Director: Jérôme Bonnell
Intérpretes: Emmanuelle Devos, Gabriel Byrne, Gilles Privat, Aurélia Petit, Laurent Capelluto
Sinopsis: En un viaje en tren, dos desconocidos se miran y sus vidas cambian. Ella es Alix (Emmanuelle Devos), una actriz francesa que va a París a hacer un casting. Él es Doug (Gabriel Byrne), un enigmático irlandés, profesor de literatura en Londres, que va al funeral de una amiga. El azar y la atracción son los ingredientes perfectos para una excitante aventura.
La referencia más obvia, más evidente del quinto largometraje del joven cineasta francés Jérôme Bonnell, EL TIEMPO DE LOS AMANTES, es BREVE ENCUENTRO, aquélla memorable producción de David Lean sobre un hombre y una mujer casados que contactan por casualidad y viven un apasionado romance en una estación de trenes de cercanías a Londres.
Hay más, por ejemplo la trilogía de Richard Linklater, BEFORE… bien podría ser otra, aunque la misma resulte menos carnal y más discursiva que la aquí comentada. Esa es una de las gracias del cine, su continuo reciclaje, haciéndonos parecer casi nuevas o vigentes historias tantas veces vistas y tratadas.
En esta ocasión la empresa se salda con muy buena nota por diferentes motivos. Uno en primer lugar, destaca sobre todos. Y es el acierto por parte de Bonnell de rendir permanente tributo en pantalla a una madura actriz francesa de potentísima pegada y mirada, Emmanuelle Devos (hurtaría a Audrey Tatou el Cesar en 2002 gracias a su intervención en LEE LOS LABIOS en detrimento de la arrasadora AMÉLIE). La última tendencia de pegar la cámara al cogote de los intérpretes, se salda con ella de manera admirable. En leves o imperceptibles gestos, en cruces oculares con el objeto de deseo, en la pasmosa naturalidad con que se desenvuelve en pantalla encarnando a Alix, se puede apreciar todo el enorme talento que lleva dentro. Y qué manera tan grácil tiene de utilizar los tacones y corretear por París.
Y es que precisamente madurez y miradas se acaban convirtiendo en elementos argumentales y formales fundamentales en el desarrollo de este brevísimo encuentro de apenas unas horas, entre una actriz harta de seguir interpretándose a sí misma, ante cierto temor vital, y un maduro profesor de Literatura inglés. Ese inicial plano secuencia en las bambalinas del teatro pone ya en situación. A partir de ahí, tanto el deambular de esta mujer insatisfecha y su ocasionalmente liberador encuentro-flechazo, se erigen en la acción principal del asunto.
El detonante, tal vez aparte del atractivo de ambos que echa chispas, pues me faltaba citar a un atractivamente maduro actor irlandés Gabriel Byrne (MUERTE ENTRE LAS FLORES), bien podría ser las furtivas lágrimas que surcan el rostro de éste cuando ella lo descubre.
Perfecta excusa para demostrar cuán importante es en este medio de expresión, en la vida, saber explotar y dosificar los silencios, o aquello que a veces dicen tan explícitamente nuestros órganos visuales sin necesidad de palabras. Tal es el caso.
Respecto a esa etapa en la que se van acumulando frustraciones, desencantos y desengaños, su joven director ha proclamado que “madurar en la vida te hace perderte momentos maravillosos, divertidos y alocados. Hay que conservar el atrevimiento”. Este punto de vista casa perfectamente con el espíritu de la película.
Supongo que otros de los aspectos en los que se ha querido incidir es en la tensión del flechazo, algo resuelto con elegancia y sutileza, pues como anexo, subrayo que las escenas de cama los franceses suelen resolverlas con un impecable buen gusto, todo lo contrario de lo que sucede tantas veces en España.
Curiosamente, suele achacársele a cierto cine galo, como pudiera ser el caso, que apenas sucede nada. Creo más bien todo lo contrario… vaya que si pasa, pero muchas veces en tono quedo, sin elevar la voz en exceso, alejado de cualquier tentación enfática. Y si no, reflexionen una vez finalizada la proyección sobre todo lo que ha transcurrido en pantalla, tal vez lleguen a la conclusión la de cosas qué se pueden describir sobre la vida de una persona en poco más de hora y media.
No me extrañaría nada que tras su visionado, subiera la demanda de billetes para coger trenes entre Calais y París.
Francamente delicada y encantadora. Preciosa su banda sonora de motivos clásicos, Vivaldi sobre todo, esos coros verdianos o Mozart. Y con algún apunte comediante nada despreciable.
José Luis Vázquez