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Estreno en Royal City

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Hombre del Oeste ()

Director: Anthony Mann

Intérpretes: Gary Cooper, Julie London, Lee J. Cobb, Arthur O'Connell, Jack Lord, John Dehner, Royal Dano, Robert J. Wilke, Tina Menard, Joe Dominguez

Sinopsis: Arizona, 1874. Link Jones, un antiguo pistolero dedicado al bandidaje, se ha redimido y es un hombre respetado por sus vecinos. Tanto es así, que, depositando toda su confianza en él, le han entregado seiscientos dólares destinados a contratar a una maestra para la escuela que piensan inaugurar. Con esta misión, Link emprende un viaje en tren, pero inesperadamente el destino lo devuelve a su pasado, poniendo en peligro su reputación. (FILMAFFINITY)

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

A fecha de hoy, 25 de junio de 2018, HOMBRE DEL OESTE (por una vez la traducción del original es acertada… MAN OF THE WEST) es uno de mis veinticinco westerns indispensables, aunque en realidad y teniendo en cuenta mi especial querencia por este género, creo que para ser justo el listado debería ampliarlo a 300 o 400. Y no es cuestión de que baje el listón, sino hasta qué punto lo venero.

Pero con este título en concreto coinciden una serie de factores que lo convierten en singular. No fue bien recibido en el momento de su estreno, en 1958, más bien todo lo contrario. Tal vez debido en que se anticipó unos años a ese tono crepuscular y virulento que acabaría resultando tendencia y carta de naturaleza a partir de la década de los 60.

Por otra parte, resultaba muy innovador su tratamiento de unos personajes sombríos, de oscuro pasado. El “man of the West” en cuestión es un antiguo pistolero, a la chica no lo le ha quedado otra que renunciar a su profesión de maestra en aras a ser chica de “saloon” y así poder sobrevivir, el individuo que encarna Arthur O´Connell es un tunante y estafador de cuidado y Lee J. Cobb es un tipo facineroso que se aferra a unos tiempos de esplendor que seguramente jamás vivió.

Todos ellos y los comparsas que les rodean presentan aridez, complejidad, escarpaduras, muchos matices como se dice hoy en día. Eso en un momento en que las delimitaciones de este tipo de historias solían ser más –muchas veces admirablemente- lineales, le convertían en algo ajeno a los gustos de la época, incluso un tanto rompedor. Y eso que cineastas como John Ford o el propio director de este trabajo, Anthony Mann –dos de sus grandes especialistas- habían abierto fuego y nuevas fronteras con CENTAUROS DEL DESIERTO y LA PUERTA DEL DIABLO respectivamente.

En concreto, ese Link Jones que se marca un envejecido y ya vencido por el cáncer –su adicción al tabaco le pasaría factura- Gary Cooper compone un tipo de una gran riqueza psicológica. Como el Clint Eastwood de SIN PERDÓN, busca la redención sincera y alejarse de un tiempo de su vida nada ejemplar.

Bien podría ser definido o visto como alguien rociado de desmitificación y, sin embargo, heroico, o mejor aún, digno. Ella, una fantástica Julie London (qué bien cantaba), está por la labor de labrarse una nueva vida, con la mala pata de que el hombre de su vida no puede corresponderla. La tensión, el juego establecido entre ambos, resulta apasionante. Y ya metiéndose por medio Lee J. Cobb dan lugar entre los tres a una escena de altísimo voltaje dramático, de un erotismo cruel, tal como es el “strip tease” forzado, obligado, por parte de ella a requerimiento de este último.

Y hay acción, tiroteos, claro que los hay, ahí está ese desenlace en una especie de poblado fantasma como la de DESAFÍO EN LA CIUDAD MUERTA (de otro maestro, John Sturges, el de LOS SIETE MAGNÍFICOS), pero la más palmaria es la psicológica.

En ese tramo final bien podría ser definido como un western mineral, de gran fisicidad, como lo fue la admirable serie que Budd Boetticher –otro referente más- realizaría con su actor fetiche Randolph Scott por la misma época.

Cooper tenía 57 años cuando encaró este rodaje. Acababa de intervenir en la maravillosa ARIANE de Billy Wilder con esa sublime actriz y mujer –siempre teniendo en cuenta que la perfección no existe, pero es de las que más se ha aproximado a ella- que fue siempre Audrey Hepburn. Fallecería tan solo tres años después, justo tras intervenir en SOMBRAS DE SOSPECHA. Consumido físicamente, al año siguiente protagonizaría otra perla de idénticos enmarques, EL ÁRBOL DEL AHORCADO (de otro maestro, Delmer Daves, y van…).

También considero conveniente tener en cuenta que el excepcional director de esta película, el ya citado Anthony Mann (fallecería prematuramente a la misma edad que Cooper, con tan solo 60 años… la de arte que habrían podido seguir destilando ambos), venía de engarzar una serie de obras maestras, también ambientadas en el Far West, encabezadas por James West. Si no las conocen no sé a qué esperan para descubrirlas. Me refiero a TIERRAS LEJANAS, EL HOMBRE DE LARAMIE, WINCHESTER 73, HORIZONTES LEJANOS y COLORADO JIM… Y BAHÍA NEGRA, que transcurre en el tiempo actual de su rodaje, en escenarios de pozos petrolíferos, pero que su estructura es la típica del cine del Oeste. Lo es incluso hasta la de EL CID, uno de sus trabajos para el mítico Samuel Bronston rodado en suelo español, el país de origen de una de sus esposas, la última, Sara Montiel.

Igualmente me parece oportuno comentarles que rueda esta maravilla que aquí me ocupa entre una fascinante rara avis en su inmaculada y fabulosa filmografía, LA PEQUEÑA TIERRA DE DIOS y su canto del cisne dentro de los parejos escenarios reseñados, la épica y plausiblemente melodramática CIMARRÓN (en la que suponía la segunda versión ya en color y cinemascope de un clásico de 1930 que ha quedado para las antologías como el primer western en ser reconocido con un Oscar a la mejor producción).

Por cierto, retomando lo que es o propone este trabajo en sí mismo, destacar que contiene una secuencia magníficamente resuelta alusiva a una especie de eutanasia. Es un fuera de campo del fuste del que solían ofrecernos estos genios. Recuérdese el final testamentario, de despedida, de DUELO EN LA ALTA SIERRA, con Randolph Scott agonizando fuera de plano. Y es que su batuta pese a estar enmarcada en la mejor de las vitalidades, destila amargura, brutalidad, siendo ajena a cualquier tipo de complacencia, pero con la gratificación de comprobar cada vez que se revisa de poder delectarse con esa manera tan homérica de contar las cosas, o de mostrar las relaciones humanas, que acaban convirtiéndola en francamente apasionante.

Casi he comenzado esta reseña de muy parecida manera a como la voy a finalizar. Están ante un magistral, potente, poderoso, intenso exponente, no apreciado en su momento y que a estas alturas se ha acabado revelando como uno de los títulos referenciales de un tipo de emotivas y vibrantes historias de las que hoy en día ya no se estilan… para mí desgracia y la de tantos. Siempre nos quedará el dvd, el blu-ray o la televisión para continuar rememorándolas y disfrutándolas.

José Luis Vázquez