Nos lo pensamos bastante. Por un lado, el tráfico y las multitudes que sabíamos que nos íbamos a encontrar, y por otro el poco interés que nos despierta el fútbol americano, eran razones más que suficientes para habernos quedado en casa la tarde del sábado. Y sin embargo, al final nos pudieron las ganas de ver algo “histórico”, aunque esa palabra pierda un poco de su sentido cuando hablamos de Estados Unidos…
Y es que Houston ha sido la sede este año de la edición número 51 de la Superbowl, un evento que mueve al año miles de millones de dólares y cientos de millones de espectadores en el todo el mundo. De ahí lo de “histórico” que venden todos los medios (y los anunciantes) por aquí. Yo diría más bien “evento del año”, la “gran final”… Por eso quizá (y sólo quizá) no soy americana…
Pero, como decía, al final nos dimos una vuelta por los alrededores del George R. Brown Convention Center, en pleno centro de Houston, donde estaba montada toda la parafernalia que suele rodear a la Superbowl. Las calles se veían abarrotadas de gente vistiendo las camisetas de los Patriots o los Falcons (más de los primeros que de los segundos, todo hay que decirlo), y varias carpas con distintas temáticas recibían a los visitantes. Nosotros vimos la de la ciudad de Houston, montada como un gran escaparate de todo los bueno que ofrece la ciudad: tecnología, sedes de las grandes petroleras, espacios verdes, viviendas de calidad (ejem) y muchas oportunidades de negocio. Y en los espacios abiertos, aunque no paramos, se sucedían colas para los distintos “food trucks” o camiones vendiendo fritangas varias, cervezas y una especie de churros muy finitos que aquí llaman “funnel cake”. Había música en directo y un campo de fútbol americano en miniatura en el que los niños podían correr un rato.
Lo que no llegamos a averiguar es por qué todo eso estaba a varios kilómetros del estadio donde se jugaba el partido, el mismo donde se celebra el Rodeo y que tiene todas las instalaciones, y parkings, necesarios para un evento de estas características. Y más teniendo en cuenta que la Superbowl propiamente dicha se celebraba el domingo y esto que cuento era el sábado por la tarde.
Nos quedó por ver el “NFL Experience”, un circuito organizado por la propia NFL (el organismo que regula la liga), donde al parecer estaban expuestos los anillos de todas las ediciones anteriores, la copa que se entregaría al día siguiente y algunas atracciones y tiendas “oficiales”. No entramos porque nos lo desaconsejaron para los niños pequeños que llevábamos, y también porque alguien comentó que sólo merecía la pena “si eras muy fan”.
Pero, aunque esperábamos algo mucho más espectacular, el ambiente festivo nos gustó. Y en mi caso, también sirvió para tomar un poco de perspectiva, pues todo lo que había escuchado en las últimas semanas relativo al partido tenía más que ver con las polémicas que con las aficiones o las temporadas realizadas por los dos equipos.
Por ejemplo oí varias veces lo de que la última vez que Houston acogió una Superbowl fue hace trece años, en 2004, y todo el mundo la recuerda por el famoso “Nipplegate”, o el “fallo de vestuario” que tuvieron Janet Jackson y Justin Timberlake en el espectáculo de la mitad del partido. Sí, trece años después sigue hablándose de aquel pecho medio descubierto que provocó la regla de los “5 segundos de retardo” en las emisiones, para que pudiera actuar la censura. Por eso quizá había bastante expectación por la elegida este año para ese “half-time” show: nada menos que Lady Gaga, la reina de lo imprevisible.
Y hasta los anuncios millonarios durante el partido han tenido eco en las noticias, sobre todo uno de Budweiser que hablaba de inmigración, y otro de aguacates de México (“Avocados from Mexico”, decía la canción), y que habían sido tomados por algunos como un desafío al recién “inaugurado” presidente Trump y sus políticas.
Con estos antecedentes y nuestro paseo ambiental, finalmente nos metimos en el papel y nos juntamos en casa de unos amigos para ver el partido. No nos faltaron las alitas ni las hamburguesas, aunque yo destacaría que fuimos capaces de seguir lo que pasaba sobre el césped, que nos interesó, vaya. Así que, aunque no estuvimos en el campo viendo el partido en vivo (1.500 dólares costaba la entrada más barata hace meses), podemos decir que vivimos de cerca aquella Superbowl número 51, con los Patriots dándole la vuelta al marcador en los últimos minutos, en una sucesión de jugadas que según los comentaristas, no se había visto nunca en una final. Y Tom Brady alzándose con su quinto anillo, y convirtiéndose, por tanto, en el primer “quarterback” de la historia en ganar tantas Superbowls.
Ya veis, al final resultó que sí que vivimos una Superbowl histórica…
Foto: Lola Romero (Algunas fotos del “ambiente” pre-Superbowl que tomé el sábado por la tarde).