Director: Paolo Sorrentino
Intérpretes: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano, Jane Fonda, Tom Lipinski, Poppy Corby-Tuech, Emilia Jones, Mark Kozelek, Rebecca Calder, Anabel Kutay, Ian Keir Attard, Roly Serrano
Sinopsis: Fred Ballinger (Michael Caine), un gran director de orquesta, pasa unas vacaciones en un hotel de los Alpes con su hija Lena y su amigo Mick, un director de cine al que le cuesta acabar su última película. Fred hace tiempo que ha renunciado a su carrera musical, pero hay alguien que quiere que vuelva a trabajar; desde Londres llega un emisario de la reina Isabel, que debe convencerlo para dirigir un concierto en el Palacio de Buckingham, con motivo del cumpleaños del príncipe Felipe.
Es el último trabajo del siempre fosforescente Paolo Sorrentino, LA JUVENTUD (YOUTH/LA GIOVINEZZA). Amé incondicionalmente su anterior trabajo, la hipnótica, la rugientemente resplandeciente LA GRAN BELLEZA, su propio título ya lo indicaba todo, pero no me sucede lo mismo con esta, aún reconociendo que es prima hermana de aquella en lo referido a su estilo barroco, suntuoso, manierista si se quiere, a esa mirada imprevisible y diferente. Pero hay diferencias importantes, lo que en aquella era un recorrido mágico por Roma apoyado por un discurso consistente que desplegaba acritud y sarcasmo, aquí lo expuesto me parece fabricado más a base de fogonazos y de ensimismamiento en su propia anterior obra.
De hecho, uno de los dos protagonistas masculinos, Harvey Keitel, viene a incidir en dejar para la posteridad una especie de magistral testamento como director, y para ello trata de hacer la gran despedida sin renunciar, supongo, a su estilo. No es el caso concreto de Sorrentino, pero sí lo puede ser el hecho de una cierta crisis creativa y, al igual, que su venerado –eso deduzco por cómo filma- Fellini, pues vuelve a tirar de universos plagados de imágenes y seres que parecen como ecos de anteriores trabajos suyos o de los del genio de Rímini, surgidos de la ensoñación más delirante o de un onirismo subyugador. De hecho se pueden detectar numerosas influencias de referentes que van desde GINGER Y FRED hasta la mismísima ENSAYO DE ORQUESTA.
Recuerden precisamente FELLINI OCHO Y MEDIO, que no era sino el ajuste de cuentas del maestro consigo mismo, saliendo reforzado. Aquí todo me parece menos espontáneo, más buscado sobre lo seguro y lo que le ha proporcionado éxito. De ahí que sus elaboradas imágenes pese a que en todo momento resulten brillantes, luminosas, sus ideas me parezcan más cortocircuitadas, más entrecortadas. Reflexiones profundas, sí algunas de ellas así lo son, alternadas con otros momentos de frivolidad estéril o esteticismo gratuito.
También personajes metidos porque sí con otros que tienen cosas que decir o disertar, aunque sea de manera grandilocuente. Al respecto, el juego de reflexiones, sentencias y complicidades que se traen y se llevan unos formidables Michael Caine y el ya citado Keitel, me nutren de algunos momentos gozosos. Como ese de una rediviva Venus en forma de Miss Mundo entrando desnuda en la pisciana en que ambos se relajan. La respuesta de Keitel no puede ser más reveladora, “es Dios” dice ante su paso.
Y claro que se nos proporciona una imaginería reluciente y de una hermosura muy especial, cuestionar eso sería absurdo. O que pocos cineastas muestran hoy en día la decadencia desde la suntuosidad más deslumbrante. O que su mezcla de humor irónico y amargura funciona perfectamente en muchos momentos. Todo eso lo admito, pero la sensación de acabado final me resulta esta vez más diluida, pese a algunas impagables sensaciones de pérdida, de dolor, de fuga del tiempo, de amores maltrechos…
Tampoco cuestionaré su escenografía, sus decorados, su imaginería, esa ambientación primorosa en ese hotel-balneario suizo, en el que Thomas Mann ambientara su MONTAÑA MÁGICA. De montañas y magia hay aquí mucho.
Un aparte para la centelleante composición de Jane Fonda como una diva de la vieja escuela. Otro de esos momentos relampagueantes que me sacuden de vez en cuando.
Y preciosas canciones, una de ellas justamente nominada al Oscar, SIMPLE SONG 3, interpretada de manera soberbia por Sumi Jo, Viktoria Mullova y la Orquesta de la BBC. Imponente colofón.
Pero comienza a cansarme un poco la "fórmula".
José Luis Vázquez