Barricada Cultural

 

14/02/2017

Cuatro películas... De elecciones (III)

por Alicia Noci Pérez

En 1972 Michael Ritchie dirigió y Robert Redford protagonizó una interesante película que pienso que podría calificarse de intemporal: “El candidato”.

Me parece intemporal en el sentido de que, aunque nunca he participado en una campaña electoral, estoy convencida que siempre tiene, y ha tenido, los mismos elementos. Y me lo parece también porque “pasarán más de mil años, muchos más” y los discursos de ambos partidos norteamericanos continuarán sonando similares: paro, sanidad, vivienda o medio ambiente eran los pilares del programa político de Bill McKay y… no me digan que no les suena de los ocho años de Obama en el poder. Lo que me lleva a pensar que la Casa Blanca es como el telar de Penélope. La esposa de Ulises, que había prometido elegir un nuevo marido al acabar el tapiz que tejía, deshacía por la noche lo que avanzaba por el día. Pues eso, lo que hacen los demócratas, lo deshacen los republicanos y viceversa. Bueno, eso también pasa aquí. Con las leyes de educación, sin ir más lejos.

Pero estimo que la película puede considerarse, sobre todo, una reflexión sobre cómo se convierte un idealista en un político. Hay un momento en que el padre del protagonista le dice “Enhorabuena, ya te has convertido en un político”. Y a su hijo no necesariamente le hace ilusión.

La trama nos va contando cómo un joven abogado dedicado a temas sociales y medioambientales es animado por un avezado director de campañas para presentarse a las elecciones al Senado por California, representando al partido Demócrata. El abogado, un idealista lleno de buenas intenciones, se anima pensando que, desde el cargo de senador, tendrá más ocasiones para poder llevarlas a cabo.

Asistimos a lo largo del film al moldeo de nuestro abogado. Como cualquier manual del buen candidato diría, el político nace y se hace. Debe tener una serie de cualidades innatas, pero necesita modelarlas con técnicas y destrezas. Para ello, lo primero y fundamental es tener un equipo sin fisuras, que transmita los mismos valores que su líder. Un discurso claro y sencillo (los famosos cinco puntos del programa de McKay).

Cercanía a los electores en la oratoria (con toques de humor, preferentemente) y en el espacio. Que el tono y el mensaje capten la atención de la audiencia y la mueva a la acción.

Y la imagen. A fin de cuentas, todo entra por los ojos, nos fiamos de nuestras primeras impresiones. Es graciosa una frase de la película en que un componente del equipo dice “gusta a las mujeres”. ¡Claro, es Robert Redford!

Así que, poco a poco, el hombre que decía lo que pensaba, sin preocuparse mucho de su efecto, al menos no de una forma políticamente correcta, acaba encorsetado por un guion y por una corbata. Hay otra escena en que van en el coche y él comienza a repetir sus frases estrella con voces divertidas y mezclando las ideas. Sus compañeros lo miran como si se hubiera vuelto loco. Es evidente su evolución hacia el desencanto, pero es demasiado tarde.

Al acabar de verla, la pregunta que me vino a la cabeza fue: “¿los idealistas se diluyen en la política?”. Yo, sinceramente, creo que sí.

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