Director: Gracia Querejeta
Intérpretes: Maribel Verdú, Fernando Valverde (AKA Tito Valverde), Aron Piper, Belén López, Susi Sánchez, Boris Cucalón, Pau Poch, Sfía Mohamed
Sinopsis: A Jon, un adolescente rebelde y conflictivo, lo envía su madre a vivir con su abuelo, un exmilitar veterano que estuvo en Mostar, en la guerra de Bosnia, y que ahora vive en un pequeño pueblo costero.
Me gusta bastante el cine de la madrileña Gracia Querejeta, hija de Elías Querejeta, al que dedica en los títulos de crédito finales la película que aquí me ocupa.
Su cine es sencillo pero muy eficaz, de sentimientos a flor de piel, muy bien narrado, con el denominador común, siempre presente, de las nada fáciles y complejas relaciones familiares, de sus demonios, sus secretos, sus agitadas convivencias. Pero principalmente centrado en las que afecta a padres e hijas. Desde que debutara en 1992 con UNA ESTACIÓN DE PASO (Gran Premio del Festival de Valladolid) jamás ha dado un paso en falso en los seis largometrajes que ha dirigido hasta la fecha. Y consiguiendo en algunos, una maestría considerable, caso de HÉCTOR o CUANDO VUELVAS A MI LADO.
15 AÑOS Y UN DÍA no sólo no constituye ninguna excepción en esta curva estable o ascendente, sino que la reafirma como una cineasta sólida, de gran talento y estirpe. De las mejores profesionales con que contamos en la piel de toro.
En esta ocasión, nos cuenta el complicado proceso de madurez de un adolescente difícil, a punto de cumplir esos 15 años que indica el título. Y lo hace de una manera muy atractiva, delicada, sensible, acudiendo a los expresivos rostros y a los más profundos sentimientos de sus desnortadas criaturas.
Éstas son, fundamentalmente, el ya citado chaval, una madre algo torpe y descolocada, otra desolada que ejerce su profesión de policía con tacto y ganas de ser querida, un abuelo con unos códigos estrictos, una abuela sentimentalmente resentida, otro chico un tanto vulnerable y una despierta, desmemoriada y luminosa cría. Hay más apariciones, algunas episódicas, pero estas son sobre los que gravitan los principales asuntos expuestos o intuidos.
Con este mosaico de personajes y vivencias Querejeta construye una película de estructura nada complicada, bastante lineal (salvo un oportuno y esclarecedor flash-back), en la que las cosas están contadas de manera muy clarificadora. Que logra acabar enganchándonos con esos pequeños o grandes conflictos que van surgiendo. Va generando paulatina cercanía hacia sus miedos y recelos, hacia sus flaquezas y asideros, hacia su soledad o sus denodados esfuerzos por continuar ruta.
Llegados a este punto, atención especial al sensacional trabajo de dos actores en estado de gracia. Una Maribel Verdú agigantándose con el paso de los años y un Tito Valverde (el abuelo) del que es de lamentar que no se prodigue más en la gran pantalla. Para comprobar en toda su grandeza el talento de Verdú, no pierdan ripio del formidable monólogo que se marca en el hospital mediante un extraordinario plano-secuencia.
En cambio, Arón Piper es en algunos momentos, la única leve cojera que experimenta la película en el apartado interpretativo, pues resulta un tanto forzado. Y es algo a tener en cuenta, porque sobre él pivota y se sustenta la trama.
Ha hecho falta llegar casi a la mitad del año para poder contemplar una producción española notable, de valía, un trabajo verdaderamente merecedor de la atención del público. Sea bienvenida y sirva –aunque aquí no ha participado- para rendir de paso homenaje al mejor productor con el que ha contado el cine español.
José Luis Vázquez