Barricada Cultural

 

28/11/2016

Kafka en La Habana

por Fernando Aceytón Sorrentini

Frank Kafka no es sólo uno de los grandes de la literatura, sino que fue además uno de los grandes renovadores de la narrativa de principios del siglo XX. Su obra, fuertemente autobiográfica, se convirtió en altavoz del mundo de entreguerras, alienado y hostil.

Todo el mundo (o casi) conoce La metamorfosis; famoso es su comienzo en el cual su protagonista y viajante de comercio Gregor Samsa despierta un buen día convertido en un escarabajo. Publicada en 1915, La metamorfosis es un claro exponente del expresionismo literario y anticipa en clave simbólica los tiempos que estaban por llegar en un mundo cada vez más deshumanizado.

Ahora llega una nueva y magnífica edición, a cargo de esa maravilla creada por Jacobo Fitz-James Suart Martínez de Irujo, conde de Siruela, la editorial Atalanta. La nueva traducción es responsabilidad de Luis Fernando Moreno Claros y Pilar Benito Olalla; muy ajustada al original, cuenta con un prólogo extenso, una biografía y una cronología, de tal forma que logra situar la obra dentro del contexto de la vida de su autor.

Y una novedad: la obra se titula como La transformación, y no La metamorfosis.

Merece la pena volver a una de las grandes obras de la literatura de todos los tiempos, que además se encuentra plenamente vigente.

Y otra maravilla: la exposición Sorolla en París, en el Museo Sorolla de Madrid. ¡Ah, Sorolla! Ese carca, ese fósil, esa antigualla que no merecía comparación con las vanguardias.

Pues no. Joaquín Sorolla se consagró como gran pintor del modernismo y de su movimiento internacional europeo y americano de los últimos años del XIX y de los primeros 15 años del siglo XX, junto con pintores tan eminentes como Bastien-Lepage, Sargent, Zorn o Whistler.

Como ha escrito Rafael Mateu de Ros, “más que de la llamada escuela española, Sorolla es heredero directo de Velázquez, redescubierto por Manet. Sorolla desarrolla un estilo propio: la paleta suave de las veladuras y de los colores sobrios, la pincelada sutil y el trazo fluido, la sensación de espacio, la instantaneidad del momento captado, el juego de las luces y las sombras y la mitología implícita, tan velazqueña, de los personajes y de las escenas. Ni es ni deja de ser un pintor clásico, ni es ni deja de ser un pintor impresionista”.

Sorolla es un pintor universal, eligió el estilo naturalista, tan denostado en su momento, como podría haber elegido otro, porque pudo haber pintado lo que hubiera querido.

La exposición recorre el Sorolla del gran formato, el retratista, el pintor del mar, las playas, las velas y los niños, de los trabajadores, de los paisajes de interior y de los elegantes jardines.

A destacar el sensual y elegantísimo Desnudo de mujer (1902) que bebe directamente de La venus del espejo de Velázquez. A juicio de quien esto escribe, se trata de una obra a la altura de los grandes desnudos de la historia: Tiziano, Velázquez o Rubens (y no, no incluyo a Goya).

El mercado del arte (como todo en la vida, podríamos decir) acaba por poner a todos en su sitio (“rara vez se equivoca en el largo plazo”, como escribe Mateu de Ros) y por ello asistimos a los máximos históricos en su cotización y a su éxito sin paliativos en todas sus exposiciones.

Otro tanto sucede con Dalí, lo que demuestra que hay vida más allá de Picasso.

Veo en la web de relojes Monochrome un curioso reportaje titulado Fidel Castro (1926-2016) Sportsman, Revolutionary…….and Rolex wearer, acerca de la afición del Comandante a los relojes Rolex, que como todo el mundo sabe son unos guardatiempos a los que cualquier cubano tiene acceso con suma facilidad. El reportaje, que se limita a mostrar unas fotografías del barbudo con sus relojes y a describir el modelo concreto, subraya, sin decir ni pío, las paradojas de los regímenes totalitarios comunistas.

Lo dicho. “Socialismo o muerte.”

Sigan con salud.

 

Foto: blog.verbalina.com

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