Director: Valerio Zurlini
Intérpretes: Claudia Cardinale, Jacques Perrin, Luciana Angelillo, Gian Maria Volonté, Corrado Pani, Romolo Valli, Riccardo Garrone, Renato Baldini
Sinopsis: Aida es una pobre y bella muchacha, bailarina en los tugurios de Milán, que es seducida por un señorito de Parma. Pero la inocente joven es abandonada cuando da un paseo con él en su descapotable. Intentando localizarle, Aida pregunta por él en la mansión en que vive su familia. Ante el desconsuelo y desamparo de la chica, el hermano del seductor, un adolescente, se apiada de ella y le ofrece su ayuda. Inevitablemente se enamora de la hermosa mujer... (FILMAFFINITY)
La actriz Claudia Cardinale tenía 22 años cuando protagonizó en 1960 esta obra maestra sin posible discusión. Tan jovencita todavía ya había descollado en el cine italiano con el extraordinario policiaco UN MALDITO EMBROLLO de Pietro Germi y con el poderoso, intenso drama viscontiniano ROCCO Y SUS HERMANOS. En los dos años siguientes protagonizaría otras maravillas como CARTOUCHE, EL BELLO ANTONIO y EL GATOPARDO. Un comienzo de carrera muy difícil de superar. Pero si hubiera que asociar a la tunecina de nacimiento con un solo papel, sería sin duda con la chica abandonada que aquí representa.
El parisino Jacques Perrin tenía 19 primaveras cuando encarnó con tacto y delicadeza al adolescente de 16 Lorenzo.
El grandísimo director y guionista italiano Valerio Zurlini ya se había estrenado con dos trabajos muy interesantes, (LE REGAZZE DI SAN FREDIANO y VERANO VIOLENTO/ESTATE VIOLENTA, en especial este, preámbulo bastante conectado con el que aquí comento), aunque hoy en día desconocidos para las nuevas generaciones, aun las más ilustradas.
Al año siguiente de LA RAGAZZA CON LA VALIGLIA, o sea, LA CHICA CON LA MALETA, firma su otra obra maestra indiscutible junto a ésta, la impresionante CRÓNICA FAMILIAR. No filmaría muchas más, su filmografía es más bien exigua (8 o 9 títulos), destacando las dos últimas que pondría broche de oro a su trayectoria tras las cámaras, LA PRIMERA NOCHE DE LA QUIETUD y EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS.
Ellos tres –hay muchos más, claro, pero en otra onda-, junto a un indispensable y preciso guión del propio cineasta en colaboración con varios amigos profesionales, son los principales mimbres en los que se sustenta este caudal inagotable de emociones, tan vigente hoy como los hace casi sesenta años que se estrenó. Por cierto, en España sufriría serias amputaciones por parte de la censura franquista, principalmente en lo referido a la relación entre la chica y Lorenzo, que resultaba más explícita, o el hecho de que ella fuera madre soltera.
Zurlini, no se olvide, pertenecía a la generación de cineastas transalpinos todavía marcados por los estertores del fundamental movimiento neorrealista. En esa categoría, o como prefieran denominar, figurarían también Pier Paolo Pasolini, Luchino Visconti o Michelagelo Antonioni.
La enorme sensibilidad vuelta a desplegar, esa melancolía que era tan marca de fábrica suya, la tristeza también, el descubrimiento del amor, la desolación y el desgarro que éste provoca, esa manera tan exquisita de mostrar el aprendizaje en la vida, son valores, méritos, capacidades muy a tener aquí en cuenta.
Lo es igualmente esa particular forma de reflejar en una playa una luz que muestra la aspereza o incomodidad de la situación principal expuesta, el ocaso y la luminosidad resulta también reveladora de su estilo. Cierto, que, para esta secuencia concreta, y para el resto de la película claro, contó con la inestimable ayuda del gran fotógrafo Tino Santoni, que recreó un blanco y negro espléndido.
Pero LA CHICA CON LA MALETA no es solo lo más obvio, una sensible historia de amores y desamores, de primeros deslumbramientos o despechos, de seducción o de amor sincero, sino una emotiva y dramática crónica que no descuida el realismo crítico, o la crítica social si prefieren mejor esta denominación. Esto último es evidente en ese contraste de la protagonista con la alta burguesía que contemplamos de fondo. O en esa radiografía de un ambiente rural arcaico, en contraposición a esa más abierta de miras, lo cual no supone menos “mezquina” y egoísta, nueva clase social o vital que emerge junto a la costa, verdadero “boom” de la sociedad italiana de la época.
Para las antologías esa bajada de escaleras de Cardinale/Aida al inmejorable ritmo de la CELESTE AIDA de Giuseppe Verdi. Otra que me parece sensacional es aquella en que ella se deja seducir por un chico borracho y la mirada reveladora, de lo más descriptiva, de su joven amado. En cualquier caso, nada tiene desperdicio en esta obra de intachables, elaborados, mimados encuadres.
Y, lo más importante, despliega ternura a espuertas, comprensión por las debilidades de los seres humana, rezuma vida.
Resulta maravilloso su último plano, salvando distancias y diferente tonalidad/intencionalidad comparable al de Alida Valli y Joseph Cotten en EL TERCER HOMBRE.
Si la hubiera firmado Bergman bien se podría haber titulado UN VERANO CON AIDA… con la divina, sensual y muy terrenal CLAUDIA.
José Luis Vázquez