viernes, 16 de mayo

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Estreno en Royal City

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Hasta el último hombre ()

Director: Mel Gibson

Intérpretes: Andrew Garfield, Teresa Palmer, Sam Worthington, Luke Bracey, Vince Vaughn, Hugo Weaving, Rachel Griffiths, Richard Roxburgh, Matt Nable, Nathaniel Buzolic, Ryan Corr, Goran D. Kleut, Firass Dirani, Milo Gibson, Ben O'Toole

Sinopsis: Narra la historia de Desmond Doss, un joven médico militar que participó en la Batalla de Okinawa en la II Guerra Mundial y se convirtió en el primer objetor de conciencia en la historia estadounidense en recibir la Medalla de Honor del Congreso.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

“Mientras los demás arrebatan vidas, yo las salvaré. Será mi forma de servir” (Andrew Garfield)

“No soportaría vivir con la carga de no ser fiel a mis principios” (Andrew Garfield)

 

Vuelve a constituir un puñetazo de imágenes, cine cargado más que con trípode con nitroglicerina, cine genuinamente Mel Gibson. Quinta película en su filmografía como director y quinto pleno. Lástima que no se prodigue más, pues podría estar hablando de uno de mis “top 5” de las tres últimas décadas, y no se crean que pese a su escasez numérica descarto tal reconocimiento por mi parte.

Como una larga tradición de actores de Hollywood, que se podría remontar al mismísimo Charles Chaplin o Buster Keaton y abarcar hasta Ben Affleck, pasando por Clint Eastwood, Ron Howard, John Cassavetes, Paul Newman, Robert Redford, Kevin Costner, Barbra Streisand, Angelina Jolie, Burt Reynolds, Warren Beatty, Richard Benjamin y tantísimos otros más, su bagaje profesional ha sabido revertirlo muy positivamente en su paso al otro lado de las cámaras.

Y qué curioso, antes de entrar en materia propiamente dicha, en lo referido estrictamente a este trabajo, a esta película, les expongo dos de esas habituales reflexiones pejigueras intransferiblemente personales.

La primera es que vuelve a constituir la enésima prueba de mi imposible desenganche del cine americano. Salvo LA VIDA ES BELLA, MARCELINO PAN Y VINO, CINEMA PARADISO y algún otro ejemplo más fuera de las fronteras del coloso de América del Norte, nadie como ellos para provocarme el llanto, para generarme el nudo en la garganta, la más agradecida emoción ventricular. Se las bastan solos para que mis lacrimales se conviertan en un pequeño mar ante su poderosa narrativa y ante determinados pasajes. En este caso, hasta me entran ganas de recapacitar seriamente sobre mi agnosticismo. Les acusarán de manipuladores, de lacrimógenos, de sensibleros, de lo que ustedes quieran, pero en mí consiguen, provocan en tantas ocasiones el efecto deseado.

Como será la cosa, que en la primera sesión a la que asistí, en la que nos encontrábamos una docena de espectadores, la mayoría de ellos rompió en aplausos finalizada su proyección, o mejor dicho, una vez que los títulos de crédito comenzaban a asomar. Y es que hay que ver como este actor eficaz, esforzadamente carismático, excesivo en varias ocasiones, maneja los elementos y los secretos del arte de contar historias en imágenes… cómo modula los pálpitos, hace fluir los tempos, utiliza diestramente los ralentís o consigue removerme en la butaca. Unos dirán que otra vez estoy exagerando, pero lo expuesto está dicho desde la más plena de las convicciones, tantas como las mostradas tenazmente por ese objetor de conciencia que retrata el cineasta y que existió realmente… como podrán abandonar al final, si no abandonan precipitadamente sus asientos.

La otra cavilación es a propósito de la propia idiosincrasia estadounidense, en comparación esta vez con la nuestra. En cartel dos películas, ambas espléndidas, 1898: LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS y ésta. La primera legítimamente revisionista, que cuestiona la épica de sus protagonistas; esta en cambio dispuesta a proclamar a los cuatro vientos los mejores valores de su atípico héroe. Curiosa esa casi diametral visión ante la vida y los acontecimientos. De lo más ilustrativa respecto al ADN de las sociedades que componen latitudes tan diversas… y a la vez tan próximas.

El hecho aquí descrito, principalmente, es la toma de Okinawa por el ejército americano durante la II Guerra Mundial. Algo que ya viniera también a contar admirablemente el Eastwood de CARTAS DE IWO JIMA. Gibson lo hace sin concesión alguna, la segunda parte de su criatura, puro salvajismo, bestialidad y lacerante recreación de las escenas bélicas, alcanza una dimensión comparable a la del desembarco de Normandía en SALVAR AL SOLDADO RYAN. Me pone literalmente los pelos de punta, la metralla me parece más real que nunca, los miembros amputados salpican a la cámara y casi nos salpican a los espectadores. Quedan avisados, pero si son estómagos fuertes, capaces de resistirlo todo, podrán disfrutar ante la grandeza de esas imágenes, que muestran en toda su crudeza el horror de la guerra.

Y emergiendo por encima de todos, ese tipo generoso y humanista que es Desmond Doss, un héroe del todo positivo, ingenuo en el mejor sentido, cabezón, diríase que inspirado o movido por los actores de los 40 y 50, con James Stewart  y Gary Cooper. Una mirada limpia, desafiante en su bondad y su propia ética. Un tipo verdaderamente singular pese a la modestia y cotidianidad de su persona. Formidable trabajo de Andrew Garfield, aquél remozado Spider Man, que casi enmendaría la plana al mismísimo Toby Maguire de la estupenda serie de Sam Raimi. Y guapísima, angelical la que hace de su esposa, la preciosa Teresa Palmer. Vince Vaughn en un registro opuesto al acostumbrado suyo de comediante está de lo más ardorosamente convincente. Esa serenidad permanentemente crispada que conforman todos ellos en su primer tramo dará paso al horror igualmente humano del segundo.

Es un trabajo virtuoso, brillante, vigoroso, feroz y sanguinariamente edificante, sádico, muy representativo de su director. Cuánto tiempo sin ponerse tras las cámaras, cuánto le echábamos algunos de menos. Pero bueno, así el añorado reencuentro resulta aún más entusiasta.

De las que uno sale de la sala queriendo ser mejor persona pese a lo contemplado. Ese era al fin y al cabo la condensación, el resumen de la obra magna de Spielberg, cuando aquél soldado rescatado preguntaba/casi suplicaba en su ancianidad a su familia, ante la tumba del sargento auxiliador de su vida, si al menos había logrado ser una buena persona, si había merecido la pena el sacrificio del mismo y de tantos.

Mientras no pierdan esta fortaleza de espíritu, mientras no muestren decoro alguno en mostrar sus excelencias y sus mejores y más ejemplares sentimientos patrióticos –bien entendidos, aquí expuestos de manera un tanto inhabitual, olvídense por favor que pudiera pensar en algún instante en el  Trump, se lo ruego-, creo que los ciudadanos de las barras y estrellas podrán seguir siendo los más grande, al menos para el que esto escribe… y mientras el magnate rubio oxigenado no la c… 

José Luis Vázquez