16/03/2017
Los niños piden corazones de colores. Quieren pegarlos en las tarjetas para el día del padre. El chico de la camiseta con el número siete recorta la silueta de un descapotable y lo pinta con toda la gama del arco iris. Lo que pretende es que su padre vuelva del norte, adonde se fue cuando él era muy pequeño. Entre las ruedas, coloca un corazón negro. De pronto, se le cansan las manos y tiene que descansar.
La chica de las mangas siempre húmedas dibuja una camisa de fiesta. Pega corazones blancos en un fondo de color pimentón. La corbata es violeta y los corazones malvas. Antes de acabar dice que cruje el vientre. Que tiene hambre.
A la niña serpentina no le gustan nada los corazones. Se mete dos ovillos de lana bajo la camiseta y dice que va a casarse con papá. Toma un muñeco en sus brazos y le da un poco de leche con los dedos.
La parvulita que siempre añora llena su cartulina de corazones. Cuando termina, rompe a llorar. Las lágrimas disuelven los corazones y los convierten en una pasta de vísceras rosadas.
Por la tarde, los niños echan un partidillo a las afueras. El chico del número siete sabe que algún día su padre irá a verlo jugar a un gran estadio. Sabe que marcará muchos goles y que su padre se lo llevará a vivir con él al norte. Por fin, sale un arco iris. En los charcos flotan corazones negros.
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