Foto: Paul Henreid y Bette Davis en La extraña pasajera/Now voyager
-Día especial para mí por motivos personales que no vienen al caso. Nada mejor que disfrutarlo rodeado en compañía de buenos amigos y en torno a un clasicazo en el Deicy. En este caso de una de las cumbres del melodrama de la década de los 40 del pasado siglo, LA EXTRAÑA PASAJERA (NOW VOYAGER):
Es de esas películas con las que a los buenos aficionados les viene esa reflexión no por socorrida menos cierta que dice “ya no se hacen películas así”. La asistencia es considerable.
Me informo en el blog Libros Envenenados de una serie de aspectos muy curiosos, algunos ya conocidos otros no, sobre los aspectos que envolvieron la producción, el rodaje y las intenciones de uno de los melodramas más populares de los años 40, hasta el punto que en 2007 sería elegido para su preservación en el Registro Nacional de Cine de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, llegando a ser considerada por prestigiosas instituciones como la vigésimo tercera mejor película de amor de la industria, matizo aún más, del cine más poderoso del mundo.
Por ejemplo, el título original de la novela de Olive Higgins Prouty, autora también de la extraordinaria STELLA DALLAS, alude al poema de Walt Whitman THE UNTOLD WANT (EL DESEO INEFABLE). Ese que dice: “El deseo inefable que jamás se te concedió en la vida ni en la tierra, ahora navegante, hazte a la mar, lejos para buscarlo y encontrarlo”.
En estas palabras se resume perfectamente la esencia de la historia, la de ese patito feo oprimido por una familia, en concreto de una madre severa, despótica incluso, reprochona y egoísta. Precisamente el plano inicial, una secuencia de lluvia, bien podría erigirse en el preludio del “aguacero” posterior, de las incomprensiones existentes, de la desconexión materna y del despertar a la vida.
Hablando de preludios, atención a la bella, delicadísima y también funcional banda sonora del ineludible en la Warner del momento Max Steiner (CASABLANCA, LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ), único Oscar obtenido de los tres a los que aspiraba (los otros fueron a la actriz principal y secundaria).
Pero uno de los elementos esenciales de esta mítica producción es la fabulosa –otra más al zurrón- interpretación de una Bette Davis en su verdadero esplendor en la hierba, aunque el mismo duraría hasta el final de sus días, incluyendo su retirada del mundillo interpretativo. Para su papel se habían barajado previamente los nombres de otras primeras estrellas del Hollywood de la época: Norma Shearer, Ginger Rogers o Irene Dunne.
A su lado, actores de la enorme talla de Claude Rains, el partenaire masculino preferido de Davis, con el que trabajaría en otras tres ocasiones más, o el estirado Paul Henreid, marido de Ingrid Bergman en CASABLANCA, y aquí protagonista de una serie de momentos de lo más icónicos, como aquellos en los que le pasa reiteradamente cigarrillos encendidos a su partenaire, a su amada.
Otro instante sublime es aquél en que ella, Charlotte, le dice a él, Jerry una frase ya para los anales: “No pidas la luna porque tenemos las estrellas”.
Y así podría seguir desgranando crescendos emocionales, escenas plagadas de magia y elegante intensidad, servidas por sucesivas secuencias de gran fluidez y ligereza en el mejor sentido del término… pues el asunto de fondo se las trae. El equivalente hoy en día, en cutre, sería con muchísimas variantes la telenovela BETTY LA FEA. Y es en este momento cuando es obligado destacar el contraste de vestuario desde ese comienzo en que la millonaria viste feos trajes grises con foulard hasta la progresiva sofisticación en la que se va embutiendo.
A todo esto, resulta muy interesante la línea de psicoanálisis introducida por el personaje de Rains. Algún colega ha apuntado con atinado con buen criterio que constituye una combinación de “ensoñación romántica con frialdad psicoanalítica”
Por supuesto, la larga parte del trasatlántico, prevista inicialmente con escala europea, pero trasladada a Río de Janeiro por la conflagración bélica que tenía lugar en el Viejo Continente, resulta toda una lección magistral de sutiles, de elegantes movimientos de cámara y de primeros o medios planos.
Otros factores determinantes: Rodaje en California, en los estudios Warner, magnífico y preciso –pulsando las emotividades- guión de Casey Robinson, exquisita dirección del injustamente olvidado Irving Rapper (EL TRIGO ESTÁ VERDE, LAS AVENTURAS DE MARK TWAIN, EL ZOO DE CRISTAL, VENENO PARA TUS LABIOS, ENGAÑO, EL BRAVO) y justa, celebrada y plenamente vigente obra.
Apostilla:
Por 3 iconos será siempre reconocida LA EXTRAÑA PAREJA. Por esa memorable frase final de “Oh Jerry, no pidas la luna porque tenemos las estrellas”, por la sorprendente transformación física de Bette Davis (qué manera de entrar en escena con esos planos de pies bajando por la escalera de la casa señorial y ese aspecto afeado) y por esos instantes en que Paul Henreid enciende dos cigarrillos y le pasa uno a Davis, erotismo de máximo nivel y puro brocado. Qué gustazo esas pantallas pobladas de humo de cigarrillos de antaño… y esto viniendo de un no fumador no me negarán que tiene su mérito. Qué estético era ese elemento en las producciones de aquélla época, que se lo pregunten a Rick Blaine/Humphrey Bogart o a Gilda.
Sin duda, yo al menos lo tengo clarísimo, constituye una exaltación de una mujer que lucha por su independencia y su libertad. O si lo prefieren, algo más poético, haciendo símil con la célebre cita anterior, el camino que emprende esa misma mujer hacia su luna particular… o hacia las estrellas.
Supone una historia de amor, de generosidad, de entrega, de renuncias… de las que ya no se estilan y de las que hasta podrían parecer ridículas a una buena porción de las generaciones actuales. Está tejida a base de innumerables pequeños detalles.
Es de tal intensidad emocional que alcanza la perfección este mítico melodrama romántico, considerado con toda justicia uno de los mejores de la historia del cine. Sus continuos fogonazos dramáticos poseen tal emotividad que es difícil no dejarse sacudir por los mismos.
La dirección de Irving Rapper no puede ser más exquisita, llegando a utilizar miradas, travellings, fuera de campo con una precisión extraordinaria. El guión de Casey Robinson está trufado de diálogos memorables. La música de Max Steiner, merecidamente recompensada con un Oscar, es simplemente sublime… consigue de lleno su objetivo ser descriptiva y mostrar a la vez un considerable valor por sí misma, principalmente su célebre tema amoroso.
Y cómo me gustan todas las secuencias de encuentros íntimos apenas sugeridos, en el trasatlántico o en idílicos paisajes cariocas. Toda la secuencia en la nave es portentosa: el encuentro, el paulatino cambio de actitud de ella, esos momentos de confianza, complicidad y felicidad de la pareja…
Mrs. Bette Davis se vuelve a salir. Nos hace pasar por todo tipo de estados anímicos: lástima, tristeza, sonrisas, lágrimas, esperanza, efluvios amorosos, pasión, entrega incondicional…
El personaje de Claude Rains, el psicoanalista me parece de un atrevido para la época y de una modernidad incuestionables. Paul Henreid se muestra algo estólido pero el amante que aquí compone es uno de los mejores papeles de su carrera. Y no digo ya Gladys Cooper como esa tiránica madre. Fue una de las secundarias de oro del Hollywood de aquélla época, saldría en numerosas producciones, desde REBECA a MADAME BOVARY, pasando por LA CANCIÓN DE BERNADETTE en la que clavaba a una monja escéptica.
Sencillamente genial.
Nota: Descubro en los créditos iniciales que el montaje viene firmado por el posteriormente excelente director y mentor de Clint Eastwood. O sea, Don Siegel.