Director: Andrew Stanton y Lee Unkrich
Intérpretes: Animación
Sinopsis: El pececillo Nemo, que es hijo único, es muy querido y protegido por su padre. Después de ser capturado en un arrecife australiano va a parar a la pecera de la oficina de un dentista de Sidney. Su tímido padre emprenderá una peligrosa aventura para rescatarlo. Pero Nemo y sus nuevos amigos tienen también un astuto plan para escapar de la pecera y volver al mar.
Pixar… con escuchar ese mágico nombre que evoca a genios de lámparas, ábrete sésamos y a Rey Midas, pues todo lo que toca lo convierte en oro recaudatorio y artístico, y ello pese a que las dos últimas entregas –CARS 2, MONSTERS UNIVERSITY- han bajado ligeramente el listón de genialidad (¿quién lo es permanentemente?), pues eso, con evocar dicho nombre debería bastar para que cualquier amante del arte en su máxima expresión, acudiera a sentarse ante una butaca de cine o la del propio salón de casa.
Las producciones surgidas de allí siempre me generan una inmensa felicidad, pues no suele fallar que están repletas de un colorido cegador, que muestren un talento inusual, unos guiones prodigiosos, una deslumbrante factura visual y una técnica prodigiosa. Como ésta.
DESCUBRIENDO A NEMO gira en torno a un simpatiquísimo pececillo, el que da título a la película, que es capturado en un arrecife y destinado a una pecera de un dentista australiano. La trama se centra en una doble misión, por un lado el desesperado viaje que emprende su padre para recuperarlo; por el otro, los denodados esfuerzos del pescado para volver a su hábitat natural, en compañía de nuevos y divertidos amigos que ha hecho durante su cautiverio.
En todo momento sus creadores, Andrew Stanton y Lee Unkrich, nos regalan preciadas burbujas animadas rebosantes en ritmo, gracia, frenesí e irresistible encanto que acompañan esa peripecia vital de la que extraer lecciones de vida, de esa tesonera búsqueda que constituye un permanente torbellino de aventuras y emociones.
Todo un viaje al fondo del mar… y no solo físico de sus protagonistas sino al interior de nosotros mismos, a ese niño que nunca hemos dejado de ser tantos de los componentes de esa a veces mal llamada raza humana o terrícola. Una fantasía desbordante que resulta un impagable regalo para una noche tan especial como lade Nochebuena. No les extrañe que muchos deserten antes de tiempo la cena familiar para repetirla.
Alegría en estado puro. La más reconfortante de las brisas marinas.
José Luis Vázquez