Director: Barry Jenkins
Intérpretes: Trevante Rhodes, André Holland, Janelle Monáe, Ashton Sanders, Jharrel Jerome, Naomie Harris, Mahershala Ali, Shariff Earp, Duan Sanderson, Edson Jean
Sinopsis: Chiron es un joven afroamericano con una difícil infancia, adolescencia y madurez que crece en una zona conflictiva de Miami. A medida que pasan los años, el joven se descubre a sí mismo y encuentra el amor en lugares inesperados. Al mismo tiempo, tiene que hacer frente a la incomprensión de su familia y a la violencia de los chicos del barrio.
Ya desde su mismísimo comienzo, extrañamente apacible, pausado en todo momento, me perturba, me desazona, sé que voy a ver algo diferente, fuera de horma. Y no porque lo que representan los personajes resulte algo novedoso, más bien lo contrario, sino por el tratamiento otorgado.
Este supone un estilo único, arriesgado, insólito, muy personal. Debido preferentemente a la obra literaria que sirve de punto de partida, firmada por Tarell Alvin McCraney, autobiográfica, y con la que se identificaría inmediata y plenamente su director, el casi primerizo, este es su segundo largometraje, Barry Jenkins.
La combinación de ambos talentos pergueñan una clásica estructura teatral en tres actos pero tremenda, poderosamente cinematográfica. Que no necesita apelar a la estridencia, al tremendismo, a alharaca alguna. Y eso tiene aún más merito si les cuento que entre sus asuntos de fondo se encuentran la marginalidad, la vida en el ghetto, la homosexualidad afroamericana, el “mobbing”, la hostilidad entre la chavalería, la violencia, las familias desestructuradas, la tristeza del que no comulga con lo establecido.
Sobrevolando este cóctel, la búsqueda de la propia identidad. De ahí que la frase espetada por un sensacional Mahershala Ali, un traficante de droga que ofrece protección al desvalido y joven protagonista, cobre un sentido muy significativo: “Un día tienes que decidir por ti mismo quien vas a ser, no puedes dejar que otros lo decidan por ti”.
Tanta como la de llegar hasta el punto en que una primera y casi inesperada relación juvenil acabará erigiéndose en parada y provisional fonda del llamado Little en su niñez, Chiron en su adolescencia y Black en su juventud. Tres saltos en el tiempo que nos acercan, con una cámara que se incrusta en muchos instantes en su cabeza, en quienes se encuentran más próximos al mismo, en sus profundos ojos (esos que constituyen “una ventana del alma” según su autor) que delatan a alguien diferente, de pocas palabras pero contundente expresividad. Los tres actores que encarnan al personaje en esos estadios diferentes de su vida están irreprochables.
Unas palabras, una metáfora, perfectamente expresada de nuevo por Mahershala, se acaba revelando como santo y seña del espíritu de esta obra, aquella que alude a que los chicos negros parecen azules bajo la luz de la luna (moonlight).
En el camino se contraponen aquellos que suponen una cosa y la contraria: esos chavales maltratadores de otros chavales o ese amigo comprensivo y afectuoso, ese protector cálido y esa fugaz profesora que se muestra distante de lo que debería suponer, una madre que no ejerce como tal y la mujer de quien se preocupara por él en su niñez desde el mayor y más comprensivo de los cariños (“ya sabes mi norma: aquí solo quiero amor y orgullo”).
Está extraordinariamente planteada, estructurada y filmada. Todo desprende veracidad y sensibilidad sin afectación alguna. Es triste pero sus potentes y penetrantes imágenes desprenden también comprensión sin apelar a moralina alguna, contención narrativa, poesía casi subterránea, verdad de la buena y más descarnada… sin mostrar carne alguna.
Sí se puede decir en esta ocasión que las 8 nominaciones y los 3 premios de la Academia (aparte de película, guión adaptado y actor de reparto) la avalan. Es cine excelente, afroamericano en este caso (ni un solo blanco se entrevé en momento alguno, lo que sirve a sus responsables para no hablar de las problemáticas racistas de siempre), del que perdura en el recuerdo, del que se aloja en las retinas, del que no tiene que tirar de griterío ni machaconería, alejado de fáciles estereotipos, atento a una asombrosa capacidad de la observación ambiental y anímica, ejemplarmente descriptivo de infiernos interiores y de parciales resplandores.
José Luis Vázquez