Director: Robert Wise
Intérpretes: Anthony Hopkins, Marsha Mason, John Beck, Susan Swift, Norman Lloyd, John Hillerman, Robert Walden, Philip Sterling
Sinopsis: Bill y Janet Templeton tienen una hija de once años llamada Ivy que sufre terribles pesadillas. Elliot Hoover (A. Hopkins) trata, en vano, de convencerlos de que el alma de su hija Audrey Rose, muerta con su madre en un accidente de tráfico, se ha adueñado de Ivy. (FILMAFFINITY)
La década de los 70 vino felizmente condicionada por el enorme éxito de la estupenda EL EXORCISTA de William Friedkin. Su estela alcanzaría a múltiples producciones, un buen porcentaje de las cuales irían a su rebufo sin ninguna personalidad. Hubo algunas excepciones que ajustándose a algunos de los patrones que estableciera mostraron distinción y sello propio, una de esas sería LAS DOS VIDAS DE AUDREY ROSE del gran cineasta estadounidense Robert Wise, magnífico y ecléctico profesional responsable de taquillazos tan morrocotudos y de tanta calidad como SONRISAS Y LÁGRIMAS, MARCADO POR EL ODIO, EL YANG TSÉ EN LLAMAS o WEST SIDE STORY (y de la posterior STAR TREK, LA PELÍCULA). Por no hablar de dos hitos dentro del “fantastique” y la ciencia ficción del calibre de LA CASA ENCANTADA y ULTIMÁTUM A LA TIERRA.
Wise insufló de buen ritmo, dentro de un tono relativamente pausado, y de solidez narrativa a una historia que también hablaba de posesiones pero marcadas por la reencarnación, algo consustancial a esa corriente hinduista tan de boga en medio mundo y, en concreto en la sociedad estadounidense del momento.
Pese a estos postulados hizo gala de un rigor y un esmero dignos de agradecer, alejado de excesivas estridencias, salvo las necesarias. Al final, pese a un tramo final plagado de espasmos y convulsiones, se erige más en un estremecedor drama de misterio con ramificaciones de “thriller” judicial que en una obra genuina de terror, aunque contenga algunos pasajes de zozobra y cierto sobresalto. Eso sí, tirando más de sugerencia que de explicitud. Aquí el realismo salvo determinados giros puntuales, tiene un considerable peso específico.
Contribuyen a su credibilidad un reparto consistente y veraz. Comenzando por un casi cuarentañero Anthony Hopkins, magnífico como siempre; continuando con una actriz muy en boga en aquél, Marsha Mason momento (recuerden por ejemplo la encantadora LA CHICA DEL ADIÓS con Richard Dreyfuss, la reconfortante comedia costumbrista PERMISO PARA AMAR HASTA MEDIANOCHE o la agridulce SÓLO CUANDO ME RÍO: obtuvo 4 nominaciones al Oscar en un período de ocho años, desde 1974 a 1981, hoy en día es una intérprete desconocida u olvidada por el gran público, hasta para el cinéfilo) y culminando con la joven -12 años- Susan Swift, verdaderamente sorprendente como Audrey Rose pese a que alguno de sus gritos y contracciones puede que hayan sido superados con el paso del tiempo, aunque me da en la nariz que al no recurrir a efectos digitales puede que aún sigan teniendo vigencia.
Atención al inicio previo a los créditos que pone en situación o a los nada tacaños y salteados ataques de la niña.
Se basó en una novela de Frank DeFelita (ocasional firmante o escritor de más de un trabajo curioso dentro de parámetros similares, como el guión de la espléndida EL ENTE con Barbara Hershey o el de la más atípica THE SAVAGE IS LOOSE, uno de las escasas aportaciones como director del enorme actor George C. Scott, casi en el mismo año que protagonizaría con su pareja de entonces, la guapa y elegante Trish Van Devere, la excepcional AL FINAL DE LA ESCALERA), el cual confesaría haberse inspirado en la habilidad de su hija para tocar el piano, algo que achacaba a una vida anterior ¡Puro Hollywood!
En varios círculos cinéfilos, sobre todo de amantes del género, este suspense de reminiscencias paranormales es –justificadamente- considerado un título de culto. Así que su relativo fracaso en taquilla hoy en día ha quedado completamente diluido, como tantos otros ejemplos en estos 122 años de bendito cinematógrafo.
José Luis Vázquez