Director: Christopher Nolan
Intérpretes: Fionn Whitehead, Tom Hardy, Mark Rylance, Kenneth Branagh, Jack Lowden, Aneurin Barnard, Cillian Murphy, James D'Arcy, Harry Styles, Barry Keoghan, Tom Glynn-Carney, Bradley Hall, Damien Bonnard, Jochum ten Haaf, Michel Biel
Sinopsis: Película bélica sobre la evacuación de Dunkerque (Francia), durante la II Guerra Mundial (1939-1945). En 1940, ante el avance de las tropas nazis, más de 300.000 soldados fueron evacuados a Gran Bretaña desde las costas francesas, en todo tipo de embarcaciones. (FILMAFFINITY)
Rara vez la crítica es tan unánime, lo cual puede querer decir mucho o nada (si me dejara llevar por el tópico diría que esta es una típica frase de quienes procedemos de la verde Galicia). El papel de los que nos dedicamos a esto no hay que tomárselo con demasiada trascendencia, tal vez el aspecto que le otorgue mayor sentido a lo que hacemos es cuando reivindicamos esas otras películas que no gozan de tanta coincidencia pero que son igual de buenas o hasta puede que mejores. Viene esto al caso por el estreno de DUNKERQUE (DUNKIRK). No me atrevería a calificarlo de “blockbuster” y por otra parte es una película que podría cuadrar perfectamente como tal… aunque en todo caso resultaría dentro de esos parámetros como un tanto atípico.
No hay nada que les pueda “spoilear” ni aunque lo intentase, no es una obra especialmente emotiva, no tiene un guión que enganche especialmente, pero esta superproducción bélica hace gala de tal apabulle sonoro (el sonido es aquí un elemento fundamental, es capaz de transportar al centro mismo de la pesadilla) y visual que me resulta imposible resistirme en un solo segundo a la misma. Es una inmersión en toda regla en el horror –físico, emocional-, en la angustia de la guerra, hasta el punto de colocarme, de colocar al espectador, en el ojo del huracán.
El título es lo suficientemente explícito como para que no tenga que detenerme mucho en indicarles de qué trata. Sucintamente les informo que trata sobre la Operación Dinamo, denominación asignada a la evacuación de la costa francesa de una considerable porción del ejército británico, más de 300.000 soldados, que sufrieron en la localidad del título uno de sus primeros y más sonoros reveses al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Pero precisamente esta actuación en la que intervendrían cientos de embarcaciones civiles, convertiría esta derrota en una parcial victoria, al poder salvar a toda esa enorme cantidad de seres humanos, que posteriormente contribuirían a ser determinantes en la victoria occidental de los aliados, y eso que muchos quedaron literalmente para el arrastre.
Remarco lo de victoria, porque nada hay que pueda aproximarse más a ese concepto que el hecho de sobrevivir a cualquier situación de estas características, el salvar literalmente el pellejo. El fastuoso cineasta Christopher Nolan la describe no privándonos de espanto alguno sino todo lo contrario, mostrando el miedo, el dolor, la muerte, la desolación las secuelas inmediatas mentales o carnales, la desesperación de unos hombres empeñados por encima de todo en llegar a un hogar que estaba unos cuantos interminables kilómetros enfrente, pese a que esas ingentes hileras –bellísimas estampas- reglamentadas parecieran desmentir tal exasperación.
Y lo hace siendo fiel en buena parte a su estilo, pese a que esta historia nada tenga que ver aparentemente con su trilogía del Caballero Oscuro o con sus fantasías visionarias –magnífica- INTERSTELLAR y –cargante- ORIGEN. Una vez más vuelve a comprimir el tiempo con la misma facilidad que un experto acordeonista lo hace con el teclado de su instrumento, lo estira o contrae con una facilidad pasmosa. Para ello divide su obra en tres capítulos alusivos a tierra, aire y mar. Tres unidades de tiempo distintos –una semana, un día, una hora- que puede complicar a más de un espectador su seguimiento pero que si son capaces de seguirlas puede que les acabe resultando, como me pasó a mí, verdaderamente fascinantes tal como están ensambladas.
Aparte de esos juegos temporales marca de la casa, vuelve a quedar patente esa mirada subjetiva e impresionista, aquí tirando más bien de un realismo portentoso, que casi siempre ha conllevado que su cine me haya provocado la adhesión más incondicional. También vuelve a quedar manifiesta su obsesión por los detalles, por ser lo más minucioso posible. Esta característica la pueden advertir en la reconstrucción del espigón, en esas cámaras adosadas a la cabina de los Spitfire (para los no versados: los aviones británicos) o en haber utilizado idénticos tejidos que los empleados en los uniformes originales.
Consigue que parezca que uno asiste al corazón mismo del conflicto. Y aunque tira permanentemente de espacios abiertos, me genera una claustrofobia demoledora. Aparte, al enemigo nunca se le ve, ni falta que hace para transmitir permanente zozobra. Ello complementado con una banda sonora tira más de expresividad que de registros enfáticos, lleva la firma de uno de los maestros indiscutibles de los últimos años, Hans Zimmer.
Casi diría que es cine minimalista, “indie” pero con muchos movimientos de masas y millones de dólares, lo cual pudiera parecer un contrasentido o una paradoja… o no. Si nos olvidamos de los dólares y nos atenemos al punto de vista, es un trabajo atrevido y hasta de un intimismo insólito para este tipo de propuestas, alejada de cualquier parafernalia glorificadora, o no al menos como las hemos entendido tantas veces (tiene sus momentos claro en que siente alguna legítima veleidad de reivindicar alguna actitud heroica: ese anuncio en el periódico recogiendo la gesta de un chaval de 17 años mal estudiante pero “patriota” o si prefieren valiente).
El amplio y formidable reparto no es del que se selecciona para buscar el lucimiento de cada cual, aunque aquí confluyen actores de la talla de Tom Hardy, Mark Rylance, Kenneth Branagh o Cillian Murphy, pero es coral y diluido en el mejor sentido del término, tanto como el propio foco o punto de vista elegido por el director.
Leo en cambio que lo único que a algunos colegas o aficionados parece molestarles es el breve epílogo por parecerles un tanto patriótico, me refiero a esas palabras finales que no ocupan más allá de medio minuto. Creo que este fenómeno de repudio absoluto a todo lo que suena a entendible ensalzamiento de lo propio solo se produce en España, país que tiene como una de sus señas de identidad ser un reino de taifas que siente complejo en mostrar unión o reivindicar símbolos como la bandera salvo cuando juega la Selección de Fútbol. Me parece respetable que cada uno se sienta como quiera, el mismo que se debiera manifestar por quien sí se siente orgulloso de sus símbolos o penachos (en este caso lo digo por esa arenga al Nuevo Mundo en pos de que rescate al Viejo, o sea Estados Unidos echando una mano a Europa, a la Europa libre claro, ni nazi o fascista ni comunista).
Desde el momento de su estreno me parece justo que pase a formar parte de los títulos más destacados, en letras de oro, del género bélico, aquí en su vertiente crítica, más bien antibelicista, o si prefieren, evidenciando la verdadera crudeza de lo que es una contienda guerrera. Dado el carácter depredador de nuestra especie, supongo que esto de liarse a estacazos, tiros o bombazos para dirimir diferencias continuará sin tener enmienda –no hace falta más que echar un vistazo a la actualidad- en las siguientes décadas hasta que nos acabemos aniquilando definitivamente. Disculpen esta –también- apostilla por mi parte aunque en mi descargo diré que pese a todo me considero un escéptico… optimista, me aferro a la parte luminosa que también tenemos los seres humanos pero sin llamarme a engaños. Quisiera creer que contemplar retratos tan devastadores como este nos debería servir para erradicar del todo cualquier tentación violenta, salvo la que se llevara a cabo en de la defensa propia o de la libertad.
José Luis Vázquez