Director: Richard Brooks
Intérpretes: Burt Lancaster, Lee Marvin, Robert Ryan, Jack Palance, Claudia Cardinale, Ralph Bellamy, Woody Strode, Joe De Santis, Rafael Bertrand, Jorge Martínez de Hoyos, Marie Gómez
Sinopsis: Un poderoso hacendado tejano contrata a cuatro mercenarios, especialistas en misiones peligrosas, para que rescaten a su mujer, que ha sido secuestrada por Jesús Raza, cabecilla de una banda de revolucionarios mejicanos.
“-Es usted un bastardo –Sí señor, pero en mi caso es un accidente de nacimiento, sin embargo usted se ha hecho a sí mismo” (Ralph Bellamy y Lee Marvin)
“Será una de esas mujeres que convierten a algunos niños en hombres y a algunos hombres en niños” (Lee Marvin)
“Morir por dinero es una estupidez. Y morir por una mujer es una estupidez aún mayor” (Burt Lancaster)
“Tal vez sólo haya una revolución desde siempre, la de los buenos contra los malos. La pregunta es ¿quiénes son los buenos? (Burt Lancaster)
“Nada es para siempre salvo la muerte” (Burt Lancaster)
“-Piensas en algo que no sean mujeres, whisky y oro? –Amigo, acabas de escribir mi epitafio”
“Tú la ves tal como es. La revolución no es una diosa sino una mujerzuela, nunca ha sido pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos, lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión, y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe, nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable…” (Jack Palance)
Tantas parrafadas y réplicas, tan hermosas, tan agudas, tan lúcidas, tan penetrantes, pertenecen a uno de los mejores western de toda la historia, salpicado en todo momento por diálogos tan brillantes como los que introducen esta reseña.
Soy un defensor a ultranza del mismo desde el primer visionado en una memorable reposición en los 80. Si quieren conocer una película en la que convivan por igual el mayor de los más desesperados lirismos y el cinismo más demoledor, esta es la respuesta irrefutable.
Las varias veces que he acudido a ella, siempre me ha sacudido, me ha conmovido su desencanto, lucidez, amargura, romanticismo furibundo alejado de cualquier atisbo de ñoñería. Una sola secuencia podría resumir todo esto perfectamente, esa esclarecedora conversación en el desfiladero entre Lancaster y el revolucionario Palance disertando acerca de las revoluciones. Parte de la misma ya han podido leerla más arriba, cerrando esas citas iniciales.
Sus resonancias en el cine de Sam Peckinpah son evidentes, aunque puede que ya se nutriera también su estilo. No se olvide que se rodó en 1966, un año en el que aquél ya se estaba consolidando. Justo tres antes de una de sus obras maestras incuestionables, GRUPO SALVAJE, de la que LOS PROFESIONALES es antecesora, precursora y un más que evidente referente. Los mercenarios, los jinetes de ésta cabalgan hacia el ocaso que aquéllos encararían definitivamente.
El propio director adaptó el guión basado en la novela A MULE FOR THE MARQUESA de Frank O´Rourke. Es modélico. Destila profundidad por los cuatro costados y en el sentido menos enfático.
Richard Brooks, un poeta bronco, culto, enamorado de la mejor literatura, llevó a cabo un desesperado retrato de individuos al borde de la extinción, fuera de época, fronterizos, capaces de un último gesto hermoso aunque sin las trágicas conclusiones de la mencionada GRUPO SALVAJE.
Su partida la forman cuatro actores imponentes: el veterano militar Marvin, el dinamitero Lancaster, el explorador Stroode y el domador de caballos Ryan. Aparentemente enfrente, una tremenda Claudia Cardinale (ya saben, capaz de convertir a los niños en hombres o a éstos en niños) y un racial revolucionario Palance. En las antípodas, éticas, morales y estéticas, el patrono Bellamy. El último diálogo que mantienen Marvin y él, que encabeza mi tributo más que reseña, acerca de bastardos de cuna o hechos a sí mismos, es sencillamente memorable.
Maurice Jarre pone las notas musicales, convenientemente pausadas o épicas, según las circunstancias. Cuando las compuso se encontraba en la cresta de la ola, pues acaba de crear esa perdurable sinfonía amorosa titulada DOCTOR ZHIVAGO.
La fotografía de Conrad Hall se tiñe de una oportuna pátina crepuscular y nostálgica, la que requería tonalmente esta historia.
Muestra continuo movimiento, de hecho, es como una “road movie” del Oeste; presenta una acción en cascada filmada con la profesionalidad de la que hacen gala sus protagonistas; provoca reflexión sobre quiénes son realmente los buenos o los malos; aparece brevemente una generosa Chiquita, siempre generosa con los varones; fue el segundo western en la filmografía de Brooks (el primero y el tercero, LA ÚLTIMA CACERÍA y MUERDE LA BALA, los sitúo a idéntico nivel); obtuvo 3 nominaciones a los Oscar (director, fotografía, guión adaptado); habla inmejorablemente del fracaso y, según transcurre el tiempo, soy cada vez más consciente de su grandeza.
Imprescindible.
José Luis Vázquez