Director: Jack Conway y Cedric Gibbons
Intérpretes: Johnny Weissmuller, Maureen O'Sullivan, Neil Hamilton, Paul Cavanagh, Forrester Harvey, Nathan Curry, Paul Porcasi, William Stack, Desmond Roberts
Sinopsis: Harry Holt, un antiguo novio de Jane, se encuentra en África formando parte de una expedición que busca marfil en el mítico cementerio de los elefantes. El y su amigo Marlin Arlington esperan convencer a Jane para que vuelva con ellos a Londres. Pero Tarzán desaprueba su proyecto de saquear el cementerio. (FILMAFFINITY)
Segunda entrega de la mejor serie –la de Metro Goldwyn Mayer de la década de los 30 y primeros de los 40- que sobre el célebre personaje creado por Edgar Rice Burroughs se ha llevado a cabo hasta la fecha (mayo de 2018). Me refiero a la protagonizada durante 6 títulos por Johnny Weissmüller, el que había sido múltiple campeón olímpico de natación representando a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de París de 1924. Ganaría el oro en 100 metros estilo libre, 400 metros estilo libre y 4x200 estilo libre (más una de bronce formando parte del equipo de waterpolo). En 1928 volvería a repetir en Amsterdam otras dos medallas de tan preciado metal.
La compañera de este hombre de la jungla, Jane Parker, fue encarnada deliciosamente por Maureen O´Sullivan, la posterior madre en la vida real de Mia Farrow (LA SEMILLA DEL DIABLO). Su primer encuentro se produciría aquí. La actriz de origen irlandés se mostró de un sugerente y sensual considerables. Hasta tal punto fue así percibido que las ligas de la decencia amparándose en el nefando y represivo Código Hays, que entraría en vigor al poquísimo tiempo (en 1934 fue cuando se aplicó, aunque había sido aprobado en 1930), consiguieron que, en la siguiente producción, TARZÁN Y SU HIJO (los tres títulos restantes serían LA FUGA DE TARZÁN, EL TESORO DE TARZÁN y la divertidísima TARZÁN EN NUEVA YORK), alargaran en unos cuantos centímetros la faldita de la actriz.
Desde luego, las escenas relativas a los baños de la pareja protagonista no tienes desperdicio alguno, resultan franca y estimulantemente atrevidas y eróticas.
El buen cineasta Jack Conway y el sensacional y mítico director artístico Cedric Gibbons -11 Oscar en en este apartado y 30 nominaciones más, había sido uno de los 36 miembros fundadores de la Academia de las Artes y Ciencias- co firmaron la que todavía hoy en día sea la mejor versión de las aventuras del hombre mono. La primera de la serie –TARZÁN DE LOS MONOS- llevó la firma del excelente W. S. Van Dyke y las cuatro siguientes de Richard Thorpe, que precisamente de eso, de torpe, no tenía miligramo alguno.
Conway/Gibbons realizaron un trabajo exquisito, tanto en lo referido a su ritmo como a la exuberancia mostrada en escenarios recreados en estudios, tomas reales y exuberancia visual.
Todos estos títulos y este en concreto, poseen un encanto especial, irresistible para quienes de niños la descubrimos, bien en alguna reposición en pantalla grande o en aquellas antiguas televisiones de blanco y negro que hacían la felicidad de tantos de nosotros vía emisiones de largometrajes especiales con motivo de días festivos o en sesiones sabatinas en plena sobremesa.
El caso es que el mito del buen –y amistoso- salvaje cobró aquí una de sus máximas expresiones. La demostración palmaria de que no hay que ponerse palizas, se puede ser muy ameno, para contarnos cosas serias de fondo –aunque su principal intención era la del puro divertimento-, mostrarnos las bondades de la jungla y algunos de los defectos de la civilización.
Y por favor, no sean muy exigentes con sus efectos especiales, muy avanzados en su momento mediante recursos como vidrios pintados o proyección trasera, que hoy en día, lógicamente, parecerán vetustos. Pero saben qué les digo, poseen un no sé qué inmarchitable, fascinante, pese a que puedan quedar en evidencia.
José Luis Vázquez