jueves, 17 de julio

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Estreno en Royal City

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Lilith ()

Director: Robert Rossen

Intérpretes: Warren Beatty, Jean Seberg, Peter Fonda, Kim Hunter, Anne Meacham, James Patterson, Robert Reilly, Gene Hackman, Jessica Walter

Sinopsis: Vincent, un veterano de guerra, regresa a Maryland, su ciudad natal, y se pone a trabajar como terapeuta ocupacional en un centro psiquiátrico privado para ricos. Allí, conoce a Lilith, una encantadora joven esquizofrénica, cuya frágil belleza cautiva a todos los que la conocen. También Vincent se queda prendado de ella y será capaz de mentir y de traicionar con tal de no perderla; pero sin darse cuenta llega a una situación en la que ya no es capaz de distinguir la locura de la cordura.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

“Pocas veces se ha hablado de la locura con tanta profundidad y lirismo” (Carlos Boyero)

Esta inmersión en las simas más abisales de la psique humana, manifestada en sus rasgos más sutilmente esquizofrénicos, no fue lo suficientemente alabada en el momento de su estreno, pero inmediatas revisiones y reivindicaciones, la acabaron situando en el elevadísimo lugar que le corresponde. La de una de las obras maestras referenciales sobre los recovecos y los desarreglos de nuestro cerebro y de la propia conducta humana.

Al respecto de estos asuntos, ha encabezado desde siempre mi “top three” de la gran pantalla, junto a ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO DEL CUCO de Milos Forman y CORREDOR SIN RETORNO de Samuel Fuller.

Es una compleja, fascinante, vidriosa, hipnótica y progresivamente desquiciante historia acerca de la relación sentimental y de dependencia por parte del varón, de la pareja protagonista, interpretada por uno inmensos Jean Seberg y Warren Beatty. De represión sexual va también el asunto.

Seberg, desaparecida trágica y prematuramente, borda a su enmarañada criatura con nombre de ecos bíblicos, o más bien judíos, y actitud fagocitadora. Primorosamente dirigida por quien fuera perseguido por el nefasto senador McCarthy y sus secuaces, el cineasta estadounidense Robert Rossen. Fue un inmejorable broche final a su itinerante carrera, pues falleció dos años después del rodaje.

Resulta casi inevitable no dejarse atrapar por la elaborada y precisa tela de araña urdida en su doble cometido de escritor (basándose en una novela de J. R. Salamanca) y tras las cámaras, por ese entramado dramático de fina, sensible e incisiva carpintería.

Consiguió armar una película brutal y preciosa a la vez, repleta de una enrevesada variedad de pliegues y matices, asfixiante, profunda sin afectación, bellísima y permanentemente perturbadora, decididamente atroz en su consecución. En la que deja innumerables improntas, como sutiles movimientos de cámara de metafórico y esclarecedor significado.

Son muchos los que sugieren que esta fue una obra surgida del sentimiento de culpabilidad que parece ser pudo arrastrar por haber tenido que delatar a compañeros de profesión durante la Caza de Brujas hollywoodiense. Y es que a veces se llega a lo sublime por vericuetos de mucho dolor y tortura interior, apelando a las más maceradas zonas de nuestra alma.

Para mayor gloria, está maquetada por un desolador, más bien devastador y expresivo blanco y negro debido a Eugene Schufftan, toda una declaración de principios, indistintamente de las verdaderas razones de su elección, pero, en cualquier caso, potenciador de esos blancos y negros propios de la condición humana, hasta de la más estable emocionalmente.

De lo más inquietante e impactante en el sentido más sobrio –sin por ello dejar de ser apasionante en su aspecto más creativo- del término. Genial. La inmersión de Lilith en el agua mientras esta le cubre medio cuerpo, es uno de esos fogonazos, de esas imágenes que se han quedado incrustadas en mi memoria.

 

José Luis Vázquez