sábado, 27 de abril

Ciudad Real

Visita nuestra página en Facebook Síguenos en Twitter Síguenos en Instagram Síguenos en YouTube
Buscar
Logotipo de Ciudad Real Digital

Haciendo las américas

Chicago

por Lola Romero (Houston)

Compartir en Facebook Compartir en Twitter Imprimir artículo

No sabría explicar muy bien por qué tenía tantas ganas de visitar Chicago, pero lo cierto es que estaba en mi lista de propósitos desde que nos vinimos a vivir aquí. Supongo que me resultaba atractivo el hecho de que sea la cuna de los rascacielos, y de que infinidad de novelas, series y películas transcurran por sus calles o su río, aunque no siempre la ciudad aparezca reflejada de manera agradable. Un avance: incendios con miles de muertos y desolación, mafiosos matándose a tiros a las puertas de una catedral, manifestaciones mortales…

Pero todo eso también es parte de la historia de Chicago, y al escuchar cómo esas tragedias se entrelazan con las diferentes épocas arquitectónicas, los edificios emblemáticos y el curso del río que atraviesa la ciudad, entiendes que sea considerada uno de los lugares más interesantes de Estados Unidos, si no del mundo.

Hablo mucho de arquitectura porque es la esencia misma de Chicago, que siempre ha estado a la vanguardia en la construcción de rascacielos. Y es que tras el gran incendio de 1871, que destruyó prácticamente la mitad de la ciudad, fue allí donde primero se empleó el acero para las estructuras. La dureza y resistencia del material no sólo permitió muy pronto sustituir la madera que se había usado hasta entonces, y que tan problemática resultaba de cara al fuego, sino que además sirvió de base para que los edificios empezaran a “crecer”. En los poco más de veinte años que separan el incendio de 1871 de la exposición universal que Chicago acogió en 1893, toda la ciudad estaba reconstruida, y no sólo eso, albergaba ya los primeros rascacielos firmados por los mejores arquitectos de la época. La sociedad de comerciantes y el interés de algunas grandes fortunas estadounidenses hicieron posible ese resurgir de las cenizas, nunca mejor dicho.

Algunos de aquellos primeros edificios y otros que se construyeron a principios del siglo XX todavía se pueden contemplar hoy (algo no demasiado común en Estados Unidos, ya sabéis), pero además hay otras joyas como la Torre Willis (antes conocida como Torre Sears), que fue el rascacielos más alto del mundo hasta 1998, o el edificio Wrigley, cuya torre del reloj está inspirada en la Giralda de Sevilla. Y podría seguir y seguir diciendo nombres: la Torre Hancock, donde disfrutamos de un fantástico “brunch” en el piso 95; el hotel-complejo de Trump, que es un edificio muy bonito a pesar del nombre de su dueño; el edificio del Carbón, que recuerda a una botella de champán; o el 150 de la calle North Riverside, terminado el año pasado, pero que ya se encuentra entre lo más admirado de Chicago debido a su curiosa estructura en forma de pirámide invertida, con más del 75 por ciento del edificio descansando sobre el vacío.

A pesar de que llevábamos tres niños pequeños, obviamente caminamos muchísimo con tanto que ver, pero también tuvimos tiempo para navegar por el río en un fantástico crucero arquitectónico en el que hasta mi hijo se quedó embobado con las explicaciones del guía. Además, nos montamos en la noria del centenario, en el muelle Navy, y no quisimos perdernos la típica pizza rellena o los perritos calientes de Portillo. Nos atrevimos a visitar algunos de los lugares favoritos de Al Capone y los otros mafiosos de los años 30, y no nos faltó el posado con el cartel luminoso del teatro Chicago, o el reflejo en la “judía” de metal… Fueron sólo tres días, pero ya veis que no perdimos el tiempo.

En fin, que la “ciudad del viento”, como también se la conoce, me encantó. Aunque no llego al grado de mi hijo, que se pasó una semana a la vuelta diciendo que él quería vivir en Chicago…

P.D. La foto es un collage de algunas de las instantáneas que tomamos nosotros y nuestros amigos Abel y Davinia. Los tres “peques” se lo pasaron en grande…