Director: William Wyler
Intérpretes: Olivia de Havilland, Montgomery Clift, Ralph Richardson, Miriam Hopkins, Vanessa Brown, Mona Freeman, Ray Collins, Selena Royle, Betty Linley, Paul Lees, Harry Antrim, Russ Conway, David Thursby, Sam Harris, Donald Kerr, Albert Pollet
Sinopsis: Año 1849, en Nueva York. Catherine Sloper, una rica heredera, tímida, inocente, poco agraciada y no muy joven, es pretendida por un apuesto joven. Ella se enamora de él apasionadamente, pero su cruel y despótico padre se opone a la boda y amenaza con desheredarla. Adaptación de la novela de Henry James "Washington Square". (FILMAFFINITY)
Del amor truncado, del éxtasis y la ilusión generada por el mismo, del trocado en crueldad e indiferencia… de tantas de las variantes que aloja ese sentimiento disparado por Cupido, de esto trata fundamentalmente esta adaptación de la célebre novela corta de Henry James, WASHINGTON SQUARE. Uno de los poquitos hombres en tratar de tú a tú a Jane Austen en idénticos terrenos a los que solía transitar la excelente escritora británica. Y ello no solo por lo que acabo de exponer, sino como retratista de una sociedad, una clase media-alta, en este caso neoyorquina, repleta de prejuicios sociales, hipocresía, falsas apariencias y frialdad, incapaz de expresar sus sentimientos debido a convencionalismos sociales y de otra índole.
El enorme cineasta estadounidense de origen alsaciano William Wyler obró maravillas con este espléndido material literario. Lo convirtió en un destilado sensible, elegante, lujoso, meticuloso, contenidamente febril, apasionantemente académico, magistral.
Y pese a que les hago al tanto que casi nunca suelo establecer comparativas con las novelas originales que sirven tantas veces de inspiración al Séptimo Arte, he de matizar en esta ocasión que en aquélla queda mucho más patente asuntos tales como el error que supone asimilar bondad con estupidez o el hecho de ensalzar la maldad disfrazada/o confundida de ingenio o astucia. Trepa sería el término adecuado para definir a quien se muestra así, determinada en esta ocasión en la aspiración de una solvente posición económica pretendida por el personaje del aspirante a conseguir el corazón de la protagonista.
Aunque una de las cosas que acaba siendo esta producción Paramount, o que desde luego así me lo parece a mí, es un incisivo, penetrante, poderosísimo retrato de una mujer fuerte e independiente, en cuya transformación final han sido determinantes unos cuantos maestros de la crueldad, tal como espeta ella misma. No se olvide que esa fue una de las especialidades de este cineasta, el de potentes estudios de caracteres de mujeres. Recuérdese a modo de ejemplo, LA SEÑORA MINIVER, ESOS TRES, LA CALUMNIA, LA LOBA, JEZABEL o LA CARTA, estos tres últimos protagonizados por el que sería uno de sus grandes amores en la vida real, Bette Davis.
Este personaje, Catherine Sloper, encarnado inmejorablemente por una –convenientemente maquillada- poco agraciada Olivia de Havilland, en el que supondría el merecidísimo segundo Oscar de su carrera (acababa de conseguir dos años antes el primero por su memorable composición en VIDA ÍNTIMA DE JULIA NORRIS), viene determinado por múltiples y delicados detalles. Su paulatina transformación, ese resplandor de su cara ante el amor más sentido, ante la ilusión más desbordante (sus ojos avellana, de vivaz ardilla, resultan al respecto de lo más expresivos), viene determinada entre otros aspectos, por el uso metafórico y elíptico que se hace de su afición al punto de cruz.
También por tres momentos puntuales alusivos a vestidos (2 blancos y uno rojo, obvios símbolos de pureza y aspereza del alma) y escaleras, que baja o sube, y que determinan perfectamente su evolución psicológica. Muestran indistintamente alegría, decepción, fortaleza.
Llegado a este punto hay que destacar un elemento clave para llevar esto a buen puerto, Wyler en primer lugar aparte. Me refiero a un trío interpretativo de descomunal talento, habitualmente común pero aquí en estado de absoluta gracia bajo la mágica batuta del director. De ella, la ya citada, Olivia de Havilland, a punto de cumplir el próximo 1 de julio 101 años, poco cabe decir a estas alturas. La transformación llevada aquí a cabo, de mosquita muerta a implacable vengadora, ha quedado ya para las antologías.
Los dos vértices masculinos del triángulo no tienen tampoco desperdicio alguno. Montgomery Clift como ese inicialmente un tanto ambiguo y arribista Morris Townsend no le va a la zaga. Ese plano final junto a una puerta es de los grandes momentos de la historia de esta droga permanente que supone para mí el cine. Y al que tengo que ponderar igualmente, con más énfasis si me apuran por aquello de ser hoy en día más desconocido, haber sido por lo común un característico –de los verdaderamente grandes- alejado de cualquier atisbo de estrellato, es al británico Ralph Richardson. Es el padre de Catherine, el implacable, gélido, insensible, doctor Austin.
A todo esto sumen unos decorados de ensueño, una exquisita fotografía en blanco y negro de Leo Tover o una banda sonora de lo más descriptiva de Aaron Copland… y tendrán como resultado una de esas películas perfectas que Hollywood fabricaba a puñados en esa –artísticamente- añorada década de los 40.
Obtuvo 8 nominaciones a los Oscar, entre ellas la de mejor película. Acabaría llevándose al zurrón el ya mencionado a la mejor actriz, dirección artística, vestuario y música.
Aquél 1948 optarían, entre otras perlas a la dorada estatuilla, títulos como EL POLÍTICO (galardonado con el reconocimiento más importante, el de película), FUEGO EN LA NIEVE, CARTA A TRES ESPOSAS, ALMAS EN LA HOGUERA, EL ÍDOLO CAÍDO, MADAME BOVARY, EL BURLADOR DE CASTILLA, EL ÍDOLO DE BARRO, HABLAN LAS CAMPANAS, MUJERCITAS, UN DÍA EN NUEVA YORK, MI LOCO CORAZÓN, EL PRÍNCIPE DE LOS ZORROS, MÁS ALLÁ DEL BOSQUE, RAPSODIA EN AZUL, ROMANZA EN ALTA MAR, VUELVE A MÍ, ARENAS SANGRIENTAS, LA HISTORIA DE STRATTON, SUCEDE CADA PRIMAVERA… Y no se olvide que la mejor producción de habla no inglesa sería nada más ni nada menos que LADRÓN DE BICICLETAS, e igualmente estaba en la pomada PAISÁ (CAMARADA) del maestro Rossellini ¡Total nada! Y eso es un año elegido al azar, en este caso en función a la fecha del clásico reseñado, pero cojan cualquier otra de la época y el nivel es igual o superior.
Cuando se ha visto decir que es obra maestra resulta reiterativo.
José Luis Vázquez