Director: Leo McCarey
Intérpretes: Cary Grant, Irene Dunne, Ralph Bellamy, Alexander D'Arcy, Cecil Cunningham, Molly Lamont, Esther Dale, Joyce Compton, Robert Allen, Mary Forbes, Al Bridge, Robert Warwick, Claud Allister, Bess Flowers, Sarah Edwards, Bert Moorhouse
Sinopsis: Jerry y Lucy Warriner están a punto de divorciarse y luchan por la custodia de su perro, Mr. Smith. Antes de que el divorcio se haga oficial, Jerry decide volver con Lucy, pero se entera de que ella va a casarse con un hombre que se ha hecho rico gracias al petróleo. Jerry contraataca anunciando su compromiso con la aristocrática Molly Lamont. (FILMAFFINITY)
Ya prácticamente no se hacen comedias como LA PÍCARA PURITANA. Tan divertidas, ingeniosas, ocurrentes, sarcásticas y brillantes. Ya no, da lo mismo el tiempo transcurrido –de esta ochenta y tres años- desde su concepción, pero se podrían citar con los dedos de una mano alguna de las producidas a lo largo de este primer quinto del siglo XXI que pudiera ni tan siquiera equipararse… y es posible que me quedase manco.
Claro, que si se repara en algunos de los nombres fundamentales que estuvieron detrás de su gestación no deberían extrañar en absoluto los magistrales resultados conseguidos. Comenzando por una añeja –de 1923- obra teatral muy efectiva debida a Arthur Richman, THE AWFUL TRUTH, su verdadero nombre original y no el más absurdo con el que fue rebautizada por estos pagos. Algo así en realidad como LA HORRIBLE VERDAD si nos atenemos a su traducción más o menos literal.
Pero luego quien se encargó de coger las riendas de la empresa, suponiendo su primer trabajo para Columbia (la productora de otro genio mayúsculo, Frank Capra) fue Leo McCarey, director del que nunca me cansaré de ponderar sus interminables e inextinguibles virtudes las veces que sean necesarias.
Inicialmente no se había pensado en él sino en su colega Tay Garnett, otro de esos profesionales ejemplares que poblaban la flora y fauna hollywoodiense, en su mochila ya la prácticamente recién parida y excitante producción de aventuras MARES DE CHINA con la explosiva pareja Clark Gable/Jean Harlow y al que esperaba tan solo nueve años después una de las cumbres del noir, EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES con una flamígera, incandescente, Lana Turner, aquí heroína fatal donde las haya (también en la memorable versión de LOS TRES MOSQUETEROS dirigida por George Sidney).
Pues bien, aunque hubiera supuesto una magnífica elección, creo que fue todavía mejor la de McCarey, sabio –entre otras muchas cualidades- en la puesta en escena de comedias tan correosas, deliciosas y vertiginosas como ésta.
Otros dos nombres fueron fundamentales en el éxito final de este proyecto, –no hace falta decir nada más que su nombre- Cary Grant e Irene Dunne, que se llevaron fatal durante el rodaje con el director, especialmente el primero. Le achacaba constantemente sus improvisaciones o el no saber con antelación a qué tenía que atenerse su personaje. Acabó echando literalmente pestes.
Curiosamente, volverían a trabajar juntos en otras tres ocasiones, en MI ESPOSA FAVORITA de nuevo con Dunne, que tuvo que finalizar –y firmar- Garson Kanin –otro nombre referencial- por accidente automovilístico de McCarey, la injustamente desconocida HUBO UNA LUNA DE MIEL y la excepcional TÚ Y YO, en su segunda versión en color.
Grant no era ningún cretino precisamente –tacaño es posible- y fue consciente de que este maestro de maestros le había proporcionado con LA PÍCARA PURITANA su primer gran trabajo como comediante.
Dunne, más ducha en el drama (era una de las grandes de la época, sobre todo en papeles sufridores, en los 40 interpretaría entre otras maravillas la mejor película que se haya filmado jamás –y las hay imponentes- sobre la figura materna, NUNCA LA OLVIDARÉ/I REMEMBER MAMA), venía de haber protagonizado otra perla del género, LOS PECADOS DE TEODORA, en esta ocasión bajo las órdenes del exquisito Richard Boleslawski (responsable de una espléndida adaptación en los 30 de LOS MISERABLES con Fredric March y Charles Laughton). Atentos a la secuencia en casa de la pretendiente de su marido para corroborar sus formidables dotes como comedianta.
El caso es que la combinación de esta pareja, más un sobresaliente Ralph Bellamy –el señuelo o anzuelo de ella- y un buen puñado de grandísimos característicos ofrecen varios momentos para el recuerdo. Reseño a modo de ejemplo tres y sin meterme a desmenuzarlos en exceso para no chafar nada a futuros espectadores: la cena en el club y la sala de baile con las dos parejas convergiendo, la del profesor del canto y uno hacia final con un gato por medio.
Justo es también reconocer que prácticamente todas las escenas en las que sale el fox terrier Mr. Smith son de lo más descacharrantes, el que fuera acompañante del matrimonio Charles en LA CENA DE LOS ACUSADOS tiene su peso específico. O, sería un pecado obviarlas, las apariciones de la tía Patsy.
En resumidas cuentas, este auténtico taquillazo (reportó prácticamente un tercio de los beneficios totales del año a su productora) de 1937, constituye un divertimento de primerísima fila que volvería a incidir en algo muy común en aquellas fechas por el vergel californiano, la guerra de sexos. Y sin dejar de ser vocacionalmente una típica “screwball comedy”, aviesa, chispeante, inaugura de alguna manera una nueva corriente que llegaría para instalarse (como lo atestiguarían LUNA NUEVA, LA FIERA DE MI NIÑA, HISTORIAS DE FILADELFIA y tantas otras), el de las “remarriege comedies” o “comedias de reconquista”. Su propio enunciado ya explicita de qué va la cosa, parejas perdidas y vueltas a conseguir, a recuperar… y, desde luego, no será por falta de empeño, tretas de todo tipo, chantajes o boicot emocionales y otras diversas armas. Tal como pueden comprobar perfectamente aquí.
Por otra parte, no dejó de ser en el momento de su estreno una manera evasiva de mostrar a los caldeados espectadores de la Gran Depresión una escapista historia de personas ricas que tenían problemas… por muy superficiales que pudieran parecer ante la gravedad de la situación en el exterior de las salas.
Fue nominada a 6 Oscar, incluyendo entre ellos el de película, actriz (Dunne), actor de reparto (Bellamy), guion (ese por el que casi nadie daba un chavo inicialmente… portentoso en su construcción) y montaje. Obtendría finalmente el de mejor director, en un año en el que McCarey que su gran película era la otra que había parido ese año, DEJAD PASO AL MAÑANA, durísima, tierna y emotiva aproximación a la ancianidad.
En 1996 fue seleccionada para su conservación en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Se adujo que “cultural, histórica y estéticamente era significativa”.
Y no sé si significativa, pero que es un peliculón como cualquier gran catedral, de eso no tengo la menor duda. Y que me llamen exagerado… que me la trae al pairo. Pues anda que no es difícil hacer reír con ingenio y talento, de lo que más en esta vida afirmo contundente.
José Luis Vázquez