Foto: Patty Duke y Anne Bancroft en El milagro de Ana Sullivan/The miracle worker
-Recupero la última crítica del quinto y último estreno de la tanda de hace dos fines de semana, visto este pasado miércoles. Otra de animación y… van la tira. En esta ocasión es una película procedente del país dónde se cobija el infausto Puigdemont, EL HIJO DE BIGFOOT (THE SON OF BIGFOOT):
Lo último sobre yetis, en ese caso con personajes reales (convenientemente maquillados), que recuerdo haber visto en una pantalla se remonta a la producción Amblin (de Spielberg) BIG FOOT Y LOS HENDERSON, fechada en 1987.
Casi coetánea es la fallida TEEN WOLF (DE PELO EN PECHO), de una pequeña casa, Wolfkill, que contribuiría aún más –tras la arrasadora REGRESO AL FUTURO- a la popularidad de Michael J. Fox.
Entre ambos referentes bascula esta película belga que me ocupa, dirigida por Ben Stassen y Jeremy Degrusson. De la primera coge el mito del originalmente hombre de las nieves o Piegrande y el ensalce de valores familiares; de la segunda, cierto tonillo gamberro y las alteraciones hormonales propias de la adolescencia.
Adolece de una animación, sí, decente, pero aséptica, sin gracia, sin personalidad alguna.
Argumentalmente, de nuevo se pone, u opone más bien, al buen salvaje con una civilización despiadada, todo ello dentro de un tono amable, irrelevante, para todo tipo de edades.
Lástima que sus protagonistas no acaben teniendo tirón, comenzando por ese chaval un tanto sosainas.
También el hecho de resultar tan obvia y evidente en pro de la progenie puede ser otro lastre.
La redimen parcialmente algunos momentos no del todo políticamente correctos y otros de puro slapstick en el bosque, a propósito, principalmente, de un simpático oso.
Poco más da de sí.
-Los Clásicos del Deicy se vuelven a vestir un lunes más de gala con la proyección de EL MILAGRO DE ANA SULLIVAN (THE MIRACLE WORKER). Las asistencias a estas sesiones continúan batiendo récords en los últimos tiempos, al igual que sucede con las versiones originales de los martes. Esta noche fácilmente tuvimos un aforo de más de 50 asistentes. Un disparate para una actividad “pequeñita” de estas características. Mi felicidad ya la pueden suponer:
Un fascinante, un intenso, un hermoso duelo de actrices, en esto se podría resumir THE MIRACLE WORKER, o sea EL MILAGRO DE ANA SULLIVAN, o LA HACEDORA DE MILAGROS si me remito a su título original.
Pero sería reduccionista y no del todo justo tildarla solo así. Basada en hechos reales, en la autobiografía de una de las dos protagonistas y en un previo guión televisivo de William Gibson que se remonta a 1957, cuenta la relación entre una niña sordo-ciega, Helen Keller, sumida en ese estado desde una enfermedad febril con 19 meses, y su maestra, la susodicha Ana Sullivan, la encargada de alejarla en ese mundo aislado en el que vive.
El proceso en el cual se embarca para intentar dotar a la cría de 10 años de unos modales y un lenguaje que le permita comunicarse con los demás, resulta apasionante. No cae en blandenguería alguna, es estremecedora sin recurrir a recursos de guiñol, su ascetismo llega a conmover y su didactismo no es de baratillo, ni superficial, ni de los que adoctrinan, todo lo contrario. Es más, esta película tal vez no podría realizarse hoy en día, pues algunos de los métodos empleados por la profesora serían sencillamente tildados de políticamente incorrectos.
Y deja clara una cosa, lo fundamental que es la disciplina –bien entendida, claro, a veces hasta brusca como es el caso- en la educación de los niños.
Los espectadores asistimos a unas -en algunos aspectos- particulares técnicas sobre modificación de conducta. Tal como expone Raquel San Felipe, estas son aproximaciones paulatinas, castigos, refuerzos, tiempos fuera y motivaciones.
Se trata de reconducir a una cría imposibilitada físicamente y con una carga de agresividad animal, salvajismo y capricho considerables. La paciencia se erigirá en fundamental en este camino.
Los dos personajes, encarnados sensacionalmente por Anne Bancroft y Patty Duke, mantienen en un inicio terribles disputas de todo tipo, tanto físicas, esa batalla campal en el comedor, como psicológicas, atención al respecto a una memorable secuencia de diez minutos.
Bancroft/Ana da toda una lección de cómo comportarse en una situación tan extrema, en cómo no amilanarse ante las adversidades y contrariedades mil que van surgiendo. El recital interpretativo de la que cuatro años más tarde (en 1966) interpretaría la fordiana y testamentaria SIETE MUJERES, es impresionante. Sus infinitos recursos y su entrega, su muy honda carga de matices son de las de estudiar en cualquier academia que se precie que trate sobre esto de actuar, de vivirlo.
Detrás de ellas, del control de sus gestos y puntuales exclamaciones, está un director inmenso que, aunque dejó un puñado de obras maestras para la historia (su debut, EL ZURDO, LA JAURÍA HUMANA, PEQUEÑO GRAN HOMBRE, GEORGIA, BONNIE Y CLYDE, EL RESTAURANTE DE ALICIA, LA NOCHE SE MUEVE), no tuvo la carrera tan fecunda que debería haber tenido.
Forjado en los escenarios y en los platós de televisión, siempre mostró una gran capacitación profesional, patente aquí mediante una puesta en escena de una sobriedad y austeridad ejemplares, sacando todo el partido a las actrices y a cuantos asoman la nariz en cometidos secundarios. No abusando en momento alguno de un sentimentalismo fácil, más bien todo lo contrario, mostrándose prusiano, aunque sea inevitable al exponer la historia mostrar un lado “exhibicionista” (entiéndase el término en su más positiva acepción).
La verdad es que hay momentos que pone los pelos como escarpias, tales son su energía y vigor. Acompaña a todo esto, una espléndida fotografía de Ernesto Caparrós, un profesional cubano de efímera carrera y desaparición prematura.
Su desenlace es excepcional.
En Centro y Sudamérica se conoce también como ANA DE LOS MILAGROS, UN MILAGRO PARA HELEN y LA MAESTRA PELIGROSA.
Tuvo 5 nominaciones al Oscar, de los que obtendría dos (actriz principal/Bancroft, actriz secundaria/Duke), quedándose en el camino los otros tres (dirección, fotografía en b/n y guión adaptado). La acogida del público fue buena.
Es la demostración de que la educación, la reflexión, pueden constituir un entretenimiento tan válido como la mejor película de acción epidérmica o comedia que puedan imaginar.
Todo un canto a la superación, a la voluntad propia y ajena. Una obra, que no se resiente de su origen teatral, más bien lo refuerza sin dejar de ser genuinamente y con una carga de emotividad muy especial.
Obra maestra sin posible rectificación. Todo un hallazgo, estoy convencido, para quien la desconozca cincuenta y cinco años después de su concepción.
Apostilla:
Una historia sobre un caso real y extremo de superación que, evocando el bolero, se podría decir como no hay otra igual.
Resulta tremendo el “tour de force” mantenido por una ya treintañera Anne Bancroft/Ana Sullivan y una jovencísima Patty Duke/Helen Keller. Es un duelo tenso, arduo, sin miramientos ni contemplaciones, intenso, duro, fascinante, hermoso.
Está observado por la cámara precisa, meticulosa, entomológica de un joven cineasta, Arthur Penn, que ya había llamado la atención tres años antes, en 1958, con el singular western EL ZURDO protagonizado por un Paul Newman todavía deudor de los “tics” del Actor´s Studio.
El cineasta estadounidense, al que conocí en la primera edición del Festival de San Sebastián a la que asistí y que cubrí para Onda Cero, se aleja de cualquier tipo de exhibicionismo sentimental y va al grano, desnudado de nada de lo que sea verdaderamente importante, como es ese detallado y exhaustivo proceso de comunicación para que una cría ciega y muda, casi imposible de poder relacionarse con el exterior de su cerrado mundo y con los demás, consiga hacerlo.
Seguramente hoy en día sería imposible llevar a cabo y plasmar esta historia, tanto por los métodos empleados difíciles de permitir en este tiempo buenista y políticamente correcto, como por su falta de miramientos al exponer el asunto a veces por las bravas (pero con la mejor de las finalidades, como luego acabaría sucediendo).
Es fácil extraer la lección, vigente antes, ahora y en cualquier tiempo de maricastaña. Me refiero a lo fundamental que es la disciplina bien entendida, la seriedad y el rigor para iniciar y educar. Querer no es ni conlleva necesariamente saber enseñar, es más, a veces puede constituir un lastre, sobre todo con alguien tan difícil como la cría protagonista, a cuyos enormes problemas físicos, debe añadir otro casi no menor y provocado por los suyos alusivo a esa otra luz interior y educacional, el exceso de capricho y permisividad.
Hoy como ayer continúa siendo imponente, estremecedora, apasionante, deja literalmente sin resuello. La secuencia de “adiestramiento” del comedor, sencillamente impresionante.
Obra maestra capital… vuelvo a repetirlo todas las veces que sean necesarias.
Frase:
“La vida no resulta fácil para nadie” (Anne Bancroft)