Director: Mel Brooks
Intérpretes: Gene Wilder, Peter Boyle, Marty Feldman, Cloris Leachman, Teri Garr, Madeline Kahn, Gene Hackman, Richard Haydn, Kenneth Mars
Sinopsis: El joven doctor Frederick Frankenstein (Gene Wilder), un neurocirujano norteamericano, trata de escapar del estigma legado por su abuelo, quien creó años atrás una horrible criatura. Pero, cuando hereda el castillo de Frankenstein y descubre un extraño manual científico en el que se explica paso a paso cómo devolverle la vida a un cadáver, comienza a crear su propio monstruo. Ayudado por el jorobado Igor (Marty Feldman) y la curvilínea Inga (Teri Garr), el doctor crea un ser (Peter Boyle) cuyo único propósito consiste en ser amado.
Este es el típico ejemplo de que a pesar de los brillantes profesionales que intervinieron en su confección, gracias supongo a ciertas conjunciones planetarias, se consiguió una obra redonda, singular, divertidísima, perfecta.
El director y principal creador, Mel Brooks, había ofrecido en televisión una divertida comedia de espías, EL SUPERAGENTE 86 y había cosechado un gran éxito cinematográfico con la parodia del western SILLAS DE MONTAR CALIENTES. A raíz de este taquillazo, firmaría un contrato con la 20th Century Fox para la realización de tres películas (las otras fueron la curiosa LA ÚLTIMA LOCURA y la fallida MÁXIMA ANSIEDAD). Esta sería la primera y la mejor con enorme diferencia de las mismas y de toda su filmografía. Pero quisiera matizar una cosa, su debut en la gran pantalla, LOS PRODUCTORES, mostró también interés e igualmente una rareza tragicómica de los 80 titulada ¡QUÉ ASCO DE VIDA! Igualmente fue el firmante de espantos como LA LOCA HISTORIA DE LAS GALAXIAS.
Como pueden comprobar, casi todo en su trayectoria tras las cámaras gira en torno a la parodia. Como la que aquí me ocupa, en este caso muy inteligente y a propósito del cine de terror de la Universal de los 30 y del mito de FRANKENSTEIN. Sin duda una rara avis por lo obtenido, una obra maestra de este subgénero que tantas veces cae en lo facilón y burdo.
También aquí hay algún chiste que puede caer en ello, pero el ochenta o noventa por ciento de los gags son verdaderamente magníficos, efectivos y graciosos, pues aún los que no consiguen plenamente su objetivo muestran elaboración, esfuerzo, talento e ingenio.
Brooks no solo tuvo presente el clásico literario de Mary Shelley, más bien sus personajes principales, o el cinematográfico de James Whale de 1931, algo patente en la reproducción de los utensilios y el laboratorio originales, sino en alguna de sus secuelas más brillantes, como LA NOVIA DE FRANKENSTEIN (el peinado de Madeline Kahn es una de sus principales constataciones) o LA SOMBRA DE FRANKENSTEIN (la réplica que hace Kenneth Marsh/Inspector Kemp del personaje que llevara a cabo Lionel Atwill).
La dirección artística, los decorados, el diseño de producción, la atmósfera conseguida nos retrotrae hasta aquél cine del que recupera su “look”, su estilo desde una concepción moderna y humorística. La inusual para la época fotografía en blanco y negro (de Gerald Hirschfeld) constituye uno de sus muchos y mayores aciertos.
Y qué decir de su extraordinaria banda sonora, de su tema principal, el de los títulos de crédito, compuesto e interpretado al violín por John Morris. Una melodía que incita al misterio y a la aventura.
O lo más importante, desde el primer minuto, desde la secuencia inicial es una irresistible comedia que acumula desternillantes y magníficas secuencias. A modo de ejemplo y para no destripar demasiado a futuros descubridores de esta perla, destacaré la del ciego, interpretado por un irreconocible Gene Hackman que peleó lo indecible por conseguir este pequeño papel. Su encuentro con el monstruo, confiado en que sus plegarias por no estar solo han sido escuchadas, es todo un hito.
Se nota que en esta ocasión a Brooks le rebajaron sus excesos. El hecho de que el actor protagonista y productor, Gene Wilder, participara en el guión confirió un tanto de mesura y equilibrio a los habituales dislates y la brocha gorda del cineasta. Por cierto, casado con la excepcional actriz Anne Bancroft, la de SIETE MUJERES, EL MILAGRO DE ANA SULLIVAN o LA CARTA FINAL (de la cual sería su productor).
Acudiendo al capítulo interpretativo, los méritos se acumulan por doquier. Comenzando por su protagonista, el ya citado Wilder, todo un reclamo popular en la época, siguiendo por la criatura encarnada con guasa y desparpajo por el bueno de Peter Boyle y, continuando, por el actor de los ojos saltones, el gran Marty Feldman, que aquí como el ayudante jorobado Igor logaría el papel de su vida (sus réplicas nominales –Fronkostee, Aigor- con el barón resultan memorables), Hackman y las tres chicas a cual mejor (la novia insatisfecha Madeline Kahn, la irreconocible ama de llaves Cloris Leachman y la lozana campesina Teri Garr).
Recuerdo con regocijo y alborozo su primer visionado en el desaparecido y para los ciudadrealeños mítico cine Castillo. Las risas de una gran mayoría podían escucharse en la calle. Siempre es un placer volver a revisarla. En su momento obtuvo dos merecidas nominaciones al Oscar por su guión adaptado y sonido.
José Luis Vázquez