Director: Hirozaku Koreeda
Intérpretes: Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Suzu Hirose, Kaho, Ryô Kase, Ryôhei Suzuki, Lily Franky, Shin'ichi Tsutsumi, Jun Fubuki, Kentarô Sakaguchi
Sinopsis: Sachi, Yoshino y Chika son tres hermanas que viven en Kamakura (Japón), en la casa de su abuela. Un día reciben la noticia de la muerte de su padre, que las abandonó cuando eran pequeñas. En el funeral conocen a la hija que su padre tuvo trece años antes y pronto las cuatro hermanas deciden vivir juntas.
“Todos los seres vivos requieren esfuerzo”
“No sabes cómo me alegra comprobar que aún disfruto de la belleza”
El segundo estreno de la semana es una verdadera gozada, se trata del último trabajo visto en España del enorme cineasta japonés Hirozaku Koreeda.
Carecer de prejuicios, salvo los exclusivos de la propia calidad de lo propuesto, es lo que me habilita para que alguien como yo, pueda amar incondicionalmente el cine norteamericano sin que ello me impida disfrutar, ocasional o habitualmente, el de otras latitudes. Por ejemplo, el procedente del admirable –en la actualidad, pues su pasado es tan imperialista y belicoso como el de cualquier otro rincón del planeta, tristemente parece que lo de Hiroshima y Nagasaki supuso un fundamental después- país del sol naciente.
Y el citado Koreeda, junto a Yoji Yamadi, es actualmente mi director favorito de aquellas latitudes. Como el genial Zhang Yimou (SORGO ROJO, EL CAMINO A CASA, LA CASA DE LAS DAGAS VOLADORES) lo es de China o Bong Joon-ho (CRÓNICA DE UN ASESINO EN SERIE, THE HOST) de Corea del Sur. Cito estos ejemplos por no moverme del continente asiático.
Del mismo llevo vistos hasta la fecha seis espléndidos trabajos (NADIE SABE, STILL WALKING, HANA, AIR DOLL, MILAGRO, DE TAL PADRE TAL HIJO), por tanto éste supone el séptimo. Y supone también otra cosa, ésta ya no particular, una parada y desconozco si provisional fonda, dentro de una mirada y actitud ya de por sí reposada, delicada, calma, zen, pero aquí mucho más pausada y sosegada aún. Al respecto, rescato una reflexión de Jordi Costa bastante aguda y lúcida, con motivo de este estreno: “Su tono optimista asume el riesgo de provocar el rechazo de cierto sector de espectadores, en tiempos de altísima cotización del cinismo y de alerta ante todo lo que levante sospechas de extrema sensibilidad”.
Este aspecto y el de no mostrar un gran conflicto dramático, pese a que la marejada de fondo podría dar para todo un ciclón (Oti Rodríguez Marchante le ha definido como un “narrador de tormentas desde un barco en calma”, otra atinadísima percepción), puede que le granjeen incomprensiones. Yo no tengo palabras suficientes para agradecerle sus propuestas. Y aunque, como en el caso de Hitchcock, resulte muy socorrido recurrir al cine de aquél otro maestro llamado Yasujiro Ozu, algo de ello late, afortunadamente, en el ambiente.
De lo que creo no pueda caber la menor duda es que estamos ante un humanista en toda regla, su cine rezuma eso y rezuma también vida por los cuatro costados, serenidad, placer –y angustia muchas veces- por vivir. Cuestiones como la asunción de la pérdida, la memoria o la muerte son recurrentes en su obra, esta no es ninguna excepción, aunque la carcasa ornamental parezca otra.
A punto de cumplir 54 años –el 10 de junio será la efemérides- vuelve a regalar un poema mayúsculo que hace de lo cotidiano, de los pequeños detalles, de la levedad de la propia existencia, de las relaciones fraternales (que no por estar pasaportadas amablemente dejan de mostrar complejidad, tal como sucede ahí, fuera de la pantalla) arte mayor. De esas cuatro hermanas, tres más una, que comparten sus existencias en la ciudad costera de Kamakura.
Felizmente cadenciosa, bellísima de interpretación y ejecución, no nos hurta la “típica” escena o imagen de cerezos en flor, todo ello desde la más refulgente de las vitalidades y sabiduría, sin ostentación alguna, sin pedantería, sin pretenciosidad, apelando a eso tan maravilloso, cuando se poseen las cualidades como es el caso, que es talento y poesía.
José Luis Vázquez