jueves, 17 de julio

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Haciendo las américas

NOLA mola

por Lola Romero (Houston)

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Teníamos muchas ganas de visitar Nueva Orleans, o NOLA como dicen y abrevian por aquí. Sin embargo, al viajar con niños, nos preocupaba un poco ese ambiente “festivo” del que todo el mundo hablaba, y la “gente rara” que, nos decían, habitaba sus calles. Pero al final nos decidimos y cogimos carretera y manta el Jueves Santo al salir de trabajar, y tras seis horas aproximadamente, buena parte de ellas cruzando puentes sobre áreas pantanosas, llegamos a Nueva Orleans. Era casi media noche, así que sólo pudimos apreciar que parecía una ciudad no muy grande, partida por un gran río plagado de petroleros y plataformas. Así, a la luz de la luna y de las lámparas amarillas que iluminaban las estructuras metálicas a las orillas del Mississippi, la ciudad me pareció muy industrial y un poco caótica. A la luz del sol, sin embargo, todo se veía muy diferente.

Como ocurre también en muchas ciudades de Europa, en Nueva Orleans hay una especie de casco histórico, lo que llaman el “Barrio Francés”, donde se concentra el turismo y ese ambiente festivo del que os hablaba al principio. Impresiona a primera vista el estilo arquitectónico colonial, esas casas de dos o tres plantas con largas balconadas de forja, con plantas y flores colgando hacia la calle y llenándolo todo de color, de más color que el que ya ofrece de por sí el ladrillo rojo español con el que están construidas muchas de esas casas. Y es que la mayoría de ellas se levantaron a finales del siglo XVIII, durante el período de dominio español de la ciudad.

Este “Barrio Francés” es el mejor exponente de la historia de la ciudad, pues expresa el espíritu de la mezcla y convivencia de franceses y españoles que ocuparon la zona hasta que Louisiana, el estado en el que se encuentra Nueva Orleans, fue vendida por Napoleón en 1803 a la joven república americana. La gastronomía, los nombres de las calles o tradiciones como la del Mardi Gras (o las fiestas de Carnaval), son vestigios de ese pasado franco-español que han llegado hasta hoy. Por ejemplo, no te puedes ir de Nueva Orleans sin probar los bignets, una especie de buñuelos de masa frita cubiertos de azúcar glass, de clara influencia francesa, y que pueden disfrutarse en el Café du Monde, con el correspondiente “café au lait”. Y aunque menos dulce, a mi me encantó también el detalle de los recordatorios de los antiguos nombres españoles de las calles, escritos en azulejos de cerámica de Talavera, como quedaba patente en todos y cada uno de ellos.

Y ya que hablo de cerámica, no puedo pasar por alto la sorpresa, y la alegría, que nos produjo encontrar la “Spanish Square” o “Plaza de España”, que al estilo de la de Sevilla, tiene los escudos de armas de cada una de las provincias españolas rodeando una gran fuente en una de las orillas del Mississippi, a apenas diez o quince minutos del Barrio Francés.

Mucha gente me ha preguntado si se veía alguna huella del huracán Katrina, que golpeó y casi destruyó algunos barrios de la ciudad en 2005, pero lo cierto es que no. Te dicen hasta donde llegó el agua, cuáles fueron los edificios más perjudicados o las zonas que no se pudieron pisar durante semanas, pero doce años después queda ya poco de aquello.

Respecto a lo del ambiente festivo, y la “gente rara”, lo primero está clarísimo a cualquier hora del día. En las calles de ese casco histórico se pueden encontrar a cada paso músicos tocando en directo, bandas que se acoplan sobre la marcha y el más puro y alegre jazz (estilo musical que nació en esas calles, por cierto). También vimos algún “personaje” y algunos borrachos, y a última hora de la tarde, ya se intuía la “marcha” en Bourbon Street, pero nada que nos hiciera arrepentirnos de ir con los niños. No salimos por la noche, así que no puedo contar mucho más, pero respecto a lo que nos habían contado, nos pareció que los americanos habían exagerado un poquito… Se nota que no han estado en España en cualquier pueblo o ciudad en fiestas…

Pero Nueva Orleans es mucho más. En nuestro breve periplo, tuvimos tiempo de visitar una plantación histórica, con su casa colonial, sus terrenos donde se cultivaba la caña de azúcar y sus cabañas o casetas para los esclavos. Porque esa es la otra parte de la historia de la ciudad: durante la primera mitad del siglo XIX, un centenar de terratenientes prosperaron cultivando algodón o caña de azúcar gracias al trabajo de miles de esclavos. Ponían los pelos de punta algunas de las historias que nos contaron y que sucedieron allí, en esa plantación, y por extensión, en las que aún hoy se conservan. “Enseñamos esto para que no se vuelvan a repetir los errores del pasado”, nos dijo la guía al final de la visita.

Y aparte del paseo por los lugares con historia, también navegamos por uno de los famosos pantanos de la zona, vimos cocodrilos a menos de un metro, y probamos la comida cajún. Nos quedó montar en uno de los barcos de vapor que aún surcan el Mississippi y pasear más detenidamente por el barrio de las mansiones, pero tres días y tres niños, dos de ellos de tres años, no dan para más. Como suele decirse, así tenemos una razón (o varias) para volver…

 

P.D. La imagen de hoy es un collage de fotos de mi amiga Ángela y mías. Lo de “NOLA mola” suelen decirlo los españoles cuando visitan la ciudad, y fue nuestro lema para ese viaje…