viernes, 6 de junio

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Estreno en Royal City

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Monsieur Chocolat ()

Director: Roschdy Zem

Intérpretes: Omar Sy, James Thierrée, Clotilde Hesme, Olivier Gourmet, Frédéric Pierrot, Noémie Lvovsky, Alice de Lencquesaing, Olivier Rabourdin

Sinopsis: Historia del payaso Chocolat (Omar Sy), el primer artista de circo negro en Francia, que tuvo un enorme éxito a finales del siglo XIX. Fue también el primero en hacer publicidad, el mismo que inspiró a otros contemporáneos de la Belle Époque como Toulouse Lautrec o a los hermanos Lumière participando en varias de sus primeras películas. Junto con el payaso Foottit (James Thierrée), ambos fueron pioneros en crear un dúo entre un payaso "Carablanca" y un payaso "Augusto" negro, convirtiéndose en el perfecto producto de su tiempo. Chocolat nació en Cuba bajo el nombre de Rafael Padilla, aproximadamente en 1865, y siendo niño se trasladó a Europa. En España trabajó como sirviente, como limpiabotas, como obrero en la mina… El destino le llevó a Francia, a trabajar en el circo. Pasó de ser esclavo a ser un hombre libre, del circo al teatro, y del anonimato a la fama.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 3 estrellas

Le tenía ganas a este estreno, pues su argumento me parecía a priori de lo más singular e interesante. No me decepciona, es una buena, una atractiva película. Es escrupulosamente académica, divulgativa y aproximativa a un personaje francamente curioso, el primer negro que trabajó como payaso en un circo francés y que, inclusive, probó suerte –fallida- como actor teatral interpretando al mismísimo OTELO shakesperiano. Llegó a ser filmado por los mismísimos inventores del cine, los hermanos Lumière.

Para más perplejidad, señalar que su nombre verdadero era Rafael Padilla, pues procedía de Cuba, hasta que un empresario bilbaíno lo trajo de niño a España (llegó a Sopuerta como esclavo) y de allí –por esos azares del destino- pasaría al país vecino ganándose la vida inicialmente como más bien bufón ambulante, para pasar a alcanzar el éxito en el París de la Belle Epoque. No solo sería un pionero del entretenimiento para los de su raza, sino también en visitar semanalmente los hospitales parisinos para hacer reír a niños enfermos.

La historia va deslizándose desde una “biopic” ortodoxa hasta un cuidadoso, sutil y más bien breve alegato anti racial y, lo que es aún más patente, la búsqueda de la propia identidad. No ofrece grandes novedades ni sorpresas, pues se impone el esmero ambiental y el formalismo narrativo, pero el personaje posee tanto reclamo que, aunque solo fuera por ello, acaba resultando llevadera.

Eso sí, pese al ambiente principal en el que se desenvuelve y la profesión de su protagonista, destila bastante tristeza, o esa es al menos la sensación final que se me acaba quedando. No deja por ello de ser, igualmente, bonita.

Curioso, un amigo me manifestaba hace escasas fechas que las películas que transcurren en ambiente circense le suelen gustar mucho. Puedo sentirme identificado con esa debilidad, pues es un mundo que se presta a emociones de lo más intensas, al drama, a la tragedia y, también, a la comicidad. A bote pronto, recuerdo títulos tan memorables como TRAPECIO, EL CIRCO (de Chaplin), EL MAYOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO (Oscar a la mejor película), EL GRAN CIRCO, PASA EL CIRCO y EL FABULOSO MUNDO DEL CIRCO. De hace cuatro años es la vistosa AGUA PARA ELEFANTES.

Ruschdy Zem, su desconocido director (es más reconocible ubicándolo como actor), no arriesga mucho, va a lo seguro. A veces se muestra un tanto mortecino, otras timorato, pero, finalmente, acaba imponiendo una correcta, una respetable faena que deja hacer a sus actores, Omar Sy (irresistible en INTOCABLE, vuelve a estar muy bien aquí en un registro más patético) y su colega de origen inglés James Thierrée, al que en realidad conoció cuando tenía 14 años. Interesante relación la suya, entre profesional y amistosa, acaba resultando una de las bazas más importantes a jugar por esta película que no apura sus posibilidades pero que salda el envite con aprobado.

Y por cierto, su título original es aún más escueto, CHOCOLAT a secas, apodo con el que sería conocido este enésimo ejemplo de payaso que llora tras la máscara de la risa. Como la vida misma.

Su diseño de producción resulta perfecto y convenientemente evocador. Merece atención, ser vista.

José Luis Vázquez