miercoles, 16 de julio

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Estreno en Royal City

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La casa junto al mar ()

Director: Robert Guédigian

Intérpretes: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan, Jacques Boudet, Anaïs Demoustier, Robinson Stévenin, Yann Tregouët, Geneviève Mnich, Fred Ulysse

Sinopsis: En una pequeña cala cerca de Marsella, en pleno invierno, Angèle, Joseph y Armand vuelven a la casa de su anciano padre. Angèle es actriz y vive en París, y Joseph acaba de enamorarse de una chica mucho más joven. Armand es el único que se quedó en Marsella para llevar el pequeño restaurante que regentaba su padre. Es el momento de descubrir qué ha quedado de los ideales que les transmitió su progenitor, del mundo fraternal que construyó en este lugar mágico en torno a un restaurante para obreros. Pero la llegada de una patera a una cala vecina cambiará sus reflexiones... (FILMAFFINITY)

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Desde los primeros compases me conmueve, de manera plácida, queda, este nuevo y ejemplarmente sencillo manifiesto, perfectamente envuelto, de emoción y poesía saludablemente proletaria, esta nueva oda del francés Robert Guédiguian a los trabajadores que una vez tuvieron sueños de cambios y que se resisten a bajar la guardia, aunque en el camino hayan maqueado ideales y dejado jirones de todo tipo.

Porque, no nos llamemos a engaños, más sabiendo que su director siempre hace variaciones sobre idénticos temas –la moral por encima de la legalidad, el compromiso, los viejos ideales, la solidaridad, la precariedad laboral, la familia y sus mejores valores, la muerte-, LA CASA JUNTO AL MAR (LA VILLA en el original), al igual que lo era también la igualmente magnífica LAS NIEVES DEL KILIMANJARO, su anterior largometraje, es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre lo que fueron y en lo que se han convertido  unos personajes muy reconocibles en el cine de este incisivo sin necesidad de hacer sangre cineasta francés.

Hasta tal punto lo son que, a mitad de película, hay un oportuno y brillante inserto en el que aparecen los mismos intérpretes, en idéntico sitio, en la encarnadura de idénticos personajes (esos tres hermanos un tanto desencantados en el presente y con todo un mundo idealista por vivir en el pasado, como la vida misma), pero treinta años antes. Esa secuencia pertenece a su segunda obra, A LA VIE, A LA MORT.

Y es que esa reunión familiar con motivo del infarto que sufre el padre de los protagonistas, acaba de alguna manera sirviendo para ajustar cuentas con el pasado. Pero desde la amabilidad más elogiable y menos meliflua, desde la calidez, desde el no elevar demasiado la voz y ser profundo sin parecerlo, como una agradable brisa marina marsellesa. Y con un colofón poético, tan levemente sutil como varios de sus pasajes, que acaba suponiendo un pequeo alivido dentro de un horizonte actual nada grato.

Precisamente esta es otra de las muchas virtudes de su director, pese a que no se llama a engaños, es lúcido, “irritantemente lúcido” en expresión de Luis Martínez, no le agrada la excesiva complacencia en lo desastroso expuesta por sus colegas, y él siempre deja un hilillo de luz, una puerta abierta a la esperanza.

Aquí la representa unos refugiados, unos aterrorizados críos se supone que sirios, llegados clandestinamente en pateras. Este capítulo cuestionado por muchos, a mí me resulta un feliz inserto, todo un hallazgo, que sirve para incidir en el “discurso” gratificante acerca de que en ayudarles tendrá una razón de ser y existir el Viejo y desvencijado Continente. El propio Guédiguian ha manifestado que “el renacer de la Unión Europea pasa por acoger refugiados”.

Que todo esto venga expuesto por un guión de vocación claramente literaria no me parece en esta ocasión un lastre sino una virtud, que potencia, amplifica sus ya de por sí abundantes cualidades.

Es esta una película preciosa y combativa en las más afortunadas expresiones del término. Finaliza su proyección y no me quiero ir de esa cala -“decadente”, en afortunada expresión de un colega-, de esos entrañables personajes que tienen que seguir pechando con sus contradicciones (la secuencia en que el soldado negro acusa a Darroussin de burgués no tiene desperdicio), miedos, ausencias, desilusiones o sueños truncados e incertidumbres.

Ah… Y me encanta la gratificante melancolía que exuda, su luminosidad, su ambientación irreductible al paso de la especulación, esos relajantes atardeceres de conversación y compañía.

Maravillosa.

José Luis Vázquez