Director: William Wyler
Intérpretes: Gregory Peck, Audrey Hepburn, Eddie Albert, Hartley Power, Harcourt Williams, Margaret Rawlings, Tullio Carminati, Paolo Carlini, Claudio Ermelli, Paola Borboni, Alfredo Rizzo, Laura Solari, Gorella Gori, Heinz Hindrich, John Horne, Andrea Esterhazy, Ugo De Pascale
Sinopsis: Durante una visita a Roma, Ana, la joven princesa de un pequeño país centroeuropeo, trata de eludir el protocolo y las obligaciones que implica, escapándose de palacio para visitar la ciudad de incógnito. Así conoce a Joe, un periodista americano que busca una exclusiva y finge desconocer la identidad de la princesa. La pareja vivirá unas jornadas inolvidables recorriendo la ciudad.
Siempre, desde el primer momento que descubrí este diamante cuando tenía poco más de 12 años, sentí una envidia tremenda de Gregory Peck por no haber sido yo el que llevara en la vespa a aquella jovencísima -23 años- y resplandeciente Audrey Hepburn en su primer gran paseo cinematográfico por esta intemporal, maravillosa e irresistible comedia romántica, una de las incuestionables de toda la historia del Séptimo Arte.
Hepburn llegó a reflejar, como muy pocas en una pantalla, el tránsito de la adolescencia a la juventud, a la madurez, la conversión de niña a mujer. Curiosamente en sus primeras películas eso vendría determinado por un simple corte de pelo. Así, tanto en VACACIONES EN ROMA (HOLIDAY IN ROMA, intachable trabajo del formidable William Wyler) como en SABRINA, era a partir de ese intrascendente acontecimiento cuando comenzaba a darse de bruces con la vida. Los comienzos de esas dos primeras grandes historias por ella protagonizadas resultaban un tanto tristes, al igual que alguno de sus finales. Por ello me entraban unas ganas tremendas de haber tenido en algún momento la oportunidad de consolarla. Pues una vez contemplados sus desengaños, siempre me acababa transmitiendo un melancólico poso de nostalgia y contrariedad que estaba dispuesto a reparar en el acto.
No solamente eso, también le tocaba cumplir hasta el final con sus regias obligaciones y lo tenía complicado para embarcarse definitivamente con un –como siempre, el suspiro de tantas mujeres- apuesto, encantador, elegante, guapetón e irresistible Peck.
Por otra parte, en esa edad púber-juvenil en la que me invadían esas sensaciones, me supondría un consuelo pensar que las princesas también mostraban dolor y fastidio cuando les apretaban los zapatos en las recepciones oficiales, tal como le sucedía a su encarnadura de Anna ante la desazón de su preceptor. Y tantas veces visioné tiempo después esta película, soñé con haber paseado, con ella o con alguien parecida, más cercana a mi realidad, por aquellas bulliciosas calles romanas. Claro que para eso tendría que haberme planteado seriamente sacar alguna vez el carnet de conducir… aunque hubiera sido solo para motos.
Y aunque los deseos más íntimos se acabaran desvaneciendo en su caso, a Hepburn siempre le quedaría para toda la vida el inolvidable recuerdo del día pasado en compañía del apuesto periodista norteamericano en la Ciudad Eterna, al igual que a Ingrid Bergman y Humphrey Bogart siempre les quedaría París para los restos de su existencia. En lo que a mí respecta, siempre me consolaré con el permanente disfrute que supone revisar en cualquier momento impagables y gozosos clásicos como éste que tantísima inagotable dicha, alivio y felicidad me proporcionan siempre.
José Luis Vázquez