Director: Richard Quine
Intérpretes: William Holden, Nancy Kwan, Sylvia Syms, Michael Wilding, Laurence Naismith, Jacqui Chan, Lionel Blair
Sinopsis: Un maduro pintor norteamericano que se encuentra en Hong Kong conoce a una joven prostituta china. Lo que parecía un encuentro ocasional se va convirtiendo poco a poco en una historia de amor.
A quién pueda concernir:
Definitivamente, 1960 fue el año más brillante en la carrera del elegante cineasta (también productor, guionista, actor y compositor) estadounidense Richard Quine, responsable de uno de los monumentos del melodrama o del drama romántico, tal como continúa siendo 55 años después UN EXTRAÑO EN MI VIDA, el otro trabajo que filmaría en aquél año y por el que unido a este, es por lo que me he manifestado con tal rotundidad en mi introducción.
No había sido previsto que se pusiera tras las cámaras para esta adaptación de la obra teatral de Paul Osborn que, a su vez, lo era de la novela de Richard Mason, publicada tres años antes.Fue otro director de exquisitas formas, Jean Negulesco (CREEMOS EN EL AMOR, BELINDA), el elegido inicialmente, pero algunas desavenencias con los productores motivaron que abandonara el rodaje tras un mes de servicios prestados.
El relevo lo cogería Quine, que inmediatamente se puso manos a la obra, partió de cero y volvió a mostrar sus dotes innatas para narrar historias de amor. Ya no se hacen películas de enamorados como ésta, o al menos, son escasísimas las que alcanzan el espléndido buen gusto y las cotas de calidad como las aquí ofrecidas.
Todo parte desde una elogiable falta de pretensiones, lo que no hay que confundir con carencia de profesionalidad o entusiasmo creativo. Quine se pone al servicio de los preceptos con que fue diseñada admirablemente desde guión y la potencia con las infinitas posibilidades ofrecidas por el Séptimo Arte, desde una cámara en sutil movimiento cuando es preciso, hasta unas fascinantes localizaciones naturales en el Hong Kong de la época. Sus bulliciosas calles los barrios pobres, los sampanes, los ferrys, los hoteles portuarios, los prostíbulos, todo ese abigarrado paisaje contribuyen a conferirle más esplendor y un irresistible encanto.
Para ello, dos elementos se revelan fundamentales: la colorista y exultante fotografía de Geofrrey Unsworh y la banda sonora, nominada al Globo de Oro, de George Duning. La partitura principal, recubierta de motivos jazzísticos, es una de las más inspiradas escrita por un occidental sobre motivos orientales. Recoge perfectamente el sabor de ambiente y lugares. Como muestra ese Suzie Wong cha cha, que propicia una de las secuencias culminantes, más comentadas en su momento y aún hoy en día, con la protagonista marcándose un baile de lo más sensual.
Otra de las secuencias más conmovedoras, tal vez la que más, es aquella en que la pareja confirma sus sentimientos dándose un abrazo. Y es que si algo caracterizaba el mejor cine de Quine y a SUZIE WONG en particular, es una extrema delicadeza y sensibilidad para mostrar comportamientos amorosos universales.
Con su cámara escruta, disecciona, tirando de irresistible encanto y conocimiento, sobre los vaivenes del corazón, las subidas y bajadas de la relación de dos personas que no lo tienen nada fácil… pues son muchas las diferencias que les separan, culturales, de raza, de educación. Precisamente esto da pie a un discurso de fondo, a veces latente en primer término sobre las diferencias, los contrastes entre Oriente y Occidente. También critica cierta burguesía británica establecida en el por entonces protectorado de las Islas. Por extensión, alusiva a la de cualquier otra nacionalidad.
La debutante y guapísima Nancy Kwan arrasó con este papel. Ello le llevó a una considerable popularidad durante la década de los 60, protagonizando varios títulos que tenían como mayor reclamo su gracia natural y su fascinante belleza. Entre ellos, PROMETIDAS SIN NOVIO, LOS PASOS DEL DESTINO o LA MANSIÓN DE LOS SIETE PLACERES. Su analfabeta Suzie Wong exuda un encanto, una ternura y una candidez de corazón de las que desarman.
A su lado, un siempre espléndido William Holden en plena madurez profesional, protagonizando a su amado, Robert Lomax, ese arquitecto reconvertido en la que es su verdadera vocación, la de pintor.
El duro asunto que trata, aparte de los ya mencionados, el de la prostitución principalmente, podría haber dado para todo tipo de morbosidades y amarillismos, de hecho dio bastante que hablar, pero no es el caso se muestra alejado de cualquier sordidez y escabrosidad. Eran otros tiempos, cierto, pero saben qué les digo, la delicadeza es la delicadeza… y la de quienes parieron esta bella, apasionada y emocionante obra la tenían por arrobas. Compruébenlo ustedes por sí mismos. Y ojalá las nuevas generaciones vencieran prejuicios y se asomaran a descubrirla.
José Luis Vázquez