Director: Juan Manuel Cotelo
Intérpretes: Documental: Irene Villa...
Sinopsis: Documental que habla del perdón a través de testimonios de quienes lo han dado y quienes lo han recibido. El objetivo es demostrar que el perdón puede con las situaciones más imperdonables: desde una pequeña rencilla hasta muertes violentas durante una guerra.
Detecto en el cine español de los últimos tiempos una eclosión no muy abundante, aunque de goteo permanente, de cierto cine religioso, de estampitas amateur en muchos casos (fiel constancia de ello es aquello que lleva la firma de Pablo Moreno, entre algún otro), de lo más legítimo e incluso diría que necesario como contrapeso, pero completamente fallido en la mayoría de sus manifestaciones. Y bien que lo siento, pese a mi agnosticismo no demasiado militante y en absoluto agresivo (salvo cuando me tengo que referir a ese clero cobardemente nacionalista –a los guardias civiles asesinados por ETA los enterraban casi clandestinamente y a regañadientes en varias ocasiones- y a los actos de pederastia cometidos por miembros de la Iglesia y que gozaron de la impunidad y del mirar hacia otro lado por parte de demasiados).
Juan Manuel Cotelo (Madrid, 1966) es uno de los directores especializados en estas cuestiones de las creencias. Así lo atestiguan títulos como FOOTPRINTS (sobre la experiencia espiritual que puede suponer hacer el Camino de Santiago), TIERRA DE MARÍA (sobre la revelación mariana en Medugorje) y, especialmente, el que más “popularidad” (dentro de ámbitos restringidos) le ha supuesto hasta la fecha, LA ÚLTIMA CIMA, inspirado en la vida de Pablo Domínguez Prieto, un sacerdote madrileño que fallecería a la tempranera edad de 42 años, tras descender en 2009 la enunciada cima… del Moncayo.
Todas estas producciones muestran varias características comunes. Hablan sobre el perdón, ensalzan valores católicos y resultan evangelizadoras en su acepción artística menos sutil y más auto complaciente.
En concreto EL MAYOR REGALO resulta de un sermoneador un tanto empalagoso, por no hablar de su parte ficticia sobre el rodaje de un western que sirve como excusa y lanzadera argumental del discurso, que me produce más bien sonrojo.
Respecto a la documental y a su didáctico proselitismo casi de manual, no ofrece alcance alguno, salvo cuando entrevistan a personajes que han sufrido la violencia en diversas partes del mundo –Colombia, Ruanda, Irlanda-, a cuya cabeza se encuentra el testimonio de la siempre admirable y luminosa periodista, escritora y psicóloga madrileña Irene Villa, joven que de adolescente -12 añitos tan solo- sufriera un, al igual que todos los llevados a cabo, vil atentado etarra el 17 de octubre de 1991 que le amputó sus dos piernas y tres de sus dedos (en el mismo su no menos admirable madre perdió una pierna y un brazo). Solo por su aportación –que esa sí me conmueve y hasta en algún pasaje me pone los pelos de punta- o la de un terrorista arrepentido del IRA, la de una víctima de la guerra ruandesa o de otras de los paramilitares del país de las esmeraldas, merece la pena echarle un concreto y sesgado vistazo a esto.
Pero cuando el propio director reconvertido en actor aparece cada vez montado a caballito, las ganas de salir a toda velocidad de la sala son inmediatas ¿Es que nadie le advirtió de lo ridículo que resultaba esa apuesta y ese protagonismo molesto? Por no hablar de la ridícula parodia de un crítico de cine –y doy mi palabra que esta reseña no obedece a atisbo alguno de ajuste de cuentas, pues lo que reprocho tan solo es una mínima falta de ingenio y no un cliché infantiloide- que, a tono con buena parte de la cinta, resulta de un burdo y ridículo que tira de espaldas.
Salvo esos personajes reales que cuentan sus experiencias todo me parece impostado, forzado, sin la menor de las gracias, de una elementalidad difícil de soportar.
El leiv motiv de todo ello vuelve a ser la capacidad de perdón que tenemos, algo loable, pero tal y como está expuesto, raya un tanto en las justamente no pretendidas ganas de transgresión del mismo. Vamos, de un buenismo, ejemplarmente practicado por algunos y de una difícil digestión para otros de nosotros. Siempre cabe la reconversión… y no lo proclamo frivolizando sobre ello.
Y es que al final, en esto como en cualquier otra obra de creación, el quid es cómo se muestran o venden los argumentos. Y los aquí esgrimidos vienen envueltos en unas formas bastante cargantes y chocarreras, por mucho que se las quiera adornar con firmes creencias y algún plano mono de puesta de sol o de paisaje agreste.
José Luis Vázquez