jueves, 28 de marzo

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Haciendo las américas

De vinos y viñedos

por Lola Romero (Houston)

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Con la vendimia ya terminando en la mayor parte de denominaciones y pagos de nuestra región, supongo que las cooperativas y bodegas están a pleno rendimiento. Hace muchos años que no estoy en mi pueblo por estas fechas (“de seguido”, quiero decir), pero no hace tanto que recorría la provincia de Ciudad Real buscando las primeras uvas del año, o las que se vendimiaban por la noche, o visitando la cooperativa más antigua, o informando sobre los precios que registraban las “tablillas”. Gracias a mis raíces y a mi trabajo como periodista, estas fechas están (y estarán) irremediablemente unidas a la vendimia, a los tractores cargados de uva a y al olor de los primeros mostos y vinos jóvenes.

Por eso me apetecía esta semana hablar de vinos, porque aunque donde vivo ahora mismo no tenga una bodega o cooperativa cerca que “perfume” el aire, sí se puede hablar de vinos o uvas texanas, ya que hay unas cuantas empresas que tienen viñas y producen su propio vino, y es de cierta calidad, según he podido probar y comprobar. Pero, investigando, lo que más me ha sorprendido es que fue Texas el primer lugar donde los Franciscanos plantaron viñas en Norteamérica, allá por 1659, y que con la colonización fueron probándose diferentes variedades hasta que se desarrolló realmente una industria vitivinícola a partir del siglo XIX.

Sin embargo, en todo Texas, que es aproximadamente del tamaño de España, sólo se cultivan unas dos mil hectáreas de viñedo, un pequeñísimo porcentaje respecto a lo que se cultiva en Castilla-La Mancha, por ejemplo, que ronda las 450.000 hectáreas. Pero, aún con poca extensión, aquí tienen hasta 25 tipos diferentes de uva, principalmente variedades europeas como el Cabernet Suvignon o Merlot. Desde hace poco tienen también Tempranillo, y parece que acaban de descubrir que esta variedad típicamente española se adapta muy bien al clima del norte del estado.

El año pasado visitamos una de estas bodegas texanas en la zona de Fredericksburg, entre Austin y San Antonio, aunque había unas cuantas más. Compramos vino, claro, bastante bueno, y disfrutamos de una tarde entre viñedos ya casi amarillos y listos para el invierno y de una degustación en una sala de barricas, aunque en este caso se notaba demasiado que todo era muy nuevo y que estaba preparado para el “show”, como dicen aquí…

Llevamos una de las botellas de vino del Tempranillo texano a mi pueblo cuando fuimos en Navidad, por probarlo, y parece no disgustó. Después, hemos probado algún vino de esta tierra más, y están buenos, pero tendemos a comprar vino español… No sé, el cuerpo, el sabor, la fuerza… parece que a nosotros nos gusta más “lo conocido”, que no es precisamente “malo”…

Ahora veremos qué pasa con los aranceles que Estados Unidos quiere aplicar dentro de unas semanas, y las supuestas subidas de precios que van a representar. El vino español es uno de los productos que, dicen, se verá más perjudicado, así que tendremos que estar atentos. Y quizá hacer acopio de botellas patrias por lo que pueda pasar…

Como dijo un político español en una visita a Ciudad Real (aunque en un momento ciertamente ridículo): ¡Viva el vino!

 

Foto: La bodega de Fredericksburg en la que estuvimos a finales de noviembre del año pasado. Me encanta la luz otoñal y los colores casi invernales… (Lola Romero)