Los padres regresaron a toda prisa a su casa derramando amargas lágrimas sobre sus ricos ropajes. La hija, que tenía un carácter dulce como las primeras manzanas, no encontró marido en los tres años siguientes. Y fue entonces cuando volvió el demonio a buscarla.

La joven se bañó en una cercana acequia, se vistió con una túnica blanca y esperó al demonio dentro de un círculo de tiza. Cuando el demonio llegó y fue a agarrarla, una fuerza invisible lo lanzó al otro lado del patio. Enfurecido, el demonio gritó que no se lavara porque así él no podía acercarse.

Las siguientes semanas, la hija del molinero no se bañó. Los cabellos, la piel de los brazos y los vestidos se fueron ennegreciendo. Entonces, el demonio se presentó por segunda vez y la joven rompió a llorar desconsolada. Las lágrimas se filtraron a través de los dedos y cayeron por los mugrientos brazos hasta dejarlos blancos como pétalos de azahar. El demonio, encolerizado, rugió que, para poder llevársela, había que cortarle las manos a la doncella.

El padre, horrorizado, le dijo que no podría mutilar a su propia hija. El diablo tronó que morirían él, su mujer y todos los campos hasta donde abarcaba la vista. El padre se asustó mucho y, acobardado, fue a afilar el hacha de plata, pidió a su hija que lo perdonara y le cortó las manos. Luego, lloraron los dos hasta el amanecer.

Cuando el demonio regresó por tercera vez, los muñones de la joven volvían a estar limpios como la nieve. Y cuando quiso a agarrarla, fue expulsado al otro lado del patio. Entre terribles maldiciones, el demonio se dio por vencido.

Los padres envejecieron cien años de pronto y siguieron adelante lo mejor que pudieron. El padre ofreció a la hija un espléndido castillo y riquezas para toda la vida. Pero ella lo rechazó, se envolvió los muñones de los brazos en una gasa limpia.

Y, al rayar el alba, abandonó la vida que había conocido hasta entonces.

Los tres años en esta segunda fase del relato Atravesando el bosque subterráneo, representan el tiempo en el que la hija no tiene aún conciencia de que el sacrificio es ella misma. Ella es la ofrenda, la más perjudicada en el trato desventajoso. Este periodo es necesario para fortalecerse explorando todos los recursos de la psique y adquirir plena conciencia de su funcionamiento y de los intereses más o menos manifiestos. Analizar el significado de lo que nos hace sufrir, intentar verlo en su contexto y aprender de otras personas. Sobre todo, de las que hayan superado situaciones apuradas y hayan encontrado soluciones.

El vestido blanco simboliza la inocencia que aparta al demonio porque inmuniza a la doncella contra el mal. El círculo de tiza en el que se coloca, la protección de los elementos naturales benéficos. Las lágrimas en los cuentos derriten el hielo del corazón y, para el demonio, son como agua bendita.

La doncella se protege como puede, con todos los recursos a su alcance y consigue mantener a raya al depredador. Empieza a aprender a defenderse. El propósito del demonio es que la hija pierda las manos, la capacidad de asir y de ayudarse a sí misma y a los demás. La faceta paternal de la psique no está madura, no sabe conservar su poder frente al depredador y entrega a su infravalorada hija. Ella empieza su aprendizaje, pierde la inocencia que no recuperará nunca de la misma manera.

La ingenua doncella debe entender que el demonio no siente y que quiere rebajarla a su nivel. Que el aspecto no redimido de la psique siente envidia malsana y un odio que solo aplaca cuando corta sus sensibles manos. Que es un mutilador nato.

Pero las lágrimas sinceras actuarán alejando al demonio, quebrarán su dominio. Y la joven descubrirá que el primer paso necesario para seguir adelante es arrojar lejos al depredador, al otro lado del patio, aplicarse una primera cura a la herida de la dolorosa traición y emprender un viaje al mundo subterráneo donde espera encontrar una vida en plenitud y encontrar a su verdadera familia psíquica.

La doncella manca abandona la vida que ha conocido hasta entonces.

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