Director: Pablo Larraín
Intérpretes: Roberto Farias, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Jaime Vadell, Marcelo Alonso
Sinopsis: Cuatro hombres conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de una cuidadora. Los cuatro hombres son curas y están ahí para purgar sus pecados. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás.
Ahora que estamos en tiempos de Halloween y después de haber disfrutado de una obra más o menos estándar y maravillosa del género como LA CUMBRE ESCARLATA, compruebo horrorizado que EL CLUB es uno de los peores terrores que he visto en mucho tiempo. Nada de fantasmas, extraterrestres u otros inventos siderales, no, los aquí mostrados resultan pavorosamente terrenales, demasiado cercanos y presentes, emparentados con lo celestial tan solo por profesión. Me refiero a sacerdotes con sotana y con supuesto credo que han abusado impunemente, han humillado sin cargo alguno de conciencia a indefensos críos.
El chileno Pablo Larraín nos cuenta el retiro de cinco de estos individuos, la relativa reclusión a la que se ven sometidos por una “hermana” que resulta de lo más inquietante en su aparente bonhomía. El drama se produce cuando entra en escena una de las víctimas de tan despreciables depredadores.
No piensen que su director opta por el maniqueísmo, por el sectarismo simplón, por un anticlericalismo de baratillo. Ni mucho menos. Nunca muestra, siempre sugiere los hechos del pasado, lo cual resulta aún más perturbador, pues lo que imagino me genera una angustia mayor que si hubiera sido explícito. No hace falta que nos diga y cuente más de lo expuesto en pantalla para hablar de esos intolerables abusos en nombre del Creador. Su bisturí es lo ferozmente preciso como para que no tenga que acudir a golpes bajos. El morbo es en este caso innecesario, lo proclamado desde la desolación por ese cordero degollado es suficientemente demoledor, aunque al estar rodada en sonido natural y en un español un tanto cerrado de país andino, no es fácil a veces entenderle bien.
Enmarcado todo ello en una atmósfera nebulosa, más bien asfixiante, irrespirable, en una fotografía ejemplarmente grumosa, un psiquiatra del gremio al que pertenecen estos sujetos, alguien con "decencia", corazón, pragmáticamente sensible y capacidad de espanto, tomará una decisión que en parte reparará tanta atrocidad. Y digo en parte, porque no sé si me asquean más los hechos llevados a cabo en el pasado o la repugnante desfachatez con que los verdugos encaran los mismos en el presente.
Da igual que uno sea creyente o no, si se tiene una mínima indignación ética y moral, caridad verdadera, esa que está mostrando por ejemplo el Papa Francisco, esto tiene que causar repugnancia, vómito,
Salgo a la calle noqueado, tocado, renegando de algunos miembros de la raza humana, de los qué no sé si son peores los delitos de lesa gravedad como los aquí expuestos o de quienes los silencian o miran a otro lado. Supongo que su director ha conseguido lo supuestamente pretendido, en mi caso revolverme en la butaca, rogar al buen dios que sea que esto no se repita jamás, invocar a los poderes debidos que persigan con todo el peso de la ley a quienes cometen estas atrocidades.
Me resulta dolorosamente insoportable, compleja, cruel, pero reclamo este cine, es necesario, me enfrenta a esa realidad. Eso sí, todavía me dura días después la honda desazón generada. Una extraordinaria película en su austeridad narrativa, en su desnuda y demoledora sencillez.
José Luis Vázquez