Foto: Doris Day y Natasha Parry en Un grito en la niebla/Midnight lace
-Cine a lo Hitchcock pero sin que dirija el mago del suspense para esta primera sesión agosteña de Los Clásicos del Deicy (solo habrá otra más, el último lunes del mes, pues entre media toca descansar por la Feria de Ciudad Real) con UN GRITO EN LA NIEBLA (MIDNIGHT LACE):
Estupenda película con la que se pasa un magnífico mal rato envuelto en glamour. Y otra nueva constatación de lo magnífica actriz que –afortunadamente- todavía es Doris Day aunque hace varias décadas que se encuentre retirada de los platós, no así de las grabaciones musicales, pues en 2011 compondría el que constituye su último álbum hatsa la fecha, MY HEART. La actriz de Cincinnati (Ohio) cumplió el pasado 3 de abril 95 respetabilísimas primaveras.
Un título olvidado en la actualidad –a fecha de 7 de agosto de 2017- y necesitado de urgente reivindicación, no tanto porque no fuera (muy) bien recibido en el momento de su estreno -1960- sino por ese haber transcurrido tanto tiempo desde el mismo… y haber surgido en todas estas décadas a su rebufo numerosos títulos de corte parecido. Incluso Carlos Aguilar sugiere que constituye un precursor del inminente “giallo”
Bueno, para ser exacto la verdad es que a su vez es deudor de la alargada sombra de Alfred Hitchcock y de una de sus obras coetánea a ésta, CRIMEN PERFECTO. De hecho comparte idéntico inspector de Scotland Yard, el inefable y flemático John Williams (no confundir, claro, con el extraordinario compositor de STAR WARS, ET y de tantísimas otras maravillas). Con Hitch comparte también el protagonismo de una –como siempre- formidable Doris Day, que había trabajado cuatro años antes con el mago del suspense en la nueva versión en color de EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO.
A lo anteriormente expuesto, sumen que transcurre en el Londres más típico que imaginarse pudiera, neblinoso y misterioso, realzado por un refulgente color obra de quien puso tantas veces texturas a algunas de las obras máximas del rey del melodrama Douglas Sirk. Me refiero a ese brillante profesional que fue Russell Metty, un fuera de serie manejando las paletas emulsivas de diversas y llamativas tonalidades. La ciudad es mostrada con un contraste de lo más estimulante, tenebroso y amenazador de noche y luminoso y sofisticado de día.
Principalmente la acción transcurre en el barrio de Grosvenor Square, y resulta inevitable que acuda a mi memoria una curiosa producción romántica y decimonónica jamás estrenada en España pero vista en Televisión Española en 1979 titulada precisamente VIVO EN GROSVENOR SQUARE (también conocida como SEDUCCIÓN), con una actriz de mucha popularidad por entonces -1945- y hoy ignota hasta para algunos buenos aficionados, Anna Neagle (y curiosamente con el mismo partenaire masculino que el que sale aquí, Harrison).
Por ahí, por la esplendorosa mansión –estamos en entre gente y ambientes ricachones- centro del foco de la trama y por diversas localizaciones de la ciudad, se mueve una Day que lleva sobre su espalda y sobre su plausible gestualidad facial la principal carga dramática de la función. Hay que recordar que esta actriz desdeñada por tantos, dentro de registros más serios y dramáticos ha legado actuaciones tan memorables como las de ÁMAME O DÉJAME, la que supondría su debut en la gran pantalla EL TROMPETISTA o la citada EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO. Matizo esto, por si alguno todavía pudiera pensar que su territorio se circunscribió a la comedia, algo igualmente merecedor de los máximos elogiosos (¡qué estupendas son PIJAMA PARA DOS, ENSÉÑAME A QUERER o CONFIDENCIAS A MEDIANOCHE!).
Le da replica el siempre elegante, flemático, turbio y ambiguo Rex Harrison. Poco que añadir respecto a uno de los verdaderamente grandes de aquellos años.
Y resulta amplia la cohorte de sospechosos de este sobresaliente y angustioso suspense, este “thriller” psicológico de primera: el que fuera niño prodigio Roddy McDowall (el crío de ¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE!), el guapetón y buen percha John Gavin (gran amigo de Reagan, nombrado por este embajador en Méjico), Anthony Dawson (otra conexión con CRIMEN PERFECTO, el pretendido asesino al que clavaba las tijeras Grace Kelly en la mencionada CRIMEN PERFECTO) y Herbert Marshall (marido de Bette Davis en LA LOBA). Añadan una veterana pero todavía –la que tuvo retuvo- elegante Myrna Loy.
Dirigidos todos ellos por un cineasta de valía, el estadounidense David Miller, en cuya filmografía no muy extensa (unos 20 filmes) pueden encontrar verdaderas gemas como BILLY EL NIÑO en versión de 1940, LA CALLE DE ATRÁS o las que considero sus tres obras maestras, la melodramática VIDA DE MI VIDA, el western contemporáneo con un inolvidable Kirk Douglas LOS VALIENTES ANDAN SOLOS y la intriga MUERTE SÚBITA.
De intriga hay mucho en esta lujosa y estilosa producción rodada por la Universal en escenarios naturales. Miller le imprime un ritmo de lo más dinámico, cada amenaza de la protagonista está perfectamente plasmada, utiliza con inteligencia el despiste y las pistas falsas y maneja con fortuna recursos de cámara de todo tipo, desde los de grúa hasta acentuados picados. A propósito, estoy pensando en la escena inicial, uno de esos plano-secuencia, tan de moda en el cine actual, de notable valor.
Otros momentos perdurables y que han pasado la prueba del tiempo son el del ascensor, el del autobús o la sombra tras la ventana.
Conviene aclarar que ya de base partía de un buen guión, impecablemente urdido y desarrollado aunque son varios con los que estoy en completo desacuerdo que lo han achacado de artificioso, de Ivan Goff y Ben Roberts, responsables de otros libretos para el recuerdo, como los de AL ROJO VIVO y EL HIDALGO DE LOS MARES, plasmados inmejorablemente por otro genio alejado de cualquier atisbo de petulancia, Raoul Walsh.
El compositor Frank Skinner acompaña inmejorablemente con sus acordes todo tipo de momentos, románticos y escalofriantes. Va reflejando perfectamente los estados anímicos de la acosada -¿o no, será todo fruto de su imaginación?- heroína.
El título original, MIDNIGHT LACE, nada que ver con el español al que ya puestos podrían haber puesto VOCES EXTRAÑAS o VOZ EN LA NOCHE, hace alusión a un traje de encaje de medianoche que Day viste con indudable clase. Y es que el vestuario asignado no tiene desperdicio.
Se pasa un magnífico mal rato envuelto en mucho glamour. Excelente.
Apostilla:
Qué guapa, qué glamourosa, qué gran actriz Doris Day. Qué recital el que da en ENCAJE DE MEDIANOCHE, o como se conoció en España, UN GRITO EN LA NIEBLA.
La justamente llamativa y célebre estrella de Cincinatti que el pasado 3 de abril cumplió 95 primaveras da todo un recital dramático (tuvo una nominación al Globo de Oro) prácticamente sin despeinarse –lo digo con doble sentido, también en el más literalmente físico-, pero transmitiendo con maestría esa progresiva angustia de una mujer acosada o enloquecida, pues la historia juega indistintamente con ambas bazas.
Contrasta con la sufriente heroína que apenas cuatro años antes había encarnado en EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO, donde ni pelo cardado ni vestuario se caracterizarían por la diversidad de las que aquí hace despliegue, más bien salía todo lo contrario, desarreglada.
Están perfectamente diseñados los personajes que pululan a su alrededor como posibles sospechosos (incluyendo a la propia protagonista), salgan mucho o poco, lo cual convierte a esta lujosa y cuidada producción Universal en casi un remedo de una novela de Agatha Christie pero sin Miss Marple o Hércules Poirot.
Claro que los peones que rodean a Miss Daisy nada tienen que envidiar al reparto más envenenado imaginado por la autora de ASESINATO EN ORIENT EXPRESS, de la cual se estrena en un par de meses un esperado “remake” dirigido por Kenneth Branagh.
Deudora de la inmensa y alargada influencia del cine de Hitchcock, a su vez es creadora o inductora de un tipo de producciones que proliferarían sobre todo en la Italia de los 60 y 70, lo que se conocería popularmente como giallo, constituye todo un recital narrativo en el que las piezas argumentales acaban encajando con precisión.
Resulta admirable la funcional y brillante puesta en escena ejecutada por David Miller y un guión de tiralíneas al que no encuentro fallos, al menos clamorosos.
Me genera desazón y (mal) disfruto especialmente con unas cuantas secuencias, la del ascensor sin ir más lejos. Hay que ver como tan solo con una actriz expresiva y una tenue pero inteligentemente utilizada iluminación se puede crear todo un clima de horror.
Si les gusta el género y desconocen todavía otros títulos de la época –de los 40 a los 60- ahí les suelto un pequeño ramillete para que puedan disfrutarlos: LUZ QUE AGONIZA, NOCHE EN EL ALMA, SECRETO TRAS LA PUERTA, VOCES DE MUERTE, LAS DOS SEÑORAS CARROLL, CANCIÓN DE CUNA PARA UN CADÁVER, SOLA EN LA OSCURIDAD y otros dos igualmente encabezados por la rutilante luminaria de la producción que me ocupa, JULIE y EL DIABÓLICO SEÑOR BENTON. Espero que a algunos/as les venga bien la información.
No quiero finalizar esta apostilla sin reseñar lo bien que luce el felizmente tópico Londres propuesto, moderno y bullente a la par que sombrío y victoriano, poblado por bobbys amables y un Scotland Yard de lo más eficiente. Gran fotografía al respecto por parte de Russell Metty habitual en la filmografía del rey del melodrama Douglas Sirk (hay otros elementos técnicos y artísticos habituales de su mundo: el productor Ross Hunter, el compositor Frank Skinner, el actor John Gavin…).
Resulta de lo más sabrosa la aparición de una ya veterana pero aún chispeante y divertida Myrna Loy como la vitalista tía Bea.
Los 30 asistentes a la proyección –los que me da tiempo a mirar de reojo- no parecen pestañear y, desde luego, no pierden ripio ni comba durante sus 105 intrigantes minutos repletos de generoso y logrado suspense. Por cierto, una cifra récord de espectadores dada la época del año en la que nos encontramos. También los Clásicos del Deicy hace tiempo que han conseguido pleno estatus y consolidación en la vida cultural ciudadrealeña. Muchísimas gracias a quines lo hacen posible con su fiel presencia.