martes, 6 de mayo

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Estreno en Royal City

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Ida ()

Director: Pawel Pawlikowski

Intérpretes: Agata Kulesza, Agata Trzebuchowska, Joanna Kulig, Dawid Ogrodnik

Sinopsis: Anna es una joven novicia que, en la Polonia de 1960, y a punto de tomar sus votos como monja, descubre un oscuro secreto de familia que data de la terrible época de la ocupación nazi.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

No me suele gustar comentar lo que les voy a señalar a continuación, pero bueno, como tengo que escribir para un público de lo más variopinto y heterogéneo creo que no me queda más remedio. Y es… que olviden el cine de vértigo y explosiones hollywoodiense cuando acudan a la sala a ver esta película. Contémplenla con un estado de ánimo adecuado, amplio de miras y muy descansados. Y manifiesto esto dirigiéndome a un tipo de espectador que considera cine lento –en realidad quiere decir aburrido- aquél que no presenta unas cuantas persecuciones cada media hora o que no gesticula en exceso, por ejemplo.

A mí en cambio, y no lo digo por ir de cultureta, me cautiva esta IDA, nombre del personaje… y viaje de ida y vuelta, de principio a fin. A los más cinéfilos, a los más gafapastas del lugar, indicarles que encontrarán en sus costurones y cosidos, la alargada sombra de la obra de Ingmar Bergman, Carl Theodor Dreyer o Robert Bresson.

No es exactamente un análisis sobre la búsqueda de la fe, o sí, según se mire, sino un viaje al interior de uno mismo, de eso tan difícil de establecer... la verdad. Es el que inicia una joven novicia en la Polonia de 1960 para conocer a su tía y, a la par, el horrible pasado familiar, antes de tomar los votos. Y en ese contraste entre ambas mujeres, la creyente y la comunista descreída, de pasado inquisitorialmente estalinista, adaptada al medio por puro pragmatismo, es en el que se establece uno de los numerosos y mayores aciertos que pueden encontrar.... y les aseguro que son abundantes. Sin renegar exactamente ninguna de ellas a sus respectivas posturas, de manera casi sorda, callada, serena, hay casi un imperceptible proceso a la inversa de descubrimiento de una y otra.

Todo ello servido mediante una factura formal hipnótica. Esas primeras imágenes en el convento son casi insuperables. Y de acuerdo que no hay prácticamente movimiento de cámara alguno, salvo un par de ellos y muy discretos, pero ni falta que hace. Precisamente eso obliga a un dinamismo dentro del propio encuadre, dejando espacio suficiente en la parte superior del mismo, como si fuera un lugar reservado al mismísimo Dios.

Precisamente esa bellísima, espectacular, inmaculada fotografía está expuesta mediante un formato propio del cine de los 30, 40 y 50, con una utilización de la pantalla habitual de aquella época, una ratio 4:3, o el 1:37:1. Eso le confiere un “look” deliciosamente antiguo. Sirve para reflejar una época y un lugar sombrío y gris, concebidos por tanto en esos tonos cromáticos.

No esperen una narración en el sentido más convencional o habitualmente utilizado. Lo que entiendo pretende su director, el polaco formado en Inglaterra Pawel Pawlikowski, es mostrarnos estados de ánimo, emociones profundas, alejadas de cualquier viso de sentimentalismo.

Y lo hace mediante elaborados, detallados planos generales de larga duración. Cierto que en algunos momentos confiere más viveza a su relato, pero el predominio es el de calma chicha, de aparente frialdad expositiva, austeridad, ascetismo.

El guion definido por compartimentos temáticos es de un rigor admirable, marca adecuadamente el ritmo pausado de lo que se desliza en pantalla. Y le confiere su atmósfera, determinada por encuadres muy estudiados, de foco bajo.

No pierdan tampoco de vista, no lo pueden hacer pues su permanencia en plano es constante, el duelo interpretativo entre la muy guapa Agata Trzebuchowska y otra Agata, la madura Kuleszka

Una gran selección musical, no buscada para guiarles o provocarles reacciones excesivamente emocionales, pero sí igualmente sensoriales, es el perfecto contrapunto a una obra atípica en estos tiempos, de lo más arrebatadora dentro de su concepción espartana (y olviden en este caso los 300, por favor). Una rara avis que deja poso tiempo después de haberla visto hasta casi abducirnos a algunos.

 

José Luis Vázquez