plantea cómo habría sido su vida si en un momento determinado hubiese optado por otra alternativa. Y la resolución de esta disyuntiva es la que hace que yo no comprenda la polémica de la que fue objeto la película. No puede sino sentirse respeto y comprensión por alguien así. Porque, como dice el mismo Jesús ante la lapidación de María Magdalena (presentada de una manera muy realista por Bárbara Hershey), el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
También me gustaría destacar la interpretación que Harvey Keitel hace de Judas. Considerado en la tradición cristiana como el gran traidor, en esta serie de películas he descubierto una especie de reivindicación. Ya lo veíamos en “Jesucristo Superstar” y lo vemos mucho más en la película de hoy. Y se le reivindica como amigo de Jesús, como el discípulo más distinguido porque será él mismo quien le pida que le traicione para poder deshacerse de su cuerpo humano, liberar al ser divino que lleva dentro y, así, cumplir con su destino.
En los años 70 apareció en una tumba, en Egipto, un códice en el que se incluía un fragmento del denominado “Evangelio de Judas”, apócrifo, nunca admitido en el canon bíblico por tanto, en que se narra esta petición. Por supuesto, dio origen a una enorme controversia acerca de su autenticidad o no y, sobre todo, en relación a su traducción. Si les interesa, existe un trabajo al respecto realizado en 2006 por la National Geographic Society.
Lo que resulta evidente es que la figura de Jesucristo (la histórica, me refiero) sigue despertando interés. Si les apetece seguir conociendo más al respecto, pueden acercarse a la obra de Antonio Piñero, de Eslava Galán o la recién publicada “Pongamos que hablo de Jesús”, escrita por Óscar Fábrega.
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