lunes, 20 de mayo

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Las películas de mi vida

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Raíces profundas ()

Director: George Stevens

Intérpretes: Alan Ladd, Jean Arthur, Van Heflin, Brandon De Wilde, Jack Palance, Ben Johnson, Edgar Buchanan, Elisah Cook Jr., John Dierkes, Emile Meyer

Sinopsis: Alabama, finales del siglo XIX. Shane, un hastiado pistolero, llega a la granja de los Starretts, un matrimonio con un hijo que, al igual que los demás campesinos del valle, se encuentra en graves dificultades, pues el poderoso ganadero Rufus Ryker pretende apoderarse de sus tierras. Cuando Ryker se entera de que Shane es un hábil pistolero, le propone que trabaje para él. Ante su negativa, contrata a Jack Wilson, un peligroso asesino a sueldo.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Uno de mis diez westerns favoritos. Un western de imágenes cristalinas, perdurables. Nunca unas montañas o unas colinas, con la excepción tal vez de las mostradas en EL ÚLTIMO VALLE o los picachos del Himalaya de HORIZONTES PERDIDOS, me parecieron más míticos. Como también me lo resulta el pistolero de baja estatura pero enorme aura que llena la pantalla, el plano, ante los ojos asombrados de ese rapaz en proceso de crecimiento, fascinado ante su imagen, necesitado de elaborar sus propias leyendas, imaginaciones y señas identificativas. Ya saben, Shane, el mismo que otorga título en el original, por una vez traducido en España certeramente por el poético de RAÍCES PROFUNDAS.

No deja de ser el resultado de un combinado que hunde su tallo en un perfecto y trabajado guión, de enorme alcance en los sutiles significados que su autor A. B. Guthrie Jr. le confirió, en el que se funden en perfecta síntesis y comunión algunas de las constantes más queridas y fiables del género. El mismo al que el excelente George Stevens (GIGANTE, EL DIARIO DE ANA FRANK), con inspiración máxima y exquisita elegancia, no exentas de un sugestivo barroquismo formal, convierte en una bellísima –fundamental resulta para ello la fotografía de Loyal Griggs, merecidísimo Oscar- propuesta que constituiría casi fulminante en todo un referente.

La composición de Alan Ladd en el que sin duda constituya la mejor y más reconocible interpretación de su pródiga carrera, con su indumentaria de gamuza, su rostro angélico y esa aterciopelada parquedad gestual, como bien ha señalado Teo Calderón, confirió a su personaje, el de un solitario y errabundo pistolero, refulgentes detalles de romanticismo (ese baile con la esposa delata en él una inusual delicadeza, encanto, temperatura interior) y misterio sondable.

Igualmente resulta irreprochable la pareja que le secunda, compuesta por Van Heflin y Jean Arthur (esa mirada que cruza contemplando a Shane, figura ya en las antologías, con rotundidad en la mía particular), así como un espléndido ramillete de característicos del calibre de Jack Palance (como el peligroso asesino a sueldo con quien se las verá tiesas el protagonista en un memorable duelo final focalizado a través de los ojos fascinados del crío), Ben Johnson o Elisha Cook Jr.

Una emocionante y siempre gozosamente revisable obra maestra, que serviría de inspiración y “remake” muy libre al Clint Eastwood de esa otra joya titulada EL JINETE PÁLIDO.  

Vibrante final –“Shane, come back”- con esa “llamada de las lejanas colinas” de Victor Young sonando de impagable fondo musical mientras un Ladd herido mortalmente cabalga hacia un destino sombrío. Y con esa frase del rubiales y vivaz Brandon de Wilde que ha quedado grabada entre los momentos de oro del Séptimo Arte y en las evocaciones más feliz e intransferiblemente personales: “Shane no te vayas, mi madre te quiere, yo te quiero, todos te queremos…”

José Luis Vázquez