Foto: Ahney Her y Clint Eastwood en Gran Torino/Gran Torino
-Eché de menos en la terna final de mejores películas candidatas al Oscar la estupenda SULLY del incombustible Clint Eastwood. Es por ello que decido rendirle mi particular homenaje volviendo a revisar GRAN TORINO (GRAN TORINO):
Me vuelve a suponer, a proporcionar, un rato de felicidad absoluta.
Pese a estar fechada hace tan sólo siete años, no sé, he perdido la cuenta de cuántas veces he visto esta película de Clint Eastwood que está en mi pelotón de favoritas suyas, lo que ya es estar, porque su cine es tan inmenso, emotivo, sorprendente, clásico y profundo que me resulta muy difícil, casi imposible, elegir un puñado de trabajos. Pero a su lado, se encuentran sin que dude ni una fracción de segundo títulos como SIN PERDÓN, MILLION DOLLAR BABY, LOS PUENTES DE MADISON, MYSTIC RIVER, CARTAS DESDE IWO JIMA, MEDIANOCHE EN EL JARDÍN DEL BIEN Y DEL MAL, EL JINETE PÁLIDO, BIRD, EL AVENTURERO DE MEDIANOCHE, SULLY o MÁS ALLÁ DE LA VIDA.
Cómo poder explicarles la enorme emoción que me embarga ante ese individuo, Walt Kowalski, veterano de la Guerra de Corea, malhumorado, en el fondo solitario, racista que va cambiando paulatinamente su actitud, girando su punto de vista mientras va comprendiendo y recibiendo el afecto de una joven inmigrante mucho más próxima, más cercana, más cálida que cualquiera de los miembros de su familia. Bien podría ser una versión contemporánea y algo menos virulenta del Ethan Edwards encarnado por John Wayne en esa otra obra mayúscula del monarca Ford, CENTAUROS DEL DESIERTO. Y es que no deja sino de ser una conveniente puesta al día, urbana y moderna, de este género tan genuinamente norteamericano. El caballo es aquí sustituido por un veterano modelo de automóvil de época.
Además, Eastwood en calidad de máximo responsable hace una cabriola de 360 grados y le da la vuelta a ese encanecido y avejentado émulo mayor de Harry el Sucio. Vuelve a utilizar la violencia, pero ahora no desplegándola él, sino auto inmolándose, para que esos despreciables pandilleros no se vayan tampoco de rositas. De paso, consigue su redención.
Precisamente es en ese su tramo final cuando más sorprende, por ese esperar sus fans más veterano una respuesta al estilo del anteriormente citado Harry Callahan. Pero, definitivamente, Clint se nos ha hecho mayor, más comprensivo, más sabio, lúcido, humano.
La secuencia del funeral, cuando esa amistosa y noble familia asiática, esos hmong abandonados por los norteamericanos en su deambular vietnamita, viste sus mejores galas para rendir honores y tributo, es de lo más emocionante que he visto en el cine de lo que llevamos de milenio.
Su estructura aparentemente lineal y sencilla es de una considerable complejidad. Y ese título, ese coche que constituye su posesión más preciada, resulta una resplandeciente metáfora del legado paterno, de un tiempo de esplendor y de la esencia más íntima de Walt, esa que hace que lo cuide más que a sus propios y descastados hijos y nietos.
Rodada en tan solo 30 días y con un presupuesto modesto, el estilo del genial californiano había llegado a tal grado de depuración y maestría, que no necesitaba de despliegues, ni de apabullantes especiales para ir directo a lo más profundo del corazón.
Volvió a conseguir algo que solo los elegidos pueden alcanzar, como es entremezclar crítica, reflexión y épica saliendo no solamente indemne sino inundándonos de afecto y lágrimas a muchos. Su humanidad, su dureza son auténticas, genuinas, no desprenden ni un ápice de impostura, suenan a verdad, a vida, a romanticismo del bueno.
Bendito por siempre, Mr. Eastwood.
Frase:
"¿Nunca os habéis cruzado con alguien a quien no deberíais haber puteado? – escupe al suelo – Ese soy yo" (Clint Eastwood)
-Absolutamente feliz por la respuesta otorgada (desbordado el aforo, varios aficionados se quedan sin entrada) a la propuesta de este martes en VERSIÓN UCLM dada su condición supuestamente minoritaria… y eso que ha figurado entre las cinco mejores producciones animadas en la reciente y chapucera edición de los Oscar. Se trata de la coproducción franco-belga-japonesa LA TORTUGA ROJA (LA TORTUE ROUGE):
Toda una delicatessen. Adjunto la crítica publicada con motivo de su estreno… y una apostilla a raíz de la impresión provocada tras este segundo visionado.
Son ochenta minutos de pura, de genuina, de desnuda poesía. Mudos todos ellos, tan solo está mecida por los sonidos surgidos de la más agreste o calmada naturaleza, o alguno que otro gutural, algún alarido humano de índole diversa.
Transmite, eso sí, sensaciones variadas. De esperanza, angustia (como cuando el protagonista trata de salir de un reducido interior marino encajado entre rocas), asfixia, soledad, ensoñación , desolación, esperanza, zozobra, perplejidad, paz, emoción, gratitud, alegría, plenitud, euforia, pérdida y belleza, mucha belleza.
Los ciclos estacionales, los del propio ser humano, inclusive los anímicos y existenciales, se muestran de manera embriagadoramente ascética, lírica, panteísta, cautivadora, irresistible y quedamente elegíaca.
Los sonidos del mar, del oleaje, el agua, las gotas de lluvia, la brisa, el viento, los maremotos, la arena pisada, las gaviotas, la respiración entrecortada, cobran una dimensión especial.
Va de náufrago en una isla aparentemente desierta. Y de algo tan elemental y fundamental como tratar de sobrevivir, aferrarse a la propia y única existencia. Y de la preciosa y sentida amistad con el animal del título, la tortuga roja. Y de una historia de amor especial y del retoño fruto de ésta…
En esencia trata de la mejor de las ilusiones, de nuestra propia vida y de cómo endulzarla ante la mayor de las adversidades. De las ganas, la lucha por salir adelante. De los mejores momentos que nos embargan, de los afectos. De la comunión con el entorno.
Resulta obligado, es de absoluta justicia, indicar el nombre de su director, Michael Dudok de Wit. Ha conseguido una pieza minimalista, breve de duración pero extensa en el recuerdo, definitivamente maestra. Una experiencia casi mística.
Incluye música para catalizar las emociones. Hermosísima, penetrante, la banda sonora de Laurent Pérez del Mar. Su epílogo, sencillamente memorable.
No se la pierdan.
Apostilla:
De la misma vida va esto, de lo rápido que pasa, de los ciclos, de lo hermosa que pueda ser, de nuestras más reparadoras ensoñaciones, de poesía pura y dura.
Hay que verla con calma, con mucha calma, como se paladea un buen y aromático café, alejado de los ritmos que impone la vida moderna, de los whatsapp, imbuyéndose como los protagonistas, en silencio, escuchando los ruidos de la naturaleza y algún que otro gruñido humano.
A la vez, disfrutando de una banda sonora que acompaña los estados emocionales del/de los protagonistas. Dejándose mecer por los ruidos de gotas de lluvia, brisas o marejadillas. Absorbidos por unos encuadres que dejan bien a las claras las motas de polvo que suponemos dentro de este mundo, no digamos ya del universo. Pero con toda la fuerza y aliento de cualquier ser vivo que siente, padece, anhela, lamenta las pérdidas de quienes les son queridos… que definitivamente se acaba difuminando. Y con el impagable sabor de haber asistido a un colofón de una belleza irresistible. Lo dijo Calderón… la vida es sueño y los sueños sueños son.
El holandés Michael Dudok de Wit, bajo la égida del mítico estudio Ghibli, en el que constituye su debut en el largometraje tras cuatro cortos memorables (en especial PADRE E HIJA/FATHER AND DAUGHTER) nos propone una parábola, una fábula minimalista repleta de encanto y fascinación hipnótica.
Algo también ha tenido que ver en su definitivo y redondo logro la mano del nipón Isao Takahata, recuerden, el hacedor de otras dos joyas del género, LA TUMBA DE LAS LUCIÉRNAGAS y EL CUENTO DE LA PRINCESA KAGUYA.
Un aparte para las contundentes y maravillosas elipsis con que está salpicado este relato construido a través de pequeñas miradas, gestos, detalles. Nada como disfrutar de todo esto en un pantallón de cine, en comunión con la propia naturaleza y con la sociabilización muda de quien tenemos al lado… siempre que se comporten, claro.
Ejemplar me resulta la elegancia narrativa que despliega, su diseño visual, su virtuosa sencillez. Tan sólo hace falta para conseguir esto tener sensibilidad y talento… ¡total nada!
Con razón en la terna de los Oscar figuraba dentro del apartado de las cinco mejores películas animadas. Un repaso a los otros cuatro títulos seleccionados nos da la medida de la enorme calidad acumulada; LA VIDA DE CALABACÍN, VAIANA, KUBO Y LAS DOS CUERDAS MÁGICAS y la flamante y merecida ganadora, ZOOTRÓPOLIS.