viernes, 29 de marzo

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Haciendo las américas

Monstruos

por Lola Romero (Houston)

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Nunca he sido una fanática del motor. No tengo ni idea de coches, ni de potencias, ni de acabados o gamas. No sigo la Fórmula 1, ni sé muy bien cuál es la gracia de las carreras del NasCar, más allá de lo que las películas de “Cars” de la factoría Disney perfilan en sus tramas. Si es que casi ni me gusta conducir... Y sin embargo mi hijo no puede tener más afición por todo lo que tenga ruedas. Desde que era casi un bebé sus juguetes preferidos han sido coches, excavadoras, camiones y trenes. Y desde que sus amigos de la guardería, siendo bien pequeños, empezaron a hablar de los “Monster Trucks”, esos vehículos no han faltado tampoco en su enorme parque móvil. Como observó mi padre cuando estuvieron aquí el año pasado en enero, mi hijo debe andar ya por los cinco mil coches por lo menos. Es broma, claro. Aunque por si acaso he decidido que no voy a contarlos, no me quiero llevar un susto.

Todo esto viene a que antes de que mi hijo los mencionara, yo creo que no había escuchado en la vida lo de los “Monster Trucks”, y al principio no me hicieron ninguna gracia: eran feos, feísimos, con unas ruedas enormemente desproporcionadas y unas decoraciones que, literalmente, daban miedo. ¿Cómo les pueden gustar a los niños los esqueletos, los tiburones, los zombis, los doctores locos y los colores chillones que despliegan en sus carrocerías estos coches monstruosos?

Pero supongo que a fuerza de verlos, de comprárselos para su cumpleaños, al final me he acostumbrado y sabiendo que le gustan tanto, este año (y ya van dos) hemos vuelto a comprar entradas para un espectáculo en Houston del que sus amigos suelen pasarse semanas hablando. En teoría se trata de una competición que se llama “Monster Jam”, y que va visitando diferentes ciudades de todo Estados Unidos durante la temporada, para terminar en una gran final en Orlando, Florida, en el mes de mayo. En la práctica, se trata de un espectáculo muy ruidoso en el que esos vehículos monstruosos se dedican a dar saltos, volteretas, a quemar rueda y a aplastar coches viejos. Pero tiene su gracia, sobre todo cuando los conductores lo hacen bien, y las volteretas y las piruetas les salen perfectas.

Es entonces cuando el público se pone de pie, grita y aplaude. Y no me refiero sólo a niños, ya que yo diría que hay incluso más adultos que niños en las gradas. No sé cómo será en otras ciudades, pero en Houston el espectáculo-competición puede verse dos fines de semana, y aunque el enorme estadio NRG (donde se celebra también el Rodeo) no se llena hasta la bandera, es fácil que haya más de 50.000 personas cada uno de esos días.

Obviamente, no se puede comparar con el fútbol americano o la NBA, pero es sorprendente la cantidad de gente que conoce el nombre los coches y sus pilotos. Grave Digger y Max-D son los Monster Trucks favoritos de mi hijo, y reconoce sus formas y colores donde los vea. No, por los pilotos a mí no me preguntéis… Aunque me gustó que este año hubiera dos chicas entre los conductores, de un total de 14, y que además una de ellas fuera de las más aplaudidas por su voltereta, y en general, su demostración en la prueba de “estilo libre”.

Me parece que esta “liga” de Monster Trucks viaja a veces fuera de Estados Unidos, pero su cuna y su público están aquí. Hay quien dice que son la muestra perfecta del “exceso” americano, del afán por lo más grande, lo más llamativo, aunque la funcionalidad sea simplemente el dar espectáculo. Yo creo que no hay que sacar las cosas de quicio. Si aplicamos esa regla, ¿qué deporte o competición deportiva se salvaría? ¿Para qué sirve un partido de fútbol sino para entretener?

Otra cosa es lo del “feísmo”: calaveras, monstruos de un solo ojo, toros locos, crestas, manos de zombi o pinchos plateados. Los Monster Trucks son monstruos más allá de su tamaño, y, supongo, ahí está también el secreto de su éxito.

 

Foto: Una instantánea del espectáculo que presenciamos en Houston hace unos días.