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Haciendo las américas

Líneas para el verano: Al otro lado de la frontera

por Lola Romero (Houston)

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Escribí estas líneas en julio de 2014. He decidido rescatarlas en primer lugar por la actualidad del tema, y porque recuerdo que fue uno de los artículos que más me “revolvió” mientras lo esbozaba. Cuatro años después, otro presidente y diversas leyes por el camino no han conseguido resolver el problema. Es más, ha empeorado considerablemente…

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Hace veinte años que Alicia y su prima Laura cruzaron la frontera de México con Estados Unidos. Llegaron a pie, atravesando un río en plena noche y corriendo entre las garitas buscando lugares de sombra. Tenían 17 años.

Las conozco casi desde que llegué a Houston, y con todo lo que está pasando últimamente en las fronteras de Texas, Arizona y California, no he podido evitar preguntarles por su experiencia. Sigue siendo duro para ellas recordar.

“Pero ahora las cosas son diferentes”, me dice Alicia. “Nosotras vinimos con mi hermano, y nos cruzó una persona que conocíamos, en la que confiábamos. Además, aquí yo tenía familia, no vinimos a ciegas”. Intenta marcar la diferencia con lo que está ocurriendo ahora, porque los niños que están siendo sorprendidos tratando de pasar a Estados Unidos tienen menos de 17 años. La mayoría van solos, sin familia ni ningún adulto que se responsabilice de ellos, y están expuestos a las mafias y los asaltos durante su largo viaje. Además, las estadísticas oficiales dicen que la mayoría provienen de países como Honduras, Guatemala y El Salvador, no sólo de México como hasta hace unos años. “¡Qué pena!”, apoya Laura, “esos niños tienen que cruzar tres fronteras y caminar sin cesar… y solos”.

En Estados Unidos empieza a hablarse de “crisis humanitaria”, y es que las autoridades estiman que hasta 80.000 niños podrían cruzar la frontera sin sus padres este año. Es un cambio de patrón en el movimiento migratorio hacia el rico Norte, pues cada vez son más jóvenes los que intentan entrar. También son más vulnerables, y las mafias se aprovechan de ello. “Ya no es sólo que el viaje cueste 5000 dólares”, sigue contándome Alicia, “ahora, los mismos que te pasan están conchabados con los que asaltan. Te dejan sin nada, a algunos hasta sin ropa. Así que muchos no sólo llegan con las manos vacías, sino que les siguen debiendo dinero a los que les cruzaron”.

Todo eso, si es que no los detienen al llegar, porque entonces les tomarán las huellas y los retendrán en centros de inmigración para, a priori, deportarlos. Y esa será una mancha imposible de borrar si algún día quisieran solicitar “los papeles”. Alicia y Laura tuvieron suerte y nunca las cogieron, ni siquiera cuando volvieron a cruzar a México para celebrar los 15 años de sus hermanas, y, de nuevo, a Estados Unidos amparadas en la noche. Fue en el año 2000, y no han vuelto a ver a sus familias desde entonces. Pero “mereció la pena”, afirma Alicia. “Las cosas en México están muy mal y aquí por fin estoy arreglando los papeles gracias a que mi marido ya tiene la ciudadanía”. Laura tendrá que esperar a que su hija de 16 años cumpla los 21, porque “da igual que tus hijos hayan nacido aquí, no puedes basarte en eso para ser legal hasta que cumplen la mayoría de edad”.

Según ellas, el trato hacia los indocumentados mexicanos es distinto al de otras nacionalidades. Por ejemplo, “a los que vienen de Cuba, nada más pisar suelo americano, les dan los papeles”, se quejan. Y también es diferente con los centroamericanos. Según el Consejo Nacional de la Patrulla Fronteriza, el gobierno estadounidense los detiene y procesa, pero los libera tarde o temprano dándoles un plazo de un mes para presentarse en las oficinas de inmigración. Como es fácil de imaginar, muchos nunca acuden, así que pasan a contabilizarse en los 11 millones de personas “sin papeles” que, se estima, viven (y trabajan, aunque a muchos se les olvide) en el país.

Pero estos días el problema se centra en la presencia de tantos niños y la saturación de los centros de detención. Por ejemplo, han tenido que llevarse a grupos de inmigrantes detenidos en la frontera de Texas hasta centros de California, porque en este estado estaban desbordados. También hay denuncias de niños hacinados y mezclados con adultos en algunos centros. Y ya han empezado a sucederse las protestas de ciudadanos estadounidenses por la afluencia de autobuses cargados con esos detenidos. En las noticias vi gente con carteles denunciando “una invasión”, y pidiendo a las autoridades que “no dejasen entrar más gente”. La vía política no parece una solución en este caso, ya que el Congreso, de mayoría republicana, no quiere hablar de reforma migratoria, y la “acción ejecutiva” unilateral anunciada por Obama para financiar la contratación de oficiales o la mejora de los centros, entre otras medidas, parece que no cuenta con demasiados apoyos ni siquiera entre sus compañeros demócratas.

“¿Y qué se puede hacer?”, me pregunta Alicia. “La gente huye de las maras, de la violencia, las drogas y sus mafias”, y añade que “durante años hemos visto en la televisión que esto era maravilloso, los estadounidenses siempre dicen que este es el mejor país del mundo… la gente se lo cree y arriesga la vida para venir”.

 

Foto: G. HERNANDEZ/AP en lavoztx.com