Director: Hugh Hudson
Intérpretes: Antonio Banderas, Rupert Everett, Golshifteh Farahani, Pierre Niney, Nicholas Farrell, Henry Goodman, Irene Escolar, Clément Sibony, Tristán Ulloa
Sinopsis: En 1879, un arqueólogo amateur, Marcelino Sanz de Sautuola (Antonio Banderas), y su hija de 8 años, María, descubrieron en Cantabria una de las obras prehistóricas más importantes de la Historia: las pinturas de Altamira. Lejos de proporcionarle honor y gloria, su deslumbrante contribución a la historia le enfrentó sin embargo con la Iglesia católica, y también con la indiferencia y el escarnio de la comunidad científica de la época. A pesar de sus esfuerzos por demostrar la veracidad del descubrimiento, Sautuola fue acusado de falsificación por el francés Émile Cartailhac, la máxima autoridad en Prehistoria del momento. Al paso de los años y superado por las evidencias, Cartailhac publicó el texto Mea Culpa de un Escéptico, en el que reconocía el hallazgo y su importancia mundial, pero el texto llegaba tarde a devolver el honor a Marcelino. Altamira es una historia de lucha, de valentía, de pasión por la historia, por el arte y por la defensa de la verdad y el honor.
Esperaba más, mucho más de esta plana, monocorde, plúmbea, vistosa, inocua y fallida película que gira en torno al descubrimiento de las pinturas rupestres que otorgan título por parte de un arqueólogo aficionado y su hija de tan solo 8 años pero gran viveza.
Su meollo argumental sobre el eterno y apasionante debate ciencia-religión, inclusive yendo un paso más allá, entre ciencia y ciencia, acaba derivando en un resultado discretamente didáctico, elemental, epidérmico y estéticamente banal. En un momento concreto se evoca la figura de Darwin y no puedo evitar recordar aquélla preciosa odisea fílmica titulada LA AVENTURA del susodicho.
La cámara se embelesa, de manera comprensible pero estéril, en lucidos y verdosos paisajes cántabros, en composiciones fotográficas de gran mérito, artísticas –cada plano parece un cuadro- pero carentes de solidez dramática, completamente inanes en cuanto a la emoción que pedía a gritos su premisa argumental. En cualquier caso, apúntese el tanto en el haber del veterano y excelente director de fotografía José Luis Alcaine. Constituye una de las escasas virtudes que puedo subrayar.
Por otra parte, me resultan incomprensibles esas pesadillas de la cría, esas ensoñaciones, metidas ya no con calzador sino con coche escoba. No aportan nada, no me generan ningún sentimiento y están insertadas arbitrariamente. Rompen con el estilo complaciente del resto de la historia, pese a esa aludida marejada de fondo, que reseñado ha quedado que se viene a quedar tan solo en esbozo.
Una frase fugaz soltada por el protagonista, sin embargo refleja bien cierta idiosincrasia de nuestra piel de toro. Es la referida a "España... tan bonita y tan injusta".
De su director, el británico Hugh Hudson, puedo informarles que me deslumbró, como a muchos, con aquélla sorprendente producción deportiva de carácter épico e intimista titulada CARROS DE FUEGO, que bajó el listón a continuación pero aún mantuvo en parte el tipo con GREYSTOKE y, que a partir de ese momento, se le fue ese destello creativo que no consigue recuperar esta vez ni con candil. REVOLUCIÓN era inaguantable y el resto de lo que he visto después –NUEVOS REBELDES, SOÑÉ CON ÁFRICA- de lo más olvidable. También esta propuesta lo es. Algún fiable colega indica que lo mejor que ha dirigido hasta la fecha es su para mí desconocida LOS SECRETOS DE LA INOCENCIA.
Respecto a Antonio Banderas poco puedo apostillar que no haya dicho o escrito en tantas otras ocasiones. Me da muchísima rabia que un tipo que me cae tan bien me resulte como actor tan limitado, que busque permanentemente la intensidad pero logrando casi siempre que no me la crea. De su etapa hollywoodense –aunque esta propuesta se encuentre al margen- tan solo salvaría dos o, como mucho, tres interpretaciones suyas. Sobre todo, LA MÁSCARA DEL ZORRO, a la que le venía muy bien ese aire excesivo y exagerado que suele gastar habitualmente.
Como remate, destacar que su nacionalidad es hispano-francesa, que cuenta con un reparto de lo más internacional en el que pueden darse de bruces con un horripilante Rupert Everett, que la co partenaire femenina, es decir la señora cántabra es una actriz iraní con aspecto a lo Salma Hayek… y que para más inri, si la escuchan en versión original, oirán a los vecinos de Santillana de Mar hablar en un perfecto inglés british.
De nuevo una ocasión perdida para sacar a la luz episodios importantes de nuestro ilustre pasado y acervo cultural.
José Luis Vázquez