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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Miércoles, 19 de julio

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Foto: Gregory Peck y Mary Badham en Matar a un ruiseñor/To kill a mockingbird

-Brillantísimo colofón cinematográfico y tertuliano a esa primera edición de MediCine que parece tendrá continuación el próximo. El título seleccionado en cuestión es uno de mis “top ten”, MATAR A UN RUISEÑOR:

La invitada es en esta ocasión Marian Tébar, responsable de Calidad del Hospital General Universitario de Ciudad Real. Como viene siendo norma en los profesionales invitados, hace una brillante exposición (y conste que no era fácil porque la película seleccionada como capricho personal no se prestaba a la temática del enunciado) respecto al asunto tratado, algo tan fundamental como la calidad de atención al paciente.

Antes de que puedan leer la reseña sobre la película, adjunto la relación de todo lo contemplado y tocado a lo largo de este último año, de noviembre a mayo. La intención es que en la próxima edición comprenda de octubre a mayo. Aprovecho para agradecer al gerente del complejo y a los organizadores de esta estupenda iniciativa que no ha contado con toda la asistencia que hubiera sido de esperar, Javier Redondo y el incansable, infatigable, entusiasta y ya amigo, el joven investigador José Ramón Muñoz.

 

Ciclo Medicine (terceros miércoles mes, HGUCR a las 17:00 h.)

 

Sesión 1. 23 Noviembre 16: Recortes sanitarios (Hipócrates) (José Torres Consuegra, médico de familia)

Sesión 2. 21 Diciembre 16: Alzheimer (Siempre Alice) (Alino Martínez Cano, anatomía y embriología)

Sesión 3. 18 Enero 17: Funcionamiento de un hospital (Anatomía de un hospital) (Ana Yuste, anestesia y reanimación)

Sesión 4. 15 Febrero 17: Figura del médico y del paciente (El doctor) (Juan Luis Santiago, dermatología)

Sesión 5. 15 Marzo 17: Risoterapia (Patch Adams) (José Antonio Ruiz, payaso risoterapia)

Sesión 6. 19 Abril 17: Desarrollo y aplicación de fármacos (Despertares) (Pilar Vicente, farmacología)

Sesión 7. 17 Mayo 17: Trastorno por déficit de atención con hiperactividad (Mommy) (Teresa Rodríguez y Margarita Pascual, psiquiatras)

Sesión 8. 21 Junio 17: Medicina militar (M.A.S.H.) (Rubén Villazala, anestesista)

Sesión 9. 19 Julio 17: Calidad en la atención al paciente (Matar a un ruiseñor) (Marian Tébar, responsable calidad)

Crítica:

 

Tomo prestadas y las hago mías, tan solo provisionalmente, las palabras de Carlos Boyero a propósito de esta sublime película, filmada en verdadero estado de gracia por todos los que participaron en su construcción. Significaré a dos en nombre de todos: al sensible y apasionante cineasta Robert Mulligan (EL OTRO, VERANO DEL 42, LA NOCHE DE LOS GIGANTES con idéntico protagonista) y a ese actor que transmitía inagotables toneladas y sensaciones de veracidad, bondad, credibilidad y justeza llamado Gregory Peck. Creo recordar que solo una vez hizo de malo y, aún así, destilaba simpatía. Fue en DUELO AL SOL, la historia de Perla Chávez y el alegre proscrito que encarnaba él.

“Y vuelvo a sentir la cercanía de las lágrimas, escuchando el elegíaco y emocionado recuerdo de su padre que nos describe la niña de la preciosa película MATAR A UN RUISEÑOR. Se llamaba Atticus Finch. Era un abogado sureño, dolientemente viudo, profundamente ético  en su vida y en su trabajo, tolerante y humanista, defendía causas tan justas como perdidas, razonaba y consolaba, se sentía solo en su lucha pero no gimoteaba, explicaba con dulzura y entrañable lenguaje a sus hijos los desajustes entre el deseo y la realidad, ahuyentaba a los monstruos de sus pesadillas, conocía el significado del bien y del mal y la factura que hay que pagar al optar por lo primero. Era el progenitor que muchos hubiéramos deseado tener. Sospecho que Peck no tuvo que hacer nada especial para meterse en la piel y en el alma de ese personaje admirable”.

En la novela de Harper Lee, en boca de la hija se puede leer respecto al protagonista, a su padre:

“Atticus Finch no hacía nada que pudiera despertar la admiración de nadie: no cazaba, no jugaba al póker, no pescaba, no bebía, no fumaba… Se sentaba y leía”.

“Atticus había dicho una vez que nunca se conoce realmente a una persona hasta que uno se ha calzado sus zapatos y caminado con ellos”

“Hay hombres en este mundo que han nacido para cargar con las tareas desagradables de los demás”.

“Un ruiseñor no hace nada excepto música para entretenernos… Por eso sería un pecado matar un ruiseñor”. “Es uno de los peores actos que se pueden cometer, pues sólo cantan y agradan y no molestan”. Esta metáfora cobrará sentido en la parte final de la película, con la emocionante aparición del personaje encarnado por un debutante Robert Duvall.

En fin, poco más he de reseñar, aunque esta maravilla da para lo que uno quiera. Sencillamente es una de esas películas que si alguna vez fuera arrasado el planeta sería uno de los mejores testimonios de lo mejor que pueden llegar a albergar los seres humanos, entes tantas veces extraños que alojamos tantas sombras.

De mis diez imprescindibles.

Apostilla:

Volver por cuadragésima vez a la imaginaria –tan real a la vez- y sureña localidad de Maycomb, es hacerlo a las sensaciones más profundas que alberga a mi ser, a algunos de los mejores recuerdos que he ido atesorando gracias a este invento prodigioso del cine, a algo que es consustancial de las grandes películas, o al menos de las que a mí más me gustan, a generarme deseos de ser mejor persona. Pasa igual que con lo de querer alguien, debemos aspirar a quienes nos mejore, aunque en esto soy consciente que tantas veces no es así, que nos fijamos en inadecuadas o en su equivalente masculino. Pero por intentarlo que no quede.

Todo parte de la única novela –obviaré la postrer, en realidad primera pero no publicada hasta un año antes de su fallecimiento, VE Y PON UN CENTINELA- de la también sureña Harper Lee, trasladada a imágenes por el paisano Horton Foote. Lee, recuérdese, fue intima amiga de juventud de Truman Capote, relación que en buena parte queda reflejada en esos Scout y Dill (Titín en la versión doblada), ese chico menudo, redicho y simpático con el que se encuentra en un par de veranos de su infancia.

Todo, absolutamente todo son aciertos en este prodigio. Otro, sin duda, el que la dirección fuera encargada a Robert Mulligan, cineasta proveniente de la televisión y que ya desde sus inicios demostrara una capacidad y sensibilidad muy especial. Puede comprobarse aquí. Qué manera de utilizar la cámara sin que apenas se note que lo hace y de escrutar rostros de lo más expresivos.

Y luego, por resumir nombres, está Atticus, perdón Gregory Peck, pero ambos han quedado ya asociados para los restos. Representación de la fortaleza ética, de la integridad moral, del mejor humanismo, del liberalismo de mejor estirpe. Me preguntan muchas veces de qué partido político soy… y desde hace ya tiempo vengo diciendo que del de Atticus, bueno también tendría que añadir del mío propio y del que representa como tal, sin adscripciones, Clint Eastwood. Ojalá surgieran en estos tiempos un puñado de sujetos como estos, no todo estaría perdido para una especie desbocada y desnortada. Supongo que siempre ha sido así, pues nunca creo que hayamos dejado de ser depredadores, aliens, salvo benditas excepciones, o salvo esas partes luminosas que poseen un buen puñado de congéneres junto a las también inevitables oscuras. De esta pasta estamos forjados el común.

Otro aspecto que nunca me canso de ponderar de mi querido, adictivo cine norteamericano es la naturalidad, lo extraordinariamente bien dirigidos que están los críos. Como la de la reciente UN DON EXCEPCIONAL o los que salen aquí. Son Mary Badham (hermana del director John Badham, el de la que creara vocaciones informáticas JUEGOS DE GUERRA, CORTOCIRCUITO o  EL TRUENO AZUL), Philip Alford (el hermano mayor de aquélla, Jem) y John Megna (el anteriormente mencionado Dill, trasunto de Capote en su infancia).

Por otra parte resulta breve pero impresionante el debut de un teñido Rober Duvall. 31 años tenía por entonces el californiano, el que sería una década después el consiglieri de EL PADRINO. Él es Boo y protagoniza una secuencia final impactante, emocionante, de las que hacer verter verdaderos lagrimones… escondido tras una puerta en un precioso contraluz.

También es obligado citar a Rosemary Murphy como la vecina amigable, siempre ahí para echar una mano, Paul Fix como el juez, Brock Peters (el injustamente acusado Tom Robinson, años más tarde cuando falleció Peck le dedicaría unas palabras preciosas: “A mi amigo Gregory Peck, a mi amigo Atticus Finch… vaya con Dios”), Estelle Evans (la ejemplar empleada doméstica Calpurnia)  o ese sheriff Bob Ewell finalmente flexible y justo –no necesariamente ajustado a ley, pero perfectamente comprensible en este caso- encarnado por Frank Overton.

Las secuencias magistrales se agolpan una tras otra: la del juicio, el reconocimiento final al abogado por parte de la comunidad negra levantándose a su paso, el escupitajo que recibe, lo del perro rabioso, todo el final… Es difícil que las vaya desgranando sin que se me ponga de nuevo un nudo en la garganta.

¿Y qué cuenta este guión que estuvo a punto de desecharse porque no tenía acción? Pues precisamente la mayor acción posible, la que alberga el interior de cualquiera, los mejores y también los más viles sentimientos: Comprensión, odio, amistad, solidaridad, generosidad… Describe además con infinito tacto y dulzura uno de esos veranos interminables propios de la niñez, que bien podría haber sido el de cualquiera de nosotros, los primeros e importantes descubrimientos que vamos haciendo de la vida, el afecto desprendido por quienes no quieren ver, el saber que aunque no queremos mostrarle a los seres queridos las cosas desagradables de la vida lo mejor es enfrentarse a ellas cuanto antes porque acabará siendo inevitable. También habla sin moralina alguna de la necesidad de combatir actitudes racistas. O de nuestros interines, de la vida, de nuestra condición, del amor en su sentido más amplio, del propio cine sin citarlo… Es, sencillamente, una obra maestra irremplazable, es MATAR A UN RUISEÑOR, enunciado metafórico que alude a un pecado que nunca se debería cometer, pues estos pajarillos alegran con sus cantos nuestras vidas… y no hacen mal alguno.