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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Martes, 11 de febrero

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Foto: una escena de Parásitos/Gisaengchung

-Son varios los amigos o conocido que llevan desde este lunes preguntándome por la justicia de haber premiado a PARÁSITOS con los máximos galardones de los Oscar, película y director:

Es cierto que si hay un epígrafe denominado –a partir de esta pasada edición, anteriormente era de habla no inglesa- PELÍCULA INTERNACIONAL no parece demasiado oportuno que fuera reconocida doblemente, pero minucias como esta aparte, manifiesto un sí rotundo, convencido. Y eso que mis favoritas eran EL IRLANDÉS, JOKER o MUJERCITAS, incluso 1917, todas ellas, en cualquier caso, de idéntico o parejo nivel. De hecho, de las nueve candidatas en el máximo apartado, a ocho las califiqué con la máxima distinción… en esa línea mía de ser aparentemente generoso y que el paso del tiempo consigue no ponerme tan en evidencia.

Si de matizar se trata, insisto en hubiera votado cualquiera de esos tres títulos a mejor película, pero como director mis candidatos claros y a distancia eran dos, el Sam Mendes de 1917 y el bueno –qué sentido, bonito y emotivo el reconocimiento al maestro Scorsese- de Bong Joo-ho. Porque ambos demuestran ser los más atrevidos, arriesgados e innovadores manejando los recursos técnicos. Van un paso más allá que los demás.

Mendes nos traslada, consigue la inmersión total –lo cual no deja de ser en sí misma una historia- en las trincheras, el polvo, la sangre de la I Guerra Mundial. Mueve la cámara de una manera prodigiosa, con la filigrana precisa y en este caso justificada. Ahí está sin ir más lejos la ejemplar secuencia del avión. Y no descubro más para no fastidiar a quien todavía no la haya visto.

Lo de Bong Joon-ho es igualmente destacable en otro registro. Conviene que aclarar que al contrario de su colega anterior, parte de un guion, firmado por él mismo, que es una maravilla, en el que como perfectamente ha apuntado alguien más, usa el género para codificar un mensaje socialmente importante, la lucha de clases en este caso.

También Greta Gerwig obra el milagro de resultar moderna, empoderada, feminista, sin traicionar el espíritu del original literario que se traía entre manos, el célebre MUJERCITAS de la ya por sí feminista Louise May Alcott.

Como también, por ejemplo, en otro aspecto acierta Tarantino en el diseño de producción de su ÉRASE UNA VEZ… EN HOLLYWOOD. Me refiero a esa saludable intención de reflejar el oropel de aquel Hollywood cambiante, en pleno proceso de transformación debido a la pujante irrupción de la televisión, a través de los ojos de dos perdedores -la idea me parece muy buena-, de dos "desechos" de la industria., pero creo que vuelve a pecar de ensimismamiento y dilatación de escenas. Con todo, su obra no deja de tener interés y presenta algunos puntos, aspectos muy acertados, como la interpretación de Brad Pitt y su icónica escena de la antena (rememorando esplendores físicos y juveniles pasados a lo THELMA Y LOUISE), la de sus estupendas actrices –con esa mimetizada y bellísima Margot Robbie a la cabeza- o ese final alternativo que vuelve a variar la historia tal como sucedía en MALDITOS BASTARDOS.

Pero volviendo al cineasta coreano, ratifico y subrayo que resulta memorable esa utilización que hace del espacio (contemplado éste como fuente, generador y detonante de la tensión social), de un casoplón reconstruido tal cual al efecto, de esa mansión ricachona, símbolo de estos tiempos de ostentación y nuevos ricos. Y, sobre todo esa mezcla de géneros tan explosiva de la que hace alarde. Como señala Paco Plaza, a través del cine de género explica a una sociedad, sin dejar de ser popular. O lo que es lo mismo, cultura, reivindicación y comercialidad en perfecto maridaje. Sin duda, una decida –y logradísima- apuesta por el compromiso, el entretenimiento y la taquilla. Pocos dan más. De paso, sirve como nueva muestra de ese pujante cine coreano que viene pegando tan fuere desde hace tiempo. El propio Joon-ho regaló a los aficionados al policíaco de nuevo cuño –ese que imprimiera SEVEN de David Fincher- hace ya quince años esa magistral MEMORIES OF MURDER (CRÓNICA DE UN ASESINO EN SERIE).

Y ya en plan guasón, merecería atención por poner aún más en el escaparate y propulsar mediáticamente a las patatas gallegas Bonillo. Tomen esto como una bromilla.

Esta es una respuesta un tanto apresurada –las grandes películas hay que reposarlas en el tiempo- a ese requerimiento del comienzo. Espero haber aclarado un poco más las cosas… o no.

-Me sorprende gratísimamente la respuesta -casi 200 asistentes- obtenida por el público con el pase en VERSIÓN UCLM (esto es, versión original subtitulada) de la muy apreciable JUDY (JUDY), tal vez una propuesta algo plana en algún momento, pero en absoluto desdeñable. Y con una estrella en sazón, que se basta por si solita focalizar permanentemente la atención. Me refiero, claro, a Renée Zellweger, flamante y merecida ganadora del Oscar a la mejor intérprete femenina:

“Un corazón no se juzga por lo mucho que tú ames, sino por lo que te quieran tus semejantes” (El mago de Oz)

 

Seguramente quienes nos consideramos adictos incurables, irreversibles, sin medida posible alguna, al perfectamente llamado Séptimo Arte, compendio y glorificación en todas sus manifestaciones; quienes somos devotos de la magnífica –lo probó sobradas veces en títulos dramáticos y en los ligeros de sus comienzos- actriz y cantante Judy Garland, e incluso quienes reivindicamos las tan denostadas biopic de origen anglosajón, norteamericano y británico en un aplastante porcentaje, es posible que asistamos a esta recreación de un momento concreto de la parte final de la intérprete de aquella preciosa y aleccionadora historia que recorría unas baldosas amarillas (con un Espantapájaros a la búsqueda de un cerebro, un Hombre de Hojalata anhelante de un corazón y un León cobarde en pos de valor), con un considerable plus, con cierta reverencia e incluso con una entendible indulgencia. Qué le vamos a hacer, en esto consiste también ver una película, en cierta complicidad preexistente… por los motivos que sean.

Claro que ello no valdría de nada si no se partiera de unos mínimos, de un cierto basamento. Y JUDY los tiene. Comenzando por el que resulta excepcional y principalísimo foco de atención. Por esa portentosa recreación, encarnación, identificación de la estupenda actriz Renée Zellwegger como la dolorida, la afligida, la –en lo personal- errática, la machacada, la derrumbada artista que tanto hiciera disfrutar a varias generaciones de espectadores. Da todo un recital. Ilumina la pantalla, pasas del dolor al éxtasis en un mismo plano.

No hace falta más que ver ese tramo final con dos canciones engarzadas (y nada más puedo y debo decir… aunque no vaya a chafarles la piedra filosofal) para comprobar lo anteriormente proclamado. Es increíble el desgarro que imprime la ya ganadora de un Oscar –y puede que camino de dos por este papel- como actriz de reparto por COLD MOUNTAIN. Y ya no es que clave facciones (esto podría ser mérito casi exclusivo de maquilladores o peluquería), gestos o movimientos corporales, es que es la viva reencarnación anímica de una Judy devastada por el alcohol  y los barbitúricos.

Una mujer adorada por gays (al respecto contiene un pasaje muy bonito, lástima no haberlo escuchado en versión original… me desquitaré en breve) y público en general agradecido con el enorme arte y voz que aportó al cine (y a las candilejas) tras su impresionante irrupción con tan solo 16 añitos (a los 2 ya había aparecido en una función) en la mítica EL MAGO DE OZ. Precisamente el tema principal de la misma, OVER THE RAINBOW, un himno para soñadores de cualquier época o lugar, sus célebres GET HAPPY, THE MAN THAT GOT AWAY (de su referencial HA NACIDO UNA ESTRELLA esplendorosa versión Cukor) o THE TROLLEY SONG/LA CANCIÓN DEL TRANVÍA (perteneciente a ese exquisito musical de un exquisito por excelencia titulado CITA EN ST. LOUIS de Vincente Minnelli, uno de los cuatro esposos de la susodicha, padres de otra grande, Liza Minnelli) son algunos de los temas que se pueden disfrutar en su banda sonora.

Sus creadores, el director de teatro británico Rupert Goold (este es su segundo trabajo para la gran pantalla tras el curioso y policíaco UNA HISTORIA REAL, con Jonah Hill y James Franco) y el guionista Tom Edge llevan a cabo una puesta en escena higiénica, en la que dejan hacer y vuelcan los restos en seguir escrupulosa y aseadamente el declive de la star.

Por buscar un símil reciente –surgido igualmente del maridaje Hollywood-cine británico-, bueno más bien serían dos, ahí están los casos LAS ESTRELLAS DE CINE NO MUEREN EN LIVERPOOL y LAUREL HARDY. Si les gustaron ambas aportaciones, como fue mi caso, se harán una idea aproximada de lo que pueden encontrarse aquí: sobriedad, intimismo del bueno, las trastiendas de una estrella sin necesidad de alharacas ni momentos tremendistas (aunque sin ahorrar tampoco tormentos interiores y penas)

Es una muy buena y sobria película, triste, evocadora sin caer en el cromo, la estampita evocadora o la naftalina (quedan patentes los abusos del todopoderoso Louis B. Mayer y el candor de su acompañante artístico en sus inicios Mickey Rooney), yendo a la esencia, alejada de cualquier atisbo de oropel (salvo el de su inmenso arte en el escenario (lo llevaba en las entrañas)… otra de sus adicciones máximas, tal vez la que más, como queda sutilmente patente en una escena concreta de la que no desvelaré más… ya les he dejado la pista) de la devastación que estaban sufriendo tanto la mujer como la profesional. Supongo que serán muchos los que sepan que no llegó a remontar las 47 primaveras, constituyendo otro de tantos juguetes rotos que ha dejado la industria a lo largo de este siglo y cuarto de existencia… a cambio de dejarnos imperecederos artes.

-Mi joven amiga cinéfila Ana García Alcobendas vuelve a regalarnos una preciosa y de lo más oportuna reseña:

Una auténtica delicia. 

Renée, como siempre, espectacular. Es una película dura, durísima, pero ella le da ese toque de color a la propia crudeza que yo creo que se ha vuelto su sello de identidad. Ya lo demostró en la archifamosa "El diario de Bridget Jones" y en mi musical favorito de todos los tiempos "Chicago", nadie sino ella podría hacer que nos riésemos y compinchásemos con un personaje de moral tan cuestionable como Roxie.

Judy es su vuelta a la escena, rescata a un personaje caído en desgracia y lo eleva a lo más alto, hasta el punto de volverlo a endiosar. Y es que si tuviese que ponerle alguna pega a la interpretación de ésta pedazo de actriz, diría que a veces se salía del papel de tal forma que durante algunos minutos, dejaba de ser Judy Garland para pasar a ser Renée Zellweger. Creo que en determinadas escenas la historia dejaba de ser la historia de Judy y pasa a ser la suya propia. Con la sutileza de quien lleva treinta años frente a una cámara, Renée nos saca durante unos minutos de esos atolondrados años 60 para traernos a nuestra propia época y decir: "Amigos, esta soy yo, estas somos nosotras, no miréis para otro lado. Es una industria cruel, lo era entonces y lo es ahora". 

Son estos los detalles que te hacen pensar que alguien merece un Oscar. En dos horas de metraje, no tuve ocasión de ser yo misma ni por un instante, no se me dio la ocasión. A pesar de ser vidas tan distintas de las nuestras, te hacen meterte en ellas hasta lo más profundo y no te dejan salir hasta que aparecen los créditos finales. 

Cuando abandoné la sala me di cuenta de que en dos horas no había pensado en ofertas de trabajo, Master, fechas de entrega, becas, diluciones... Y sentí una maravillosa sensación de vacío, de que de verdad puedes desconectar durante unos minutos de ti mismo y analizar las cosas que pasan a tu alrededor sin darles la más mínima importancia; simplemente admirar lo que te rodea sin querer buscar un sentido.