Foto: Christanne de Brujin en La directora de orquesta/
-El cuarto estreno del fin de semana es de una cinematografía que últimamente asoma muy de vez en cuando por la cartelera española, no digamos ya por la ciudadrealeña. Lejanos se encuentran ya los tiempos de esplendor y despegue del gran Paul Verhoeven, lógicamente recalado –y “huido” al cabo de un tiempo- en la cinematografía norteamericana. Su título es suficiente ilustrativo, LA DIRECTORA DE ORQUESTA (DE DIRIGENT):
“Todos nacemos desnudos y el resto es solo un disfraz” (Scott Turner Schofield)
“La música no entiende de sexos” (Scott Turner Schofield)
“Unas cuantas lágrimas no la matan” (Christianne de Brujin)
Cada vez que leo a mis colegas, y les aseguro que son muchísimas, referirse despectivamente a una película como “biopic” convencional –suelen asimilarlo por sistema como sinónimo, la mayoría de las veces-, preferentemente norteamericanas (a las europeas les conceden tan solo a veces un plus supongo que por el hecho de su origen, desconozco si obedece a otras causas que no acabo de percibir), pues suele constituir para el que esto firma equivalente a, como mínimo, obra bien hecha, cosida con pericia.
Este vuelve a ser el caso de esta producción holandesa, que no ha sido recibida precisamente con alabanzas y que considero un loable ejercicio de pulcritud narrativa y artificiosidad justificada (algo así como algún exponente fassbinderiano sin su grado de “provocación” y muchísimo más modosito, del tipo UNA CANCIÓN… LILÍ MARLEN).
Gira en torno a los avatares personales -por momentos diríase que nos encontramos ante un genuino relato dickensiano... con chica- y profesionales de la que hasta ahora –si nadie enmienda la información recabada- ha sido la primera y única –surgirían tiempo después alguna especializada en jazz o música clásica- mujer directora de orquesta de la historia. Y en concreto, de un destacado suceso acontecido en la América de los años 20 y 30, que no es cuestión desvelarles, mejor que lo comprueben ustedes mismos. El hecho de la procedencia de su copyright es que la protagonista aunque estadounidense procedía de cuna de los Países Bajos (esto da pie para una trama no por previsible falta de interés). La conclusión, tristemente, es que no deja de ser otro atril que todavía hay que seguir conquistando por parte de las mujeres.
De las cosas que más me gustan en su desarrollo argumental, no es solamente los esfuerzos de Antonia Brico, tal es el nombre de la heroína, sino su bonita relación de amistad y comprensión con su colega diferente de escenarios Robin.
En cuanto al tono y carácter empoderado que estila está tratado con el suficiente tacto como para no resultar en modo alguno demagógico, sino más bien justa y moderadamente reivindicativo. Un escalón más –pese a – en la lucha de la mujer por sus derechos a comienzos del siglo XX (en el mundo occidental y capitalista libre, claro). Al respecto, el pasaje que tiene como fugaz co-protagonista importante en el desencadenante de hechos final a Eleanor Roosevelt, resulta francamente curioso e interesante.
No se le pidan riesgos ni grandilocuencia de ningún tipo, pues tampoco su presupuesto parece haber sido demasiado solvente para acentuar una mayor ambición formal. Lo que ofrece es una manera de contar las cosas segura, sólida y yendo al grano, sin excesivas sutilezas, pero con la más que suficiente perspicacia como para descubrirnos a muchos una historia digna de ser contada.
En su apreciable resultado final, tiene mucho que ver –el foco, el objetivo está permanentemente puesto en ella- la más que solvente, convincente, firme interpretación de la para mí desconocida –también procedente del país centroeuropeo- Christanne de Brujin, bien dirigida por otra compatriota, Maria Peters.
Su larga duración no es óbice para seguirla con amenidad, sin conllevar ello premiosidad en momento alguno.